MISERICORDIA
«CARTA A UN MINISTRO» DE SAN FRANCISCO
IX
2.3.- Todo es gracia
El dinamismo de entrega del Señor,
expresión de su generosidad y poder, se ha revelado y situado en la historia de Jesús. El Evangelio es el
desarrollo de la benevolencia divina, que la deletrea Jesús cuando va a Nazaret
a proclamar el año de gracia del Señor: «El Espíritu
del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a
los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a
poner en libertad a los oprimidos» (Lc 4,18-19).
Pablo encierra a todo el mundo en
rebeldía (cf. Rom 3,9-20), para que todos necesiten la gracia divina, y todo
vuelva a partir, como en la creación, de Él; ahora de Él en su Hijo: «… ya que todos pecaron y están privados de la
gloria de Dios, y son justificados de balde por su gracia, mediante la
redención realizada en Cristo Jesús»[3]. Ni la
obediencia a la Ley, ni la justicia retributiva a las obras morales ajustadas a
la dignidad humana son suficientes para la salvación, o para extirpar el pecado
en el hombre. La justicia graciosa del Señor es única, favorable por entero al
pecador, que unidas a la verdad y fidelidad divinas arrancan al pecador de su
injusticia, mentira e infidelidad. Y
Dios en Cristo concede la salvación como un don, como un regalo, sin mediar
esfuerzo alguno humano, «de balde», «gratis». Dios da un veredicto favorable no
a los justos, sino a los pecadores, para hacerlo ontológicamente justos. No es
una declaración; es un hecho divino de gracia, que recrea de una manera
completa a los bautizados: «Si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo
viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo»[4] Es pura misericordia lo que está afirmando
Pablo, cuyo origen no es otro que el mismo Dios que salva en Cristo, sustituto
de la Ley. El camino de la bondad; la posibilidad misma de vivir y vivir para
siempre es gracia. Por eso Francisco afirma rotundamente al Ministro: todo es
gracia[5]. Pablo y Francisco lo demuestran en sus
propias experiencias creyentes.
[1] Cf. Rom
3,24; 5,2; 6,4; 8,3-4; 11,5-6; Gál 2,20ss; Flp 2,8ss; etc.; L. Boff, Gracia y liberación del hombre. Madrid 19873; A. Ganoczy, De su plenitud todos hemos recibido. Barcelona 1991; J.I. González Faus, Proyecto hermano. Visión creyente del hombre. Santander 1987; L.F. Ladaria, Teología del pecado original y de la gracia. Madrid 1993; W. Pannenberg, Antropología en perspectiva teológica. Salamanca 1993; K. Rahner, La gracia como libertad. Breves aportaciones teológicas. Barcelona
1972; J.L. Ruiz de la Peña, El don de Dios. Santander 1991.
[2]
Cf. Gén 6,8; 39,21; Éx 3,21; 11,3; 12,36; 33,12-13.16; etc.
[3] Rom 3,21-26;
cf. 8,32; Gál 3,28; 2Cor 13,13; etc.;
cf. A.M. Buscemi, Lettera ai Galati. Commentario esegetico.
Jerusalem 2004; S.
Légasse, L’épître aux Romains.
Paris 2002; E. Lohse, Der Brief an die Römer. Göttingen 2003;
R. Penna, Carta a los Romanos. Estella (Navarra) 2013; U. Wilckens, La Carta a los romanos. I-II. Salamanca
2007.
[4]
2Cor 5,17; cf. Gál 6,15: «Pues lo que cuenta no es la circuncisión ni la
incircuncisión, sino la nueva criatura».
[5] Cf. Rom 5,5.19; 6,1-11; 8,14-17;
Gál 4,5-6; etc.
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