sábado, 22 de noviembre de 2014

Los misterios de la vida de Cristo

                                                       Los misterios de la vida de Cristo
                                      en predicadores franciscanos del Siglo de Oro (1545-1655)                              

                                                             Francisco Henares Díaz
                                                             Instituto Teológico de Murcia OFM
                                                             Pontificia Universidad Antonianum

                                   

                                    Por Vicenzo Battaglia
                                    Facultad de Teología
                                    Pontificia Universidad Antonianum
                                   



V. Battaglia
En este ensayo, Francisco Henares Díaz ha puesto en práctica su competencia en el campo de la filología, de la literatura, de la historia, de la oratoria sacra y de la teología, creando un estudio muy interesante y original acerca de los predicadores franciscanos del llamado Siglo de Oro español centrando la investigación sobre todo en cómo han ilustrado, en sus sermones, los misterios de la vida de Cristo, y cómo han sabido unir junto a la enseñanza doctrinal, acompañada de oportunas aplicaciones morales, un apasionante influjo espiritual y pastoral. Estrechamente unida a Jesucristo está su Madre, la Inmaculada Virgen María, los contenidos sobre temas mariológicos tratados por los predicadores franciscanos españoles contribuyen a enriquecer ulteriormente la exposición hecha por el autor. Gracias a su cualidad de investigador laborioso y de estudioso experto – que lo han llevado a producir ya varios libros y artículos científicos; recordemos por ejemplo las publicaciones inherentes a la historia y a la literatura del Sureste español- Francisco Henares Díaz pone a nuestra disposición los frutos de una intensa investigación, conducida de modo riguroso, bien bajo el perfil metodológico, bien bajo el perfil argumentativo, coronando así también un ciclo de estudios académicos con la consecución del doctorado en teología, en la especialización de Dogmática en la Pontificia Universidad Antonianum.                                     
La exposición amplia, bien articulada,  bien documentada, queda organizada en cinco partes, abarca 24 capítulos, y confirma la extensión y la riqueza tanto del material bibliográfico, buscado meticulosamente en los archivos y en las bibliotecas, cuanto de los oradores traídos a examen. La primera parte pone a nuestra disposición un tratamiento ejemplar sobre la retórica practicada en el período histórico elegido, que está comprendido entre el  Concilio de Trento y el siglo XVII. El autor describe con tino el género literario y homilético de los sermones; presenta las fuentes (de la Sagrada Escritura hasta las mismas crónicas locales), los predicadores, y  las circunstancias en las cuales los sermones se pronunciaban. A partir de la segunda parte se pone a disposición de los estudiosos una documentación tanto perspicua cuanto preciosa, ya sobre la vida y sobre la actividad oratoria de numerosos predicadores, ya sobre contenidos doctrinales, espirituales y formativos de sus sermones. El título dado a la segunda parte resume bien estos contenidos y los objetivos que la justifican: “Docere, delectare, movere: predicadores más significativos y su enseñanza teológica. Entre doctrina y experiencia espiritual”. Los tres vocablos, docere, delectare, movere resaltan no sólo la finalidad pastoral de la actividad oratoria, sino también la capacidad, la preparación y las dotes que los predicadores debían poseer para desarrollar un ministerio que era y resulta siempre vital en la historia y en la vida de la Iglesia. Docere, delectare, movere son tres palabras fundamentales para subrayarlas y valorarlas adecuadamente. Señalan, además, con una cierta precisión iluminadora, dos componentes de una metodología que, en realidad, no caracteriza sólo a la oratoria sacra, sino al arte de la reflexión sobre el misterio cristiano en cuanto tal, en sentido general. Los dos componentes son la via veritatis y la via amoris.  Estas dos llevan adjuntas una tercera, que indicaremos más adelante.                                      
Los predicadores franciscanos españoles del Siglo de Oro eran conscientes, antes de nada, de ser maestros y formadores del pueblo de Dios; lo debían guiar bajo la via veritatis, bajo la vía de la verdad que salva, revelada definitivamente por Cristo Jesús. Henares Díaz demuestra de manera convincente este primer aspecto: la centralidad, en efecto, del misterio de Jesucristo y de los misterios de su vida, desde la Encarnación a la Pascua y a la Parusía. Esta centralidad emerge como un dato doctrinal característico tanto de la enseñanza impartida por los predicadores, cuanto de su experiencia espiritual. Y ¿dónde lo han conseguido si no, ante todo, de la Sagrada Escritura, del conocimiento y de la meditación asidua de los relatos evangélicos? Además, ¿dónde se encuentran y se celebran los misterios de la vida de Cristo, sus palabras y sus obras, si no particularmente en la liturgia, en la celebración del año litúrgico con sus tiempos y sus fiestas?  El autor  hace notar muy oportunamente, que estos son los contextos, que estas son las fuentes perennes e inextinguibles que han alimentado el arte oratorio de los predicadores franciscanos. “No tiene la oratoria sacra que ir muy lejos a buscar el agua viva. Más aún: esa oratoria es un hilar y rehilar el evangelio una y otra vez. Los sermonarios son la ilustración viva de que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (pág. 55). A este propósito dirijo al lector sobre todo a la quinta parte del libro, intitulada: “Los misterios de la vida de Cristo y la vivencia espiritual del año litúrgico”, que responde, entre otras cosas, al intento de querer delinear una “reescritura de un mismo texto evangélico contemplado desde varios oradores concretos, comparando a cada cual con los demás”. (pág. 519).                 

          La via veritatis, después, solicita y alimenta también un adecuado recurso a la via amoris. Son numerosas las ocasiones en la cuales Henares Díaz  señala cómo los predicadores buscaban suscitar y expresar más intensamente la sensibilidad afectiva de sus oyentes, conduciéndolos también a compartir los sentimientos de Cristo, al igual que los sentimientos de su Madre. Señalo sólo un ejemplo, pero muy iluminador: el capítulo 22, en el cual nos son presentados los sermones que tienen que ver con la Pasión del Señor Jesús y la pasión de la Virgen María. Aquí, como en otros lugares del texto, se deduce que la doctrina  y la sensibilidad afectiva pertenecen al registro de una reflexión de naturaleza sapiencial, en la cual se entrecruzan en sinergia el “saber” y el “sabor”, el saber que mira al conocimiento de la verdad y el sabor que mira al gusto producido por el amor.                                              
Melchor de Huélamo
En tercer lugar, el recorrido temático del volumen puede ser comparado a una exposición de obras pictóricas. Visitando una exposición se atraviesan varias salas y se nos empuja a detenernos a admirar, unos tras otros, los cuadros expuestos para entrar en sintonía con la sensibilidad de los artistas y para tratar de comprender, de apreciar y de degustar cuanto han querido expresar a través de sus cuadros, incluida la tonalidad de los colores. Leyendo la obra compuesta por Henares Díaz, a medida que se avanza, se entra en contacto con un mundo, el de la oratoria sacra, que nos enseña, progresivamente, a sumergirnos siempre más en la misteriosa profundidad de Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios y Salvador del mundo. Esta enseñanza se nos ofrece por muchos predicadores de los cuales Henares Díaz, en su papel de guía sabio y experto, hace conocer los rostros, las vicisitudes y la actividad oratoria. Y son personajes de los cuales, quizás, en la mayor parte de los casos, se ignoraba hasta la existencia. El autor los ha hecho salir de los archivos  de las bibliotecas y los ha presentado – los ha puesto en exposición- preparando con su texto una galería de arte. Pasan así delante de nosotros, o mejor tenemos la oportunidad de poder encontrar y escuchar oradores como fray Antonio de Guevara, fray Francisco de Osuna, los “Cinco Diegos” (a los cuales está dedicada la tercera parte de la obra), fray Juan de los Ángeles (el primero de la reseña delineada en la parte cuarta que repasa una serie de predicadores activos entre el siglo XVI y XVI), Melchor de Huélamo, Alfonso Sanzones, Felipe Ruiz, Alonso Lobo  y muchos otros. Quien quisiere documentarse todavía más, encuentra en el Apéndice un catálogo de los predicadores franciscanos españoles e italianos que han trabajado entre los años 1545-1650.                                                                       
He utilizado aposta la imagen de la galería de arte porque esta publicación tiene mucho que ver también con la via pulchritudinis, la tercera componente  de la metodología señalada antes. Teniendo en cuenta la prospectiva enunciada de los tres vocablos mencionados más atrás, docere, delectare, movere, se puede valorar adecuadamente la intrínseca componente estética del arte oratorio, igualmente bajo el perfil de la técnica. Es mérito del autor haber puesto en candelero la interdependencia armoniosa entre la belleza del saber hablar al pueblo de Dios y la belleza de los contenidos propuestos por el predicador, respecto de la contemplación de Jesucristo, fuente de toda belleza. El predicador, por tanto, buscaba representar, escenificar de manera eficaz delante de los ojos, de la mente y del corazón de sus oyentes los distintos misterios de la vida de Cristo, para conmover con la contemplación creyente y amorosa de su Señor y Salvador. En el contexto del capítulo segundo, en el cual viene explicada la técnica de composición de un sermón, se lee esta observación iluminadora: “Desde la visualización de los misterios de Cristo, inexplicable resulta la dramatización del sermón sin las figuras retóricas que lo hacen posible. Una de ellas pintar para los oídos, es decir, predicar a los ojos, el pincel de la lengua, la plasticidad en la que es maestro buena parte del sermonario clásico” (pág. 59). Entre los muchos ejemplos, señalo el que mira al coloquio de Jesús con la Samaritana, comentado por Diego de la Vega; aquí se habla de belleza de la conversión (pág. 383). En la recapitulación final, después, el autor sostiene que “no hay sermonarios que no hablen de la via pulchritudinis, del alma que pretende volar más alto, porque el vuelo bajo nunca sacia” (pág. 654). Este subrayado acerca de la experiencia espiritual, sobre la vida de comunión con Cristo Jesús a la cual aspira el alma empujada de un amor de naturaleza esponsal, corona en último análisis la aportación doctrinal y formativa ofrecida por los predicadores franciscanos del Siglo de Oro.                                                                                                                                         
Al concluir esta presentación, querría subrayar, por encima de todo, que el estudio de Henares Díaz presenta, entre sus muchos valores, también el de poner a disposición de los lectores y de los estudiosos una reflexión científica que conduce a apreciar la intrínseca relación armoniosa entre la via veritatis, la via amoris y la via pulchritudinis. Son los tres componentes esenciales del modo cristiano de acercarse a los misterios de la fe, concentrados en el misterio de Jesucristo. La práctica de esta metodología es vital, ante todo para la predicación, que está al servicio de la evangelización. Si se quisiera proponer una síntesis en prospectiva metodológica, se podría sugerir la siguiente hipótesis de trabajo: la via veritatis y la via amoris confluyen en último análisis en la via pulchritudinis.  La Belleza, efectivamente, como se deduce tanto de la historia de la cultura como de la historia del pensamiento cristiano, es esplendor de la Verdad y del Bien/del Amor: la Belleza es tal, es fascinante, sólo cuando y sólo porque ahonda las raíces en la Verdad y en el Amor y los irradia.              
En fin, me parece importante y del todo pertinente afirmar que el texto de Henares Díaz reclama la atención sobre la perenne validez de la tarea que la predicación desarrolla al servicio de la evangelización. Pero para que sea verdaderamente fructuosa y eficaz, la predicación debe alimentarse, antes de todo, en la fuente perenne de la Sagrada Escritura, y exige una preparación seria, rigurosa, adecuada. La reciente exhortación apostólica Evangelii gaudium del papa Francisco recuerda, según la perenne tradición de la Iglesia  que “la Sagrada Escritura es fuente de evangelización. Por tanto, urge formarse continuamente a la escucha de la Palabra. La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente evangelizar” (númº. 174). Los predicadores franciscanos españoles del Siglo de Oro eran conscientes y nos lo enseñan.

 Ed. Espigas/Ediciones Instituto Teológico OFM (Univ. Pontificia Antonianum), Murcia 2014, 762 pp., 17 x 24 cm. (ITM. Serie Mayor 60).


  


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