DOMINGO XIV (A)
Lectura del santo Evangelio según San
Mateo 11,25-30.
En aquel tiempo, Jesús exclamó: Te doy
gracias, Padre, Señor de cielo y tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las
has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y
nadie conoce al Hijo más que el Padre,
y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se
lo quiera revelar.
Venid a mí
todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo
y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro
descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.
1.- Dios. Nos dice el Evangelio que el Señor
les dará a los sencillos y a los humildes los misterios del Reino. Es el contenido de la revelación, es decir, el plan de salvación
que Dios ha planeado para recuperar a sus hijos perdidos y que origina la misión
de Jesús. Y lo hace acompañado y ayudado por sus discípulos. La oración de
Jesús descubre con claridad quién revela (el Padre) y a quiénes se revela (los
pequeños). Pues bien, Jesús termina la invocación al Padre fuera del ámbito
objetivo del conocimiento, y se adentra en su intencionalidad, donde ya sólo es
posible intuir, experimentar y dejarse alumbrar: «Sí, Padre, ésa ha sido tu
complacencia». Afirma una conducta libre de Dios, que no es en manera alguna
pasajera. Comprueba que existe un deseo en el Padre de que no se pierda ninguno
de los pequeños o sencillos (Mt 18,14). El Padre anhela el máximo bien para los
marginados de la historia, y su simpatía y buena voluntad hacia los sencillos
hace que sienta contento, placer, satisfacción de revelárselo. Jesús alaba a
Dios por esto. Y su alegría no consiste en que Dios haya elaborado una ley que
defienda los derechos de los pobres en Israel, sino que el querer del Padre, su
bondad, que se explicita en la salvación de los pequeños, es para el mismo Padre
una complacencia, una satisfacción, una elección.
2.- La comunidad.- Para Jesús existen dos comunidades. La primera la forman
las instituciones oficiales de Israel: sumos sacerdotes, escribas, fariseos,
etc. Ellos componen un grupo de elegidos de
Israel. Se separan del pueblo como beneficiarios de la sabiduría divina y
formulan su saber sobre Dios en cuanto participación del saber de
Dios. Los escribas, sobre todo, son los entendidos que constituyen los círculos
privilegiados de ámbito divino, del que quedan excluidos los potentados de la
tierra, los paganos o las personas no elegidas. La otra comunidad es la de los
ignorantes y no se equiparan a aquellos que no han tenido la oportunidad
de frecuentar a un maestro para aprender, o todavía no se han iniciado en una
determinada escuela. Ignorantes y simples son los que se abren a
la sabiduría que disfruta Israel, como propiedad del Señor, y que los hace
sabios, porque se colocan en el ámbito de la influencia divina. Jesús, en esta
línea, se refiere a la gente humilde y fiel a Dios en contra de letrados y
fariseos o de los habitantes de Corozaín, Betsaida y Cafarnaún que no han
sabido descifrar sus signos. El motivo por el que da gracias es que la
voluntad soberana de Dios, su voluntad salvadora, recae sobre estos pequeños
elegidos para el Reino. Ahora forman un grupo favorecido por Dios en contra de
los poderosos adinerados y poderosos entendidos, comprendido el conocimiento
como un poder social, porque, para Jesús, saber de las cosas divinas
depende de la revelación de Dios; más en concreto, del contenido de la
revelación que Él ha tenido a bien transmitir
3.-
El creyente.- El
Evangelio alinea a Jesús en el espacio vital de los humildes, de los que pueden
y están capacitados para sentir cómo late el corazón de Dios, que, de alguna
manera, le hace connatural a ellos: «Acudid a mí, los que andáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy
tolerante y humilde, y os sentiréis aliviados. Pues mi yugo es blando y mi
carga ligera». Jesús se alegra con los pequeños de que el Padre se complazca de
haberles elegido y ofrecido la salvación. Así se apartan de los pesados fardos
que escribas y fariseos imponen al pueblo sencillo, como garantes del orden
religioso establecido, pero con el corazón endurecido e incapaces de abrirse a
la bondad. Por consiguiente, Dios es el Padre que revela sólo un segmento suyo
a una porción de la sociedad. Mas esta parcialidad de Dios es suficiente, porque
señala el camino por donde va su voluntad, y que Jesús se encarga de enseñar y
compartir, dada su cercanía a Dios y su pertenencia a los sencillos. Es un
serio aviso a los que andamos todos los días explicando la Palabra, impartiendo
los Sacramentos, en su recepción y en su servicio.