EL GOZOSO PLANETA REDIMIDO
(Reflexionando
sobre la Laudato si´)
Elena
Conde Guerri
Facultad de Letras
Universidad de Murcia
La
lectura de esta última Encíclica del Papa Francisco, rubricada la pasada
festividad de Pentecostés de este año, no sólo ofrece el regalo de la profunda
doctrina pontificia sobre el particular sino que evidencia el dinamismo y
universalidad del mensaje cristiano, que replantea problemas e inquietudes
vinculados al habitat no precisamente ignorados antes. La sensibilidad ante la
naturaleza violentada o, en su caso, mutilada por la avaricia humana ha sido
objeto de especial atención en varias producciones cinematográficas. Me gustará
recordar aquí algunas de las más impactantes aunque seguro que más de uno las
conoce. Los recursos naturales de la madre tierra, como fuente de explotación
despiadada para hacer
cash aun a costa de la integridad física y
moral de las personas, ha inspirado filmes como
Michael Clayton (2007), en que una poderosa empresa
agroquímica no tiene empacho en que los granjeros propietarios de esas tierras
se vayan envenenando o, más recientemente,
La
tierra prometida (2012),
donde un joven Matt Damon en el papel de un ejecutivo de una empresa de gas,
llega a un pueblecito de ganaderos para comprarles los derechos de perforación
de sus tierras. En ambas historias, los argumentos se van complicando y surgen
la enfermedad no buscada, la injusticia social, el quiebre de los derechos más
básicos de la persona y hasta el homicidio programado como hijos directos de lo
que se engendró sólo por codicia y por desprecio absoluto de la madre
naturaleza.
Ya en
El
informe pelícano (1993) se
planteaba en la ficción que el propio Presidente de los Estados Unidos conocía
la progresiva contaminación letal de la reserva de pelícanos y otras aves en la
desembocadura del Missisipi, sacrificadas ante la multimillonaria explotación
del petróleo allí existente. Pero no podía denunciarlo porque uno de los
principales magnates de los pozos había sufragado su campaña electoral.
Probablemente sensibilizado por estos hechos trasladados al mundo real,
Al Gore, Vicepresidente de USA bajo Bill Clinton, produjo en 2007 un documental
para alertar sobre la salvaguarda de los tesoros del planeta Tierra,
La hora 11, que obtuvo varios
galardones.
Pero, en lo que a mi respecta, fue La selva esmeralda, dirigida
por John Boorman en 1985, la película que me impactó profundamente, sin duda
por ser más audaz en abordar estas realidades en un tiempo que ya va quedando
lejano. La selva amazónica era el escenario elegido, donde el ecosistema
intacto antes de llegar el hombre industrializado y opresor facilitaba la
vida paradisiaca de las comunidades indígenas asentadas allí desde siempre. Se
intuía como una pervivencia de la virginal inocencia que sólo Dios pudo
infundir en la obra de su creación. La armonía se destruyó de modo despiadado
con la tala forestal. La naturaleza, la selva y sus bosques fueron obligados a
ser malos y, lo que resulta más triste, también entonces sus habitantes
conocieron la maldad del comportamiento de los presuntamente civilizados, la
inocencia original empezó a empañarse y los autóctonos fueron arrastrados al
mal. El mensaje es tan desolador cuanto instructivo y enlaza perfectamente con
las palabras del Papa Francisco que advierten de la situación de esquizofrenia
a la que pueden llevar ciertos comportamientos del hombre desatado que ignora a
Dios en su relación con lo creado. "El paradigma tecnocrático también
tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la política. La economía asume
todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar atención a
eventuales consecuencias negativas para el ser humano". (L. 109). En
una palabra, cuando el ser humano se constituye en dominador absoluto, se
desmorona la misma base de su existencia porque el hombre no puede suplantar a
Dios en la obra de la creación sino que es un colaborador de Dios. De otro
modo, provoca la rebelión de la naturaleza. (117).
Realidad bien tangible sobre la que el actual Obispo de Roma ha querido
insistir, no trazar un argumento
ex
cathedra y
ex novo ya que, como bien refiere, sus
predecesores en el pontificado no le fueron ajenos, desde Juan XXIII hasta
Benedicto XVI, cada uno según las circunstancias históricas que les tocó vivir
y la personalidad de cada cual. Desde la preocupación por los misiles
destructores hasta la valoración de la "
ecología cotidiana" (
147 ss.), muy del gusto del Papa emérito que, como buen alemán y esto lo digo
de mi cosecha, necesita un espacio privado y armonioso, lleno de serenidad,
para entregarse a su tarea teológica de seguir ahondando en el misterio
Trinitario, otro modo de gozar con el planeta creado ya que, en una de las
oraciones que cierra la Encíclica, Francisco dice: "
Señor Uno y Trino,
comunidad preciosa del amor infinito , enséñanos a contemplarte en la belleza
del universo, donde todo nos
habla de ti". Un
universo donde la más mínima sensibilidad puede ver reflejado a su Creador. En
los lirios del campo, en las aves del cielo, tan evangélicos, en las espigas y
en el pan cotidiano, en la vid y el vino, en el agua cristalina, esa "
hermana
agua que es muy útil y humilde y preciosa y casta" en la lírica
emotiva del Santo de Asís, y que como elemento sustancial vivificante tiene en
la
Laudato si un puesto de
honor. Porque, ¿qué está sucediendo a muchos hombres, al hombre elegido como
príncipe de la creación, cuando les falta o se les niega el agua potable?. La
debilidad de los organismos internacionales es palpable en estos problemas y el
cuadro de tantas personas,
en su mayoría migrantes
constreñidos
por la falta de nutrientes y la miseria, obligados según mi parecer a vivir en
un mínimo perímetro no superior al de dos baldosas (sea la arena de Ventimiglia
o las chatarras de algún vertedero de Méjico) se contempla tan sólo como un
lienzo lejano de recreación romántica, pero no como un obstáculo real para
sortear que afecta a la responsabilidad moral de todos. Es necesario, urgente,
volver a mimar a este planeta también redimido y "
reconciliarlo con la
creación" para que deje de gemir, máxime que algunos de sus elementos
naturales han sido incorporados a la liturgia de los Sacramentos y, asumidos
por Dios, se convierten en mediación de la vida espiritual.
Estamos en verano, vinculado tradicionalmente al descanso laboral. El calor es
sofocante cuando escribo estas líneas. ¿Cambio climático o venganza automática
de una naturaleza lesionada?. De cualquier modo, parece un tiempo propicio para
reflexionar sobre este aviso del Papa o para que los más valientes lean la
Encíclica completa. Les va a gustar. Les abrirá perspectivas y enlaces quizá
hasta este momento insospechados. He comenzado con una mención al cine y
termino con otra a la poesía. Juan Ramón Jiménez escribió: "
el sol
ungía el mundo de amarillo con sus luces caídas/ oh, por los lirios aúreos, el
agua clara, tibia/ las amarillas mariposas sobre las rosas amarillas/
guirnaldas amarillas escalaban los árboles/ el día era una gracia perfumada de
oro en un dorado despertar de vida". Muchas
mentes inspiradas, innumerables procesos artísticos, como se ha visto, han sido
y seguirán siendo sensibles a la belleza de la creación, a las formas, colores,
aromas y fenómenos con los que cada día la naturaleza nos sorprende, tan viejos
pero siempre tan nuevos en la seducción de nuestros sentidos, así como han
denunciado su degradación egoísta y sus consecuencias. Pero generalmente no
invocan ni al Creador ni a lo trascendente. Este canto a la naturaleza es
manifiesto en la
Laudato si.
Pero el Papa da un paso más, rema mar adentro, diría yo. Si no lo hubiera
hecho, su documento habría sido más bien el propio de un geógrafo, de un
biólogo, de un sociólogo si Ustedes prefieren. No habría trascendido la mera
intención de una investigación sistematizada sobre el estado actual de nuestro
planeta vulnerable y las injusticias cometidas contra parte de quienes lo
habitan. La Encíclica es una carta cuyo eje es Dios, Dios Creador y a la vez
Uno y Trino. De donde todo sale y a El volverá. El Papa eleva este planeta que
gime a la categoría de "
sujeto tocado por la espiritualidad ecológica"
que nace de las convicciones de nuestra fe cristiana, pues lo que el Evangelio
enseña tiene consecuencias en nuestra forma de pensar, de sentir y de vivir.
Esta es la esencia de la mencionada Carta y también la gran diferencia con
otros estudios de argumento similar.