martes, 28 de enero de 2014

Lbros. Las Bienaventuranzas

          Las bienaventuranzas, una contracultura que humaniza

De Luis González-Carvajal


                                               Por F. Martínez Fresneda

El texto es un comentario exegético y pastoral de las bienaventuranzas. Intenta el autor ser fiel al texto bíblico y, a la vez, «que resulte interpelante para quienes tratamos de seguir a Jesús en una situación histórica que quizás no sea más crítica que otras, pero a nosotros nos parece erizada de dificultades» (12).  
El programa de vida cristiana que nos ofrece Jesús tiene dos redacciones, que ha transmitido la tradición: en el sermón de la llanura de Lucas y en el del Monte de Mateo (20-21). Seguramente la tradición  fijó las cuatro ―o tres, según algunos exegetas― primeras bienaventuranzas de Lucas, que son comunes a Mateo. Por su parte, Lucas habría añadido las maldiciones y Mateo las cuatro restantes, porque la novena es un desdoblamiento de la octava. La felicidad prometida por Jesús no sólo se reduce a la vida futura exclusivamente, quedando en la historia sólo la alegría de la recompensa ofrecida, sino que comienza ya en la historia al insertarse el bautizado en la nueva vida donada por Dios en Cristo Jesús.
Para Lucas y Mateo son bienaventurados los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, y malditos los ricos, los saciados y los que ríen, en el sentido de que poseen cosas a costa de la pobreza, el hambre y la desgracias de los demás. Por eso son malditos. Atina el autor al decir que con respecto al hambre no se refiere Jesús a los ayunos judíos o a las dietas actuales  que hacen a las personas sentir apetito; por el contrario, hambre es cuando los músculos se deshacen y la vida se escapa de nuestras manos (38).
Mateo añade a la primera bienaventuranza, que tiene en común con Lucas, «pobres de Espíritu», que son los pobres ante Dios, el resto de Israel, sobre el que recae las promesas mesiánicas, y los que han elegido ser pobres, porque es la mejor manera de leer la voluntad de Dios con relación a las relaciones con los demás. Los «mansos» son los no violentos. Jesús adoctrina bien a sus discípulos al respecto: «Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente,….». Los que «lloran» son consolados por Dios y, de esta forma, están capacitados para compartir las desgracias de los demás, es decir, consolar. «Hambre y sed de justicia» no se refiere a la justicia social, que en el AT está unida a «derecho y justicia», sino a cumplir la voluntad de Dios: saber que quiere el Señor sobre cómo debemos comportarnos con los demás. «Misericordia» es tener corazón con los desgraciados. Y Dios es muy rico en esta actitud, y le debemos imitar en un doble sentido: ayudar a los que lo necesitan y perdonando a los demás (116). «Limpios de corazón». El Señor mira al corazón, que es el centro unificador del ser humano. Por eso nos aconseja amarle con todo nuestro corazón. Y un corazón puro es un corazón lleno de bondad, capaz de «ver a Dios», que es plena bondad; y para ello es necesaria la oración. También se dice felices a los que «trabajan por la paz», es decir la reconciliación (cf. San Francisco y la paz, PPC, Madrid 2007). La última bienaventuranza refiere la persecución de los discípulos de Jesús, experiencia que él también la padeció, y en Mateo le precede «los perseguidos por causa de la justicia», que vienen a ser la misma bienaventuranza. Son los mártires por seguir y confesar a Cristo como el único camino que conduce al Padre, que es la fuente de la dignidad y salvación humana. Lo contrario, ser bien amados por todos, es lo que realmente crea sospecha de que estamos fuera del camino que nos indica Jesús para acompañarle y encontrar al Señor.

Sal Terrae, Santander 2014, 183 pp., 13 x 20 cm. (El Pozo de Siquem 324).


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