VI
«Todo se ha consumado; todo
está cumplido»
«Está
acabado». Juan abre una perspectiva sobre la experiencia del crucificado muy
distinta a los demás Evangelistas. Con Marcos y Mateo se hace hincapié en el
alejamiento de Dios que entraña la cruz. El Todopoderoso no sale en defensa de
su Hijo y éste reclama su presencia salvadora. Lucas mantiene la actitud de
Jesús de orar y hacer el bien hasta el último instante de su vida, que trasluce
la bondad del Padre para con sus criaturas, además de poner en sus manos su
vida, su aliento, en el momento de su muerte. Juan acentúa que Jesús ha
cumplido hasta el último detalle la voluntad divina de recrear las criaturas
sacándolas del pecado y dándoles el estatuto de hijos de Dios. Y retorna al
seno del Padre una vez que le ha dado la gloria que los humanos le han robado o
no le han reconocido (Jn 14,13; 17,1; 8,29).
VII
«Señor, en tus manos en
comiendo mi espíritu»
«Jesús gritó
con voz fuerte: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
El grito que precede inmediatamente a la muerte en Marcos (15,37), Lucas lo
convierte en una oración recogida del Salmo 31,6 y practicada por Israel como
oración de la tarde. Lucas acentúa la actitud de oración de Jesús a lo largo de
su ministerio. En este caso, el sentido del Salmo es que el justo se fía de
Dios, confía su vida a Él; le cede la custodia de su existencia, cuando los
hombres se empeñan en arrebatársela o la tienen minusvalorada. Describe una
reacción de Jesús contraria a la ausencia y lejanía de Dios que relata Marcos.
Con respecto
a la frase anterior, Jesús recobra su condición filial, por eso Lucas cambia el
«Dios» del Salmo por el «Padre» con el que se ha relacionado a lo largo de su
vida: en la Oración de júbilo (Lc 10,21), en el Padrenuestro (Lc
11,2) o cuando se dirige a Dios en Getsemaní (Lc 22,42). Jesús entrega al Padre
la poca vida, «espíritu», que le queda; la vida que se ofrece en el momento de
la creación (Gén 35,18) y que en Jesús procede del Espíritu y María y forma
parte del ser divino; y se la devuelve al Padre como algo que le pertenece
esencialmente. Por eso ha nacido de Él, ha permanecido en la vida pendiente y
dependiente de Él y a Él se la remite como un acto natural y familiar.
El punto de
partida de las dos oraciones de Jesús son las experiencias humanas nacidas del
sufrimiento extremo, sin enjuiciar la actitud divina ante tales acontecimientos
provocados por los hombres. Dios, por ahora, guarda silencio en el orden de la
salvación de su Hijo, aunque es patente en la atmósfera evangélica que está
pendiente de todo y que todo cae bajo su voluntad, por más que la cruz
desapruebe su ser creador de la vida.
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