24 de mayo
Dedicación
de la Basílica de San Francisco
El papa
Gregorio IX, después de canonizar a San Francisco el 16 de julio de 1228,
bendijo la primera piedra de la iglesia que debía albergar sus restos. Esta
iglesia sería también la cabeza y madre de la Orden de los Menores. El papa
Inocencio IV consagra el templo en 1253 y Benedicto XIV lo eleva a basílica
patriarcal y capilla papal en 1764. El edificio tiene tres naves superpuestas.
La excavada en tierra, que acoge el cuerpo de San Francisco en un sepulcro de
piedra y hierro, realizada por el arquitecto Hugo Tarchi según el estilo
neorrománico; la intermedia y la superior, llamadas la Basílica inferior, baja
y oscura, y la Basílica superior, espaciosa y luminosa. Es un símbolo: la
primera representa la vida de penitencia; la segunda simboliza la gloria. Las
dos basílicas están llenas de pinturas sobre la pasión de Cristo y la vida de
San Francisco, realizadas por Cimabue, Martini, Lorenzetti, Giotto, Cesare
Sermei, Giacomo Giorgetti y Girolamo Martelli, artistas de la Umbría del siglo
XIV. La Basílica es Patrimonio de la Humanidad desde el año 2000.
Oración. Señor, tú
que edificas el templo de tu gloria con piedras vivas y elegidas, multiplica en
tu Iglesia los dones del Espíritu Santo, a fin de que tu pueblo, por
intercesión de nuestro Padre San Francisco, crezca siempre para edificación de
la Jerusalén celeste. Por nuestro Señor Jesucristo.
Lecturas
«Yo, Juan,
vi un cielo nuevo y una tierra nueva»
Jerusalén es la ciudad santa por
antonomasia, porque habita el Señor en su templo (cf. Is 52,1; Dan 9,24; Mt
4,5); de ahí que sea la sede del futuro pueblo mesiánico. El Espíritu crea el
nuevo pueblo de Dios en la ciudad de Jerusalén (cf. Hech 1,4.8). Con la
comunidad cristiana se comienza la época nueva en la que el Señor se hace
presente en cada creyente (cf. 1Cor 3,16-17), en cada comunidad con su relación
de amor. Él todo lo hace bien y nuevo (cf. Ef 2,19-21). El Señor también se
hace presente en María, porque ha llevado en sus entrañas al Hijo de Dios y por
guardar la Palabra, el Padre y el Hijo la eligieron como su morada (cf. Jn
14,23).
Lectura del libro del Apocalipsis 21,1-5
Salmo
responsorial Sal 94,1-2.3-5.6-7
El salmista da gracias al Señor por la inmensidad de la
creación. La grandeza y majestad del Señor, que se refleja en las obras que
constituyen su obra ad extra, no
aminora la presencia del hombre en medio de ella, sino que, como imagen y
semejanza del Señor, participa en la obra creadora en la medida que la
administra bien (cf. Gén 1,29).
V. Venid, aclamemos al
Señor, demos vítores a la Roca que nos salva.
R. Venid, aclamemos al
Señor, demos vítores a la Roca que nos salva.
Aleluya Ap 21,3
Aleluya. Aleluya.
«Esta es la morada de Dios con los hombres
y habitará con ellos».
Aleluya.
Evangelio
«Mis
ovejas escuchan mi voz, y yoles doy la vida eterna»
El texto manifiesta dos ideas
fundamentales de la vida cristiana. La primera es la relación y conocimiento
mutuo entre Jesús y su rebaño; entre la comunidad cristiana y su pastor; entre
el cuerpo y la cabeza. Esta comunión de vida sólo es posible si se experimenta
por el amor. La segunda es que dicha unión en el amor, o en un mismo estilo de
vida la hace posible sólo Dios, y no se origina y la mantiene el esfuerzo
humano exclusivamente. Puesto que Jesús está unido filialmente al Padre,
formando una unidad de ser y de vida (cf. Jn 5,19; 8,16; 10,15; Rom 8,34-39),
él sirve dicha vida divina en las relaciones que mantiene con los hombres en la
tierra, haciéndolos hermanos suyos e hijos del Padre.
Lectura
del santo Evangelio según San Juan 10,22-30
Para
meditar
«El Señor
exalta a sus santos para reavivar la fe»
Fiel
es el Señor a su palabra, al decir frecuentemente en la sagrada Escritura que
exaltará a los que se convirtieron en imágenes fieles de su Hijo por el
ejercicio de la virtud de la humildad, reservando para ellos todo honor y
gloria, no sólo en el reino de los cielos sino también en el mundo presente,
para su propia exaltación y aumento de la fe en los demás hombres.
Ejemplo
vivo lo hallamos en el bienaventurado Francisco. Este santo varón puso especial
empeño en verse pequeño y humilde ante su propia consideración y ante la estima
de los demás; y hoy, por declaración expresa de la santa Madre Iglesia, es
honrado entre los amigos, en el cielo y en toda la tierra. Su cuerpo glorioso,
convertido además en santuario famoso, a donde concurren los pueblos de todo el
mundo a postrarse con fervor y devoción, mientras se multiplican allí los
signos y prodigios.
No
habían transcurrido dos años de su muerte, cuando se iniciaron las obras en
lugar digno para custodiar con suma piedad sus restos mortales, en las afueras
de la ciudad de Asís, junto a las murallas; lugar que el papa Gregorio IX,
nuestro predecesor, hizo suyo, transfiriendo la propiedad del mismo a la Santa
Sede Apostólica, y reservado, directa y perpetuamente, a la misma Sede
Apostólica todos los derechos inherentes a la iglesia que se construiría en
dicho lugar.
En
la ciudad de Asís es el mismo papa Gregorio IX canonizó al patriarca Francisco,
y aprovechó estas efemérides para colocar él personalmente la primera piedra de
la nueva iglesia, que nombró “cabeza y madre” de la Orden de los Menores,
concediendo a este magnífico templo especiales prerrogativas y privilegios, que
luego acrecentarían los romanos Pontífices.
Terminadas felizmente las obras de
este extraordinario templo, el veinticinco de mayo de mil doscientos treinta,
fue trasladado a él, con solemne pompa, el cuerpo de san Francisco; y el
domingo anterior a la fiesta de la Ascensión del Señor, veinticinco de mayo de
mil doscientos cincuenta y tres el papa Inocencio IV, con gran solemnidad,
celebró personalmente el rito de la consagración de esta iglesia.
Así pues, Nos, a ejemplo de nuestros
predecesores, deseamos acrecentar el esplendor y gloria de esta iglesia, pues
estamos seguros de que el seráfico patriarca impetrará del Señor tanto más
abundantes bendiciones y gracias celestes para la Iglesia Romana, cuanto más
engrandezca la Sede Apostólica su extraordinaria figura. Por tanto, por la
presente Constitución, valedera para siempre, erigimos dicha iglesia de San
Francisco en basílica patriarcal y capilla papal. (De la
Constitución Fidelis Dominus, de
Benedicto IV. Proemio y núms. 1 y 5, Bullarium IV, Romae 1757, 189.190.192)
24.1 de mayo
Juan de
Prado (1563-1631)
El beato Juan de Prado nace en Morgovejo (León. España). Cursa sus
estudios en Salamanca. Ingresa en la Orden y viste el hábito franciscano en el
convento de Rocamador (Badajoz) a la edad de 21 años. Completados sus estudios
eclesiásticos, se dedica a la predicación. Sobresale por el buen gobierno de
las fraternidades, ocupando diferentes responsabilidades en la Orden: Maestro
de novicios, Guardián, primer Provincial de la Provincia de San Diego en
Andalucía, cargo que ocupa hasta el año 1623. Ayudado por Alonso Herrera de
Torres, que consigue un salvoconducto del rey Muley Luali, viaja a Marrakech
para asistir a los cristianos que se encuentran allí abandonados. El papa
Urbano VIII lo hace Prefecto apostólico de las misiones de aquel imperio. Parte
para Marruecos el día 27 de noviembre de 1630 de la ciudad de Cádiz, acompañado
por Matías de San Francisco y Ginés de Ocaña. Cuando llegan a su destino se
encuentran a un rey hostil, diferente de Muley Luali, lo que motiva su
encarcelamiento y posterior martirio por oponerse a la religión musulmana y
probar que la cristiana es la verdadera. Es martirizado en Marrakech el 24 de
mayo de 1631 y beatificado por el papa Benedicto XIII el 24 de mayo de 1728.
Común de Mártires
Oración.
Dios de misericordia, que infundiste tu fuerza al beato
Juan de Prado
para que pudiera soportar el dolor del martirio, concede a los que hoy
celebramos su victoria vivir defendidos de los
engaños del enemigo bajo tu protección amorosa. Por nuestro Señor
Jesucristo.
Lecturas
«Es
doctrina segura: si morimos con él, viviremos con él»
La resurrección acaece cuando Jesús
ha predicado el Reino, ha sido incomprendido por las autoridades religiosas, es
entregado a la autoridad civil, ha padecido, ha sido crucificado y ha muerto.
Parece que sea necesario el extremo sufrimiento para apreciar el valor de la
vida plena que supone la resurrección. Lo cierto es que la cruz sólo es
llevadera si se apoya en el amor. Y al Palabra no puede ser encarcelada (cf.
Hech 5,17-26), no puede ser encadenada. Las fuerzas humanas no pueden detener
el amor que la impulsa y genera (cf. 2Tim 4,17)
Lectura de la segunda carta del Apóstol San
Pablo a Timoteo 2,8-13
Salmo
responsorial Sal
30.3-4.6-8.17.21
El justo
experimenta lo que Marcos y Lucas ponen en boca de Jesús cuando
está
crucificado: el abandono, el sufrimiento, etc., pero también la confianza en un
Dios que es capaz de salvarle del peligro que corre su vida. Porque la
existencia no la decide el enemigo, sino
Aquel que la crea y la sostiene.
V. A tus manos, Señor, encomiendo mi
espíritu.
R. A tus manos, Señor, encomiendo mi
espíritu.
Aleluya
Aleluya.
Aleluya
A ti, oh
Dios, te alabamos; a ti, Señor, re reconocemos.
Te ensalza,
Señor, la brillante multitud de los mártires
Aleluya
Evangelio
«Vosotros
daréis testimonio de mí»
El Espíritu continúa la misión de
Jesús, que es la salvación y la revelación que ha traído a la historia de parte
del Padre. La unión del creyente con el Hijo y el Padre permanece como realidad
fundamental en la vida cristiana por medio del Espíritu, dando la posibilidad
de que continúe adelante la vida de Jesús, como revelador del Padre y portador
de su salvación por medio también de su pasión y muerte en cruz. Los dones y
los frutos del Espíritu son el desarrollo en el cristiano de la relación de
amor que le identifica dentro de la Trinidad divina y que en la historia humana
dicho amor es incomprendido y odiado tantas veces.
Lectura del santo Evangelio según San Juan 15,23-27
Para
meditar
Volvió el rey [a Marrakech] a llamar a nuestro Beato, y después
de discutir con él largo rato sobre cuestiones de fe sin conseguir doblegar su
firmeza, lo mandó azotar de nuevo con tanta crueldad que lo dejaron como para
expirar, tras de lo cual lo devolvió a la prisión. Aquella noche la pasó el
siervo de Dios con sus hermanos en oración, bendiciendo y alabando al Señor.
Antes del amanecer, dijo misa, dio la comunión a los que estaban con él en la
mazmorra y les dirigió una devotísima y fervorosa plática espiritual
exhortándolos y animándolos a padecer por Dios y por su fe. Por la mañana,
fueron los funcionarios reales y se llevaron a Fr. Juan y a sus dos compañeros
a la presencia del rey, el cual hizo varias preguntas a nuestro Beato y luego
trató de persuadir a sus hermanos de la falsedad de la secta cristiana.
Entonces el siervo de Dios, levantando la voz, dijo al rey: «¡Tirano, que
quieres hacer prevaricar las almas que Dios crió para sí!». El rey montó en
cólera e hirió con su alfanje a Fr. Juan en la cabeza. También los servidores
del rey lo hirieron en la boca con sus armas porque seguía predicando. Ordenó
el rey que le trajeran un arco y saetas, y le tiró cuatro, malhiriéndolo. Luego
mandó que lo llevasen a las puertas de su palacio y allí lo quemaran vivo. El
siervo de Dios estaba tan debilitado, que no se podía tener en pie. Los
cautivos cristianos, a quienes les ordenaron que lo llevasen, por lástima se
excusaban y no querían, por lo que les daban muchos palos. El siervo de Dios
les decía com amor y ternura: «¡Ea, hijos!, llevadme que no ofendéis a Dios al
llevarme; mirad que me lastima el que os traten mal, llevadme». Y lo llevaron a
la puerta principal del palacio real. El rey salió a una ventana para verlo.
Trajeron al lugar mucha leña y, mientras la apilaban y lo disponían todo, un
moro le propinó tales golpes con un palo grueso, que dio con él en tierra.
Luego lo pusieron sobre la leña y le prendieron fuego mientras el bendito
fraile aún estaba predicando. Los moros presentes le tiraron muchas piedras y
así, torturado, apedreado y quemado vivo, acabó su dichosa vida en Marrakech el
24 de mayo de 1631. (J. M. Pou y Martí, Martirio y beatificación del B. Juan de
Prado, restaurador de la Misiones de Marruecos, en Archivo
Ibero-Americano 14 [1920] 323-343)
25 de mayo
Gerardo
de Villamagna (1174-1270)
El beato Gerardo Mecatti, de la Orden Franciscana Seglar, nace en Villamagna
(Toscana. Italia). Huérfano a los doce años, reparte sus bienes a los pobres.
Viaja dos veces a Palestina para visitar los Santos Lugares. Es apresado por
los turcos, salvando su vida de milagro. Como también lo es cuando viaja a
Siria por los ataques de los piratas. En la segunda estancia en Palestina se
dedica a la oración y atención a los pobres y peregrinos. Después de residir
siete años en Tierra Santa, busca en Italia a San Francisco, recibe de él el
hábito de terciario, y se dedica a la oración en una capilla cercana a
Villamagna. Construye un oratorio dedicado a la Virgen María en lo alto de la
colina del Encuentro, guardada en la actualidad por un convento edificado por
San Leonardo de Porto Mauricio. Muere el 25 de mayo de 1270 a la edad de 96
años. El papa Gregorio XVI aprueba su culto el 18 de marzo de 1833.
Común de
Santos Varones, p. 1890
Común
de Santos Varones
Oración.
Señor Dios, tú nos has revelado que toda la ley se compendia en el amor a ti y
al prójimo; concédenos que, imitando la caridad del beato
Gerardo Mecatti,
podamos ser un día contados entre los elegidos de tu reino. Por nuestro Señor
Jesucristo.
Lecturas
«El Señor
es clemente y misericordioso»
En el discurrir de la vida,
experimentamos toda clase de pruebas y tentaciones, además de gozos y alegrías,
aunque siempre tenemos más presentes aquellos momentos de dolor y sufrimiento.
Quien confía en el Señor, encuentra un brazo poderoso que sostiene, fortalece y
defiende la existencia. En el ámbito interior le encontramos clemente y
misericordioso con nuestros pecados; en el exterior nos abre camino frente a
los enemigos; y cuando aparentemente calla o nos prueba, siempre está a nuestro
lado.
Lectura
del libro del Eclesiástico 2,7-11
Salmo responsorial Sal 36,3-4. 27-28.39-40
El
creyente confía en la retribución del Señor, sobre todo cuando la vida se
conduce según su voluntad. Él, justo, destruirá a los malvados y premiará a los
que obedecen a sus leyes. Esta justicia se contempla en la historia humana. De ahí
que se recomiende una y otra vez ajustar la vida a la Alianza del Señor y al
cumpliendo de sus mandamientos.
V. Quien confía en el Señor es
estable para siempre
R. Quien confía en el Señor es estable para siempre
Aleluya Lc 21,36
Aleluya.
Aleluya.
«Estad
despiertos en todo tiempo,
pidiendo
que podáis escapar de todo lo que está por suceder
y
manteneros en pie ante el Hijo del hombre»
Aleluya
Evangelio
«También
vosotros estad preparados»
Una de
las características de la oración de Jesús es la vigilancia. Ella nos mantiene
despiertos ante la venida del Señor, que puede suceder en cualquier momento. La
ausencia del Señor en la vida hace que valoremos las cosas inútiles, o nos
centremos en resolver problemas que no afectan realmente al sentido global de
la vida humana. Por eso mantener la expectativa de su venida inminente obliga
al creyente a ver la existencia desde la posición del Señor, lo que hace
posible el encuentro definitivo con Él, porque lo reconoceremos para siempre en
la vida sin fin.
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 12,35-40
Para meditar
Amemos a Dios y adorémoslo con corazón
puro y mente pura, porque él mismo, buscando esto sobre todas las cosas, dijo: Los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad (Jn 4,23).
Pues todos los que lo adoran, lo deben adorar en el Espíritu de
la verdad (cf. Jn 4,24). Y digámosle alabanzas y oraciones día y noche (Sal
31,4) diciendo: Padre nuestro, que estás en el cielo (Mt 6,9), porque es
preciso que oremos siempre y que no desfallezcamos (cf. Lc 18,1).
Ciertamente debemos confesar al
sacerdote todos nuestros pecados; y recibamos de él el cuerpo y la sangre de
nuestro Señor Jesucristo. Quien no come su carne y no bebe su sangre (cf. Jn
6,55. 57), no puede entrar en el reino de Dios (Jn 3,5). Sin embargo,
que coma y beba dignamente, porque quien lo recibe indignamente, come y bebe
su propia condenación, no distinguiendo el cuerpo del Señor (1 Cor 11,29),
esto es, que no lo discierne. Además, hagamos frutos dignos de penitencia
(Lc 3,8). Y amemos al prójimo como a nosotros mismos (cf. Mt 22,39). 27Y
si alguno no quiere amarlo como a sí mismo, al menos no le cause mal, sino que
le haga bien. (Segunda Carta a
los Fieles de San Francisco, 19-27).