IV
DE PASCUA (A)
«Yo he venido para que tengan vida»
Lectura del santo Evangelio según San
Juan 10,1-10.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los
fariseos: —Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las
ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que
entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las
ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las
saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las
ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que
huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.
Jesús, les puso esta comparación, pero
ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: —Os aseguro que
yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son
ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien
entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón
no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan
vida y la tengan abundante.
1.- Dios. Los cristianos no somos creyentes
que podamos dirigirnos a Dios directamente. No podemos puentear a Jesús, que es
«el camino, la verdad, la vida» (Jn 14,6). De Jesús nos viene la verdadera y
definitiva imagen del Señor, como Padre y Madre, pleno de amor misericordioso. Es la bondad
que le inclina de una manera natural hacia nuestra vida. Por eso el Señor es
como un Pastor que sale a buscar la oveja extraviada, y hasta que no la
encuentra recorre todos los lugares del mundo (Lc 15,3-7). Y esto es así,
porque toda la creación formamos parte de sus entrañas, de su corazón, y somos
objeto de su amor. Dios no es un Ser que sea indiferente a los devaneos y
tensiones como traiciones que sufrimos o hacemos a los demás. Dios sufre y
padece con nosotros, con lo que nos sucede a nosotros, y nos lleva por caminos
seguros cuando nos perdemos ante la multitud de voces que escuchamos cada día
por todos los medios. Él es el centro de la vida cristiana, de cada cristiano y
de la comunidad. A él le reconocemos como único Señor cuando nos habla. Porque nos
conoce personalmente y nos ama uno a uno, tal y como somos; y por eso le
seguimos. El va delante del de todos,
hace que conozcamos su voz y le sigamos por las sendas llanas y los pedregales de
la vida. No está en el despacho para que vayamos a él. Él está en la familia,
en la oficina con nuestros compañeros, en el coche cuando viajamos, en el
parque cuando paseamos, en el pobre cuando nos lo cruzamos.

2.- El cristianismo no es una cuestión de obediencia a la ley, por buena que sea,
para sentirnos dentro de ella y, por consiguiente, participantes de la
salvación divina que transmite. Jesús no es la ley. Es una vida, con un sentido
que hace presente el reino de amor misericordioso del Señor. A Jesús hay que
seguirlo en su estilo de vida e identificarse con ella. Nos lo enseña San Pablo
con mucha claridad: «Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que
vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la
fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gá 2,20). Jesús es el
buen Pastor que entrega su vida por nosotros para que tengamos vida abundante.
Y nosotros debemos orientar dicha entrega de Jesús al servicio de los hermanos.
No podemos robarles la vida que él nos da constantemente y esconder su sentido
en nuestras actitudes en la relación con los demás. El Señor es el buen Pastor
que va en busca de la oveja perdida; Jesús es el buen Pastor que da la vida por
sus ovejas para que puedan vivir; cada uno de nosotros somos pastores que
testimoniamos que el Señor y Jesús son así.

2.-
El hombre.
3.- La
fraternidad. Nosotros podemos acercarnos a Jesús, y por medio de Jesús a Dios, si
pasamos por la puerta que él guarda para formar parte de la comunidad eclesial,
de la comunidad familiar, de la fraternidad religiosa. Y es en la comunidad
donde estamos seguros que el Señor se nos da y nos da el alimento necesario
para saber cuál es nuestro sentido de vida y la fuerza para llevarlo a cabo. Las
comunidades eclesiales, la familia y la fraternidad religiosa tienen pastores
que canalizan la bondad del rebaño y ponen el común todos los valores que posee cada oveja para el bien de todos. Los humanos y los creyentes necesitamos
de los pastores para que dirijan nuestras vidas por el camino de bien, un
camino que por fuerza debe terminar en una plaza donde entren en comunicación
todas las virtudes que lleva cada persona en su corazón y está desarrollando en
su vida. Un pastor que no busque la relación y la unión de las ovejas son los que sólo piensan en sí mismos y cómo aprovechan los bienes ajenos para
sus intereses. Debemos fijarnos en Jesús: es la puerta que nos sella y marca al
entrar en el aprisco para que podamos reconocernos como hermanos y dirigirnos a
Dios como Padre.
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