La
fe de un poeta: los «versos divinos» de Gerardo Diego
Francisco Javier Díez de Revenga
Facultad de Letras
Universidad de Murcia
Gerardo Diego, nacido en 1896, desarrolla una etapa de notoria
fecundidad poética en los últimos años de su vida, continuación de lo que ha
sido, a lo largo de los años, una actividad literaria muy laboriosa y nunca
renunciada. En 1966, al cumplir los setenta años, publica en Málaga, un pequeño
poemario, Odas morales, al que
seguirán otros libros muy próximos a su edad en ese momento y desde luego a su
situación profesional, como puede ser todo lo relacionado con su jubilación
como catedrático de Instituto, ocurrida en 1966. Cementerio civil aparece en 1972 y refleja en él una aproximación
absoluta a las inquietudes propias de senectud (vejez, tiempo, muerte), pero es
cierto que nuevas reflexiones de madurez vital muy interesantes aparecen en Versos divinos, libro escrito a lo largo
de toda su vida, pero publicado en 1971. Los
últimos poemas integrados en este libro serán de gran interés y
resultarán excepción más que notable en el campo de la poesía española del
siglo xx, dado su carácter religioso militante, aunque reflejarán inquietudes
comunes a otros poetas contemporáneos.
Pero la posición de Gerardo Diego, en esta aportación suya a la lírica
actual, revela, sin embargo, especial peculiaridad, que le distingue de todos
sus compañeros de generación, debida a su fidelidad a la ortodoxia católica y,
en consecuencia, a su creencia en un más allá esperado. La perspectiva
ofrecida, en el especial contexto de Versos divinos, por un poema en que se
glosa la vejez de Matusalem puede ser representativa de intenciones y creencias.
Y en ello insiste en la mayor parte de los poemas contenidos en las
obras finales. Todas las manifestaciones realizadas a lo largo de Cementerio civil, y que en algún momento
ponen el poeta en relación con un cierto medievalismo (representado por la figura de Jorge Manrique), en torno a la
muerte y al sueño en relación con la vida y con la muerte, suponen una adopción
clara de un credo totalmente ortodoxo. Un caso interesante de la ausencia de dramatismo en torno a la muerte
viene representado por aquellos poemas en los que el poeta desmitifica la edad
y la vejez, aceptándolas en la línea de
resignación y sana alegría de su poema sobre Matusalem.
Los endecasílabos blancos que lo componen son admirables
por su perfección. Véase como ejemplo el cuarteto final que viene a ser
la conclusión de todo un poema donde se medita la edad, la vida y la muerte:
Cansado estoy. Dejadme ya, que
quiero
dormirme, o con mis sueños o
cerrado,
sellado, hasta que el Santo venga
a abrirme
llamando con el cuento da su
lanza.
Entra así de lleno en la poesía
religiosa española la temática bíblica de la que no podemos sino hacer notar su
ausencia, al menos con esta extensión, a lo largo de muchos siglos en tantos y
tantos poetas que prefirieron dirigir su mirada más hacia los temas evangélicos
o de devoción mariana, a los temas de Santos y no a los específicamente del
Antiguo Testamento.
La actitud adoptada por Gerardo
Diego en esta glosa de la Biblia es,
por otra parte, muy reciente ya que tan solo ocupa los dos últimos años de la
dilatada vida del libro. Paralela a esta novedad creemos que esta la
circunstancia formal del verso utilizado. Las largas series de versos libres
que van desde el de seis hasta los superiores a las veinte sílabas, hacen que
esta parte respire un aire nuevo, moderno, con un tono distinto de la
tradicional poesía religiosa que ha ido apareciendo en nuestras letras.
Como tema final, el poeta dedica
una sección completa a Jesús, constituida por temas evangélicos que van desde
el episodio del niño ante los doctores hasta Pentecostés glosando en diversas
escenas la vida de Cristo. En general se trata de versos en los que predomina
lo narrativo, lo descriptivo, lo evocador en suma, aunque al final siempre
aparezca la nota subjetiva del poeta creyente. Por ejemplo en el dedicado a
"La Ascensión" después de evocar la celestial subida, el poeta vitaliza
el momento al aplicarlo a su propia existencia:
Desde alli lo ve todo,
nos ve a todos y al valle
donde quedamos fríos
perdiéndole, buscándole.
Quedamos esperando
que vuelva, que se rasgue
la nube que le oculta
el mismo azul del aire.
El poema que cierra el libro
evoca «Pentecostés» en versos llenos de significado que quieren describir el
valor de las lenguas de fuego que se sitúan sobre los apóstoles como símbolo
del Amor. Los alejandrinos blancos que forman el poema se adecuan a la grandeza
del momento, que al final se ve empañado por una serie de personificaciones del
mal que permanece entre nosotros aun después de la llegada del Espíritu Santo.
Pero no estamos solos. El fuego
nos calienta.
Y el reino del Espíritu descendió
hasta nosotros.
Gerardo reunió en su libro Versos
divinos, volumen muy anunciado, la mayor parte de su poesía religiosa, por
lo menos aquella que era más estrictamente religiosa y no estaba vinculada a un
determinado paisaje, ambiente, ciudad, región, etc. Carácter religioso alcanzan
poemas de otros libros e incluso obras enteras, como es el caso de Ángeles de Compostela, pero Versos
divinos tiene otra dimensión, ya que no sólo la unidad de tema (lo
religioso cristiano‑católico) le da sentido, sino que es
también la temperatura, la posición anímica del poeta la que da a esta difícil
especialidad poética un sentido moderno y al mismo tiempo fiel a la ortodoxia
requerida. Supera nuestro autor, sin
dificultad, la seudo‑poesía religiosa, repetitiva y manida, que, una vez pasado el siglo de oro, se dio en
nuestras letras y ha mostrado, salvo
pocas excepciones, tópicos repetidos, que hacen
que el lector moderno se prevenga ante la poesía religiosa. Gerardo Diego salva esta dificultad con
soltura y demuestra una recia personalidad de poeta y de católico que sabe interpretar
los temas de la religión con visión serena, soltura y originalidad. La seriedad
de sus representaciones poéticas viene
avalada también por un conocimiento profundo de la religión, aprendido en la lectura de los libros más
representativos, empezando por la Biblia,
de la que proceden sus espléndidas representaciones del Antiguo Testamento, a
las que se unen las canciones de tipo tradicional que, a la manera de su
maestro Lope de Vega, enriquecen misterios y representaciones de la religión,
entre los que destacamos los temas navideños. El temprano Vía crucis, que se
incorporaría a Versos divinos, ha
sido considerado por el poeta como libro
aparte, justificadamente, sin duda, dado su dramatismo, intensidad y belleza,
con rica representación del argumento glosado.
Con la poesía religiosa de Gerardo Diego ocurre lo mismo que con otras
representaciones de su obra poética. Gerardo es de nuevo una isla, una
excepción y si se decide a publicar la colección de todos sus poemas religiosos
es porque sabe que son sinceros y que nada
tienen que ver con la poesía devota, repetitiva, de novenario, que había inundado la literatura española
desde el siglo xviii. Su religiosidad es la expresión de una fe y
sus interpretaciones poéticas o están enmarcadas en la tradición española de la
lírica popular del Siglo de Oro, o son representaciones contemporáneas de la
religión y sus personajes, como ocurre con sus poemas sobre la Biblia. Como vemos, en este sentido
también Gerardo ocupa un importante
hueco y por ello fue elogiado por los poetas de su entorno y también por los
eclesiásticos, en aquellos años setenta del siglo pasado, más avanzados. José
Luis Martín Descalzo le dedicó una elogiosa reseña, en la que destacaba sus
virtudes como creyente actual. El libro
además se publica en una colección de poetas que reunía a los creadores más afines a Gerardo Diego: las
«Alforjas para la poesía» de la
Fundación Conrado Blanco.