DOMINGO XXV (B)
Lectura
del santo Evangelio según San Marcos 9,29-36.
En
aquel tiempo, instruía Jesús a sus discípulos. Les decía: -El Hijo del Hombre
va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto,
a los tres días resucitará. Pero no entendían aquello, y les daba miedo
preguntarle.
Llegaron
a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: -¿De qué discutíais por el
camino? Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el
más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: -Quien quiera ser
el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Y acercando a un
niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: -El que acoge a un niño
como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a
mí, sino al que me ha enviado.
1.- Texto. Marcos crea una escena durante un viaje de Jesús y sus
discípulos, que termina en Cafarnaún, después del segundo anuncio de la pasión
(Mc 9,30-32); la conclusión la repetirá en el capítulo siguiente con el párrafo
dedicado a Juan y Santiago, cuando le piden ocupar los puestos más relevantes
del futuro reino: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a
tu izquierda» (Mc 10,37).— Jesús zanja la discusión de los discípulos con una
frase: «el primero será el servidor de todos», y un símbolo: situar a un niño
en el centro de la comunidad del discípulado. El significado del gesto de amor
de Jesús reafirma la enseñanza previa al dicho del servicio: la debilidad y la
insignificancia social que manifiesta la niñez, contra el poder
político-militar y relevancia económica de los jefes y poderosos, es la que
encarna la dignidad de Jesús.
2.- Mensaje.- Jesús enseña
con su vida y ministerio dónde está la
presencia del Reino, como enviado o embajador o representante del Padre. Cambia
la ambición por el servicio, que es la expresión externa de la relación de
amor, fundamento de la formación del grupo. El servicio puede llevar, además de
la destrucción de la soberbia, que separa y enfrenta a los humanos, a dar la
vida, al menos, a ponerla en riesgo. Si esta entrega se funda en el amor,
entonces se trueca en salvación de aquellos a los que sirve. Salvar es liberar por
dinero de la pena de muerte, hacer recuperar una tierra perdida, devolverle la
libertad a un pobre vendido como esclavo. Se trata de las repercusiones
humanizantes de unas relaciones de amor concretadas como servicio y entrega
mutuas.
3.- Acción.
Las
condiciones que Jesús nos pone para entrar en el Reino son las mismas que
entonces: sufriremos persecuciones y
padecimientos (Irak, Libia, Siria, la descalificación silenciosa del mundo occidental, etc.), pero, precisamente por eso, seremos bienaventurados:
«Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos
vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y
proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos
ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.» (Lc 6,22). La condición de ser débiles, que no
poderosos; obedientes al Señor y no darle la espalda buscando nuestros
intereses en contra del bien ajeno; sencillos, para no crearnos una vida
complicada y artificial, que no corresponda a la verdad y a la realidad
personal y social. Todo ello, como los niños. Ser serviciales con todos,
haciendo el bien a los pobres y necesitados de cualquier bien de la vida. En 25
años hemos logrado reducir la mortalidad infantil un 53%, aunque aún mueran de
hambre casi seis millones de niños. Hay que seguir luchando…
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