IV
DOMINGO. CICLO A
Del evangelio de Mateo 5,1-12
En aquel tiempo, el ver Jesús el gentío,
subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos, y él se puso a
hablar enseñándoles:
1.- Dichosos los pobres en el espíritu
porque de ellos es el reino de los cielos.
2.- Dichosos los sufridos
porque ellos heredarán la tierra.
3.- Dichosos los que lloran
porque ellos serán consolados.
4.- Dichosos los que tienen hambre y sed
de justicia
porque ellos quedarán saciados.
5.- Dichosos los misericordiosos
porque ellos alcanzarán misericordia.
6.- Dichosos los limpios de corazón
porque ellos verán a Dios.
7.- Dichosos los que trabajan por la paz
porque ellos se llamarán "los hijos de Dios".
8.- Dichosos los perseguidos por causa
de la justicia
porque de ellos es el reino de los cielos.
9.- Dichosos vosotros cuando os insulten
y os persigan y os calumnien de
cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque
vuestra
recompensa será grande
en el cielo
1.- Jesús anuncia que el Reino
pertenece a los pobres, a los hambrientos y a los que lloran, por eso son dichosos, o bienaventurados. Declara las paradojas como si fuera un nuevo
Moisés que desciende del Sinaí revestido de autoridad. Así proclama el nuevo
proyecto de Dios sobre su pueblo, que son «palabras de vida» (Hech 7,38).
Las cuatro primeras
Bienaventuranzas son una proclamación de la inminencia de la llegada del Reino,
siguiendo la declaración de Is 61,1-2 de la intervención liberadora de Dios
sobre los pobres, hambrientos y afligidos al final de los tiempos. Copian la
corriente del Antiguo Testamento de que Dios sale en defensa de los que sufren,
transforma su penosa situación y les regala una vida llena de gozo. Jesús
anuncia la buena noticia del cambio en el espacio de los marginados y, por
consiguiente, les crea una esperanza de salvación. Y dicho anuncio lo ratifica
con su conducta, cuyo estilo de ser es una verdadera revelación de la bondad salvadora
de Dios. Lo que se advierte en las cuatro Bienaventuranzas es la nueva
disposición de Dios que recrea para bien la situación de los que sufren por
cualquier causa.
2.- La primera
exigencia del Reino es la misericordia (5ª). Dios se presenta misericordioso
con los necesitados y con los pecadores y esta conducta divina determina los
comportamientos de los justos y constituye una de las actitudes fundamentales
de Jesús que simboliza la presencia del Reino. Usa de la misericordia con los publicanos,
con los enfermos y los pecadores. Por eso afirma su prioridad sobre el
sacrificio e identifica la relación de amor de Dios con los hombres.
Los limpios de corazón (6ª) recuerdan a aquellos que colman la profunda
aspiración del creyente judío de estar purificado de toda idolatría para
mantener una relación íntegra con Dios en contra del formalismo y la impureza.
De ahí la promesa del encuentro definitivo con Dios: «verán a Dios», no de
contemplación estática, sino de comunión
de vida. El acceso a Dios es el final de la sintonía, no exenta de opacidades,
que sucede en el tiempo entre Dios y el creyente, tanto en la oración personal,
como en la oración en común en el templo tributándole el culto debido.
Bendito es quien favorece la paz y el amor (7ª). La paz, como don
de Dios y como quehacer humano, junto con el amor y el honor debido a los
padres, es una condición de cuando se inaugure por completo el Reino de Dios,
que permanece en el mundo futuro, y es allí donde se revelará la dimensión
filial por la que todo viviente participará de la vida propia de Dios. Por eso
los que trabajan por la paz, en cuanto actividad divina, «se llamarán hijos de
Dios».
3.- La persecución por la justicia o por
cualquier causa reproduce la misma condición de sufrimiento que la de los pobres, los hambrientos y los que lloran
(8ª-9ª). Sin embargo se expone aquí el futuro para unos cuantos cuyo
sufrimiento se les retribuirá al final frente al presente de la pobreza. La
causa de la persecución es la fidelidad a Jesús; como él fue rechazado, también
lo son sus discípulos. Pero es preferible esta situación límite, que Mateo apostilla
«con falsedad», antes que el halago, pues como Dios resucitó a Jesús, también
puede cambiar a su discípulo la desdicha en dicha, la pena en alegría. Otra vez
las circunstancias se invierten, pero sin revancha por parte de los perseguidos
sobre sus perseguidores. El gozo interior que entrañan estas experiencias
negativas proviene de la conciencia de que Dios les va a recompensar y no del
valor que comportan dichas incomprensiones: «Saltad entonces de alegría, que
vuestro premio en el cielo es
abundante» (Lc 6,23).
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