Francisco de Asís
y su mensaje
V
Francisco
de Asís y la historia del hombre
Hagamos un poco de historia. La Tierra
se forma hace unos
4.540 millones de
años y el hombre 200.000 años como
animal inteligente. Su potencia intelectual es equivalente al de la actualidad,
pero para desarrollarla necesitó miles de años. Por más que haya avanzado la ciencia, todavía no se puede explicar con
seguridad la cadena que une el nacimiento y las diferentes etapas de la vida.
Lo cierto es que la evolución muestra que los seres vivos formamos parte de un
orden que se inscribe en la historia de la Tierra. En la lenta y constante
evolución de la vida se establece una «raza/phylon» cuya composición proviene
de la evolución de unos organismos interdependientes originados de una misma
forma fundamental. Se separan en un tiempo los homínidos no humanos y los
homínidos humanizados. Sin adentrarnos en el porqué de esta separación, lo
importante es que se produce un proceso genético en el que se comprueba la
evolución de unas formas antiguas en otras nuevas por la transformación de
aquellas, y que, en parte, permanecen en las que se originan como nuevas. La
innovación genética resultante depende esencialmente de la anterior que
subsiste en el nuevo ser pero transformada. La transformación de las estructuras
morfológicas prehumanas deja en el camino elementos que ya no son básicos para
la supervivencia y aparecen otros nuevos que responden a las nuevas
posibilidades de vida que se generan de la nueva forma. El hombre, pues, nace
de un homínido prehumano. La causas de la evolución pueden ser físicas, si
provienen del medio ambiente, de las mutaciones génicas, aunque no se pueden
excluir otros factores como la competición, el dominio, el poder, etc., que
pertenecen al ámbito psíquico. En uno y otro caso, afectan a los genes del ser
que se origina. No estamos hablando de una intervención externa que provoque
una transformación cualitativa de la que resulte el hombre como animal
racional, como un tiempo se pensó que Dios insufla el alma en un momento determinado
de la evolución genética de los homínidos.
Establecido
el género «homo», éste se constituye por medio de diversos niveles que
comprenden la dimensión somática y psíquica.
La última etapa del género «homo» presenta dos especies humanas
inteligentes que coexistieron por un tiempo. La primera, «hombre de Neandertal», proviene del «homo
heidelbergensis» en el que evoluciona el «hombre erectus/ergaster». El «hombre
de Neandertal» no es el antepasado del «homo sapiens», sino una especie
paralela a ésta. Vive en Europa y Oriente Medio hace unos 230.000 años. La
segunda es el nombrado «homo
sapiens» y se encuentra con la anterior hace unos 90.000 años en el Próximo Oriente. Con el tiempo desaparece
el «hombre de Neanderthal», quizás hace unos 28.000 años. El «homo sapiens»,
nuestro antecesor, se expande desde Etiopía hacia Europa entorno a 45.000 años. Se ha encontrado una muestra de arte de hace unos
75.000 años, los primeros grafismos se dan entre 40.000 y 35.000 años y las
primeras escrituras entre 5.500 y 5.000 años. Esto quiere decir que hay una
evolución de una inteligencia que actúa en contacto con la realidad, de
aprehender las cosas como realidades, a otra con capacidad de abstracción. No
se necesita el contexto vital para el desarrollo de la naturaleza intelectiva
racional humana. La potencia del pensamiento abstracto que prueba el arte, la
lengua y la escritura demuestra que el hombre supera la etapa de la
inteligencia que procede sólo de estímulos exteriores y se expresa por signos.
El desarrollo de la inteligencia alcanza una dimensión en la que es posible la
conciencia de sí mismo y de su existencia en comunidad, busca medios para
mantenerla, defenderla y hacerla progresar. La imaginación le hace poblar e
interpretar lo desconocido y lejano con otra clase de seres superiores, a los
que venera para que le ayuden en la conservación de la vida, o le defiendan de
las acometidas de la naturaleza, tenidas como castigo de ellos. Así, pues, cree
en seres superiores y, por medio de ritos concretos, se pone en comunicación
con ellos. Quizás ciertas manifestaciones artísticas van en este sentido.
A
la lenta evolución física se contrapone la rápida evolución cultural.
Hace unos 20.000 años se dan grupos humanos que
encuentran parajes fértiles que se regeneran antes de ser consumidos. Hay
muestras en el noreste de África y en el actual Egipto. Entonces permanecen en
estos territorios para cultivarlos, fundamentalmente cereales, con lo que se
crean poblados: el hombre se hace sedentario. Se conservan restos de cabañas de
madera, adobe y piedra entre los años 15.000 y 10.000 en Palestina. A continuación el hombre es capaz de domesticar
animales y asegurarse la alimentación. Para mantenerlos debe ir en busca de
pastos, con lo que se alterna la vida sedentaria que exige la agricultura con
la nómada. Junto a la ganadería y la agricultura se trabaja la cerámica en
Palestina y Siria.
El
agrupamiento humano no se formaliza por medio de una suma de individuos, sino
que vive y se relaciona en unas instituciones que lo moldean con el tiempo: la
familia, el trabajo, la economía, las relaciones sociales, la religión, etc.;
ellas determinan la identidad a las personas dentro del grupo en el que viene a
la existencia. Estas instituciones entrañan tanto elementos físicos: los
alimentos, los vestidos, las construcciones, las herramientas para el trabajo,
etc.; como elementos simbólicos: las creencias, los valores, la comunicación,
el arte, las normas de convivencia, etc. Pero, a la vez, la cultura capacita al
hombre para reflexionar y ampliar el campo de su conciencia y libertad;
aprender y encarnar un conjunto de valores que dan consistencia al grupo,
haciendo posible actuaciones individuales y grupales que sobrepasan la vida
personal y colectiva de una o varias generaciones. Conforme se avanza en el
tiempo, y según sea el contexto espacial, o medio ambiental en el que se
desarrollan los grupos humanos, se acentúan unos u otros elementos que
constituyen los sentidos de vida de los pueblos. En definitiva, la cultura la
crea el hombre, y la crea de una forma consciente y libre, a diferencia de los
procesos de la naturaleza y de los animales, que obedecen a sus códigos
genéticos de conservación y reproducción dentro del marco evolutivo del mundo.
Los
acontecimientos que realizan los hombres que responden a los sentidos de vida
que establecen las culturas, cuando se ordenan, se relacionan entre sí y se les
proporciona un significado a partir de su propio contexto, se deduce que el
hombre no sólo es cultura, sino también historia. El hombre es un ser
inconcluso, se forma poco a poco y se hace en comunidad, perteneciendo a un pueblo
con sus estructuras culturales. El devenir humano narrado con los hechos del
pasado se mantiene en el tiempo cuando se reconstruyen, porque su
interpretación se hace siempre en un presente; pero no se queda aquí. La
comprensión de los acontecimientos remite a una tradición que se proyecta al
futuro si se abre a un horizonte universal en el que se contemple a toda la
humanidad caminando. Los escasos datos aportados de cómo evoluciona el hombre
es una muestra de ello; los mitos que las culturas elaboran para narrar el
origen de los pueblos, su fin y cómo debe transcurrir la existencia son un
símbolo de la conciencia de la vida humana, y el relato escrito de los
acontecimientos más importantes de las culturas es la prueba de que el ser
humano se realiza en el espacio y en el tiempo.
La
naturaleza con su devenir y ritmos permanentes que remiten a unas leyes
constantes y universales, por una parte, y la razón y la libertad humanas, por
otra, determinan el discurrir histórico del hombre y rompen el círculo cerrado
que traza la genética. Entonces la historia humana se puede entender como una
sucesión ininterrumpida de cosmovisiones parciales de los pueblos, absoluta en
sí misma cuando se experimenta, y relativa cuando se observa y narra desde otra
cosmovisión posterior. En la elaboración de estas cosmovisiones pueden
intervenir la libertad y la razón, o simplemente la historia humana se une a la
naturaleza y a su evolución a partir de estructuras surgidas del azar, cuyo
término puede ser la autoaniquilación, o la ausencia de energía, etc. El
cristianismo, por el contrario, tiene otra comprensión de la historia humana.
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