Las
bienaventuranzas, una contracultura que humaniza
De Luis González-Carvajal
Por
F. Martínez Fresneda
El
texto es un comentario exegético y pastoral de las bienaventuranzas. Intenta el
autor ser fiel al texto bíblico y, a la vez, «que resulte interpelante para
quienes tratamos de seguir a Jesús en una situación histórica que quizás no sea
más crítica que otras, pero a nosotros nos parece erizada de dificultades»
(12).
El
programa de vida cristiana que nos ofrece Jesús tiene dos redacciones, que ha
transmitido la tradición: en el sermón de la llanura de Lucas y en el del Monte
de Mateo (20-21). Seguramente la tradición
fijó las cuatro ―o tres, según algunos exegetas― primeras
bienaventuranzas de Lucas, que son comunes a Mateo. Por su parte, Lucas habría
añadido las maldiciones y Mateo las cuatro restantes, porque la novena es un
desdoblamiento de la octava. La felicidad prometida por Jesús no sólo se reduce
a la vida futura exclusivamente, quedando en la historia sólo la alegría de la recompensa
ofrecida, sino que comienza ya en la historia al insertarse el bautizado en la
nueva vida donada por Dios en Cristo Jesús.
Para
Lucas y Mateo son bienaventurados los pobres, los que pasan hambre, los que
lloran, y malditos los ricos, los saciados y los que ríen, en el sentido de que
poseen cosas a costa de la pobreza, el hambre y la desgracias de los demás. Por
eso son malditos. Atina el autor al decir que con respecto al hambre no se
refiere Jesús a los ayunos judíos o a las dietas actuales que hacen a las personas sentir apetito; por
el contrario, hambre es cuando los músculos se deshacen y la vida se escapa de
nuestras manos (38).
Mateo
añade a la primera bienaventuranza, que tiene en común con Lucas, «pobres de
Espíritu», que son los pobres ante Dios, el resto de Israel, sobre el que recae
las promesas mesiánicas, y los que han elegido ser pobres, porque es la mejor
manera de leer la voluntad de Dios con relación a las relaciones con los demás.
Los «mansos» son los no violentos. Jesús adoctrina bien a sus discípulos al
respecto: «Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente,….». Los que
«lloran» son consolados por Dios y, de esta forma, están capacitados para
compartir las desgracias de los demás, es decir, consolar. «Hambre y sed de
justicia» no se refiere a la justicia social, que en el AT está unida a
«derecho y justicia», sino a cumplir la voluntad de Dios: saber que quiere el
Señor sobre cómo debemos comportarnos con los demás. «Misericordia» es tener
corazón con los desgraciados. Y Dios es muy rico en esta actitud, y le debemos
imitar en un doble sentido: ayudar a los que lo necesitan y perdonando a los
demás (116). «Limpios de corazón». El Señor mira al corazón, que es el centro
unificador del ser humano. Por eso nos aconseja amarle con todo nuestro
corazón. Y un corazón puro es un corazón lleno de bondad, capaz de «ver a
Dios», que es plena bondad; y para ello es necesaria la oración. También se
dice felices a los que «trabajan por la paz», es decir la reconciliación (cf. San
Francisco y la paz, PPC, Madrid 2007). La última bienaventuranza refiere la
persecución de los discípulos de Jesús, experiencia que él también la padeció,
y en Mateo le precede «los perseguidos por causa de la justicia», que vienen a
ser la misma bienaventuranza. Son los mártires por seguir y confesar a Cristo
como el único camino que conduce al Padre, que es la fuente de la dignidad y
salvación humana. Lo contrario, ser bien amados por todos, es lo que realmente
crea sospecha de que estamos fuera del camino que nos indica Jesús para
acompañarle y encontrar al Señor.
Sal
Terrae, Santander 2014, 183 pp., 13 x 20 cm. (El Pozo de Siquem 324).
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