Domingo III de Adviento (A)
Juan envía a sus discípulos a Jesús con este recado: «¿Eres
tú el que había de venir, o tenemos que esperar a otro? [... Jesús] les
respondió: Id a informar a Juan lo que habéis visto y oído: ciegos recobran la
vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan,
pobres reciben la buena noticia. Y dichoso el que no tropieza por mi causa».
1.- Juan defiende la llegada del Mesías para
que conceda el bienestar a su pueblo, le libere sus enemigos y mantenga la
convivencia pacífica entre los hijos de Israel. Se distingue de los demás
profetas, porque no postula una reforma de la sociedad, sino el cambio de época
anunciado por los profetas apocalípticos. Todo será nuevo desde el Señor. Por
eso es necesario convertirse: hay que estar preparados cuando venga para
destruir el mal.
Sin embargo, Jesús cree en la bondad que aún hay en la gente.
No hay que arrasar la creación, porque proviene del corazón amoroso de Dios. Y
enraizados en la bondad divina, Jesús y nosotros, sus seguidores, debemos
anunciar la liberación de todo mal a los que lo sufren. Es lo que debemos anunciar con nuestras obras:
Dios comienza a actuar en la vida de la gente porque los cristianos hemos
recibido y percibido en nuestra existencia la novedad que supone el amor divino
y su repercusión en la defensa de la vida. «... para
dar la buena noticia a los que sufren; a los pobres».
2.- Debemos poner atención en nuestras
relaciones humanas, qué buscamos, a qué aspiramos, pues podemos equivocarnos de
mesías. Nuestra historia está llena de encuentros salvadores, que después han
resultado fallidos. Incluso con la buena voluntad de ayudar a los necesitados,
de compartir nuestros bienes con los demás, etc., hemos buscado el agradecimiento,
la recompensa, el sometimiento del pobre, porque nos necesita. Y estos
mesianismos son falsos. No crean vida; la someten. Jesús nos tiene que dar la
claridad en el corazón para saber amar con gratuidad, como él nos ama y da la
vida por nosotros.
3.-
De eta forma no nos equivocamos en seguir el sentido de la vida
propuesto por Jesús. Juan no respondió por medio de sus discípulos a la
identidad del Mesías que le ofreció Jesús. Él esperaba otra cosa. Y «el más
grande entre los nacidos de mujer», se queda en el umbral del nuevo tiempo que inaugura Dios
con la presencia en la historia de su enviado. Por eso: «El último en
el reino de Dios es mayor que él». Juan experimenta lo que le sucedió a Moisés, que, avistando la tierra
prometida, no entra ni disfruta de ella, permaneciendo en la periferia. A
muchos de nosotros nos pasa también esto. Tenemos experiencias de felicidad y
de relación intensa con el Señor, pero
la mayoría del tiempo lo pasamos como si no existiese, porque ni avanzamos en
el amor personalmente, ni se avista un mundo mejor y más pacífico. Es el miedo del
poder del otro quien nos mantiene en paz. Y, sin embargo, no debemos ser otro
Juan, o Moisés. Debemos seguir a Jesús que ya indica cómo es la presencia del
Señor en la historia humana y descubrir, defender y hacer partícipes a los
demás la bondad del Señor que está en y entre nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario