EL BAUTISMO DE JESÚS
Del Evangelio de Mateo 3,13-17
Fue Jesús desde Galilea al Jordán y se
presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo
diciéndole: - Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú vienes a mí?
Jesús le contestó: ―Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios
quiere.
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se
bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios
bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que
decía: - Este es mi hijo, el amado, mi predilecto.
1.- Para Mateo Jesús es el Mesías esperado y así ordena todo
el Evangelio de la Infancia: Pertenece a la casa de David, procede del amor
divino ―del Espíritu Santo―, es luz de
las naciones, etc. Antes de presentarle como predicador del reino, el Evangelista
relata el Bautismo de Jesús. El hecho
significa que Jesús acepta el sentido que Juan le está dando al bautismo, es
decir, de integrarse en el grupo de israelitas que esperan la salvación y que
supone un arrepentimiento de los pecados. Esta práctica es una alternativa a
los ritos propuestos por la religión oficial, que implica aceptar la situación
social tal y como es defendida por los sumos sacerdotes y escribas. El templo
es la pieza clave de la estabilidad social de Israel.
2.- La
aceptación de Jesús del contenido de la predicación de Juan ―proclamar la paz,
la salvación divina, y la amistad con la previa destrucción de este mundo― la
cambia con el tiempo. De hecho, los discípulos de Jesús colocan en el bautismo
la experiencia que Jesús tiene de Dios que le envía a los pueblecitos de
Galilea, que no al desierto, para que la gente sencilla perciba la presencia de
un Padre lleno de bondad que va a dar el pan y la libertad a todos. A continuación se narra la
experiencia de Jesús, donde percibe su filiación divina: es el Hijo predilecto.
Jesús ve al instante
que los cielos se abren. En esta experiencia personal comprende que Dios
se le comunica bajando de su propia gloria, como él mismo acaba de salir del
río Jordán, o subir del agua, provocándose el encuentro mutuo en la historia.
Dios ha encontrado a alguien disponible a quien entregarse plena y
personalmente, y preparado para que le obedezca. Y lo experimenta Jesús de una forma plástica:
viene del cielo tan rápido como desciende una paloma hacia su nido o
hacia su cebadero. A continuación pasa Jesús del ver al oír: La voz le
señala como Hijo único, el amado, el
predilecto.
3.- La
experiencia de Jesús, como la de los discípulos después de Pentecostés, le
precede la oración. La apertura del corazón a Dios da la oportunidad que relación de amor de Dios ―el Espíritu
Santo― descienda sobre nosotros. Experimentamos el amor de Dios al participar
de la comunidad cristiana fundamental, que es la familia ayudada por la
Iglesia, y después, conforme pasa el tiempo, asumimos la responsabilidad de
la fe de una forma personal y paulatina
en la comunión, en la confirmación, en el matrimonio, en la vocación sacerdotal
y religiosa. Es decir, de niños, de jóvenes, de personas capaces de asumir una
tarea familiar y social. Y, como Jesús, nacemos de nuevo desde la experiencia
de amor de Dios, que es el origen verdadero de nuestras relaciones familiares,
sociales y religiosas.
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