LA RECONCILIACIÓN
II
Israel
de Dios
Para
recuperar la relación primera y volver al punto de encuentro, Dios crea y
escoge a Israel y pacta con él la Alianza del Sinaí (cf. Éx 19-24). Ésta
contiene una fidelidad mutua, que muchas veces es simbolizada con la que se
deben guardar los esposos en el matrimonio (cf. Jer 31,3; Dt 7,7-8). Sin
embargo, esta fidelidad se rompe repetidas veces a causa de las infidelidades
de Israel a Dios por el culto a otros dioses (cf. Os 4,11-14), por las
divisiones internas que llevan al cisma entre Israel y Judá (cf. 1Re 12,27-33),
por los intereses de los poderosos que esclavizan y empobrecen a la población
(cf. Jer 5,27-28; Am 5,10) —que es igual en su dignidad al pertenecer todos al
pueblo elegido— por el desequilibrio interno que experimenta el hombre, etc.
Muchas veces aparece en la Escritura que Dios está harto de los pecados del
pueblo (cf. Os 2,4-9). Pero puede más el amor de Dios a su criatura que el
cansancio que lleva consigo el no ser correspondido. Oseas emplea también la
imagen matrimonial para significar esto. El Señor llevará a Israel al desierto
para que, a solas, como se enamoró cuando se conocieron, pueda de nuevo casarse
con su pueblo «a precio de justicia y derecho, de afecto y cariño. Me casaré
contigo a precio de fidelidad» (Os 2,21-22).
El
amor de Dios moverá el corazón de su pueblo para que vuelva a Él y se
reconcilien (cf. Os 5,15), como el mismo amor integrará las fuerzas que
distorsionan la interioridad humana y recuperará el hombre el equilibrio que
tenía cuando fue creado: «... vuélveme y me volveré, que tú eres mi Señor, mi
Dios» (Jer 31,18). Ciertamente el hombre busca a Dios (cf. Cant 3,1-3), pero
para ello necesita un corazón nuevo (cf. Ez 11,19-20) que el Señor le regalará,
aunque lo hallará en la medida en que el Señor mismo se deje descubrir: «Me
invocaréis, vendréis a rezarme y yo os escucharé; me buscaréis y me
encontraréis, si me buscáis de todo corazón; me dejaré encontrar y cambiaré
vuestra suerte» (Jer 29,13-14).
La
reconciliación entre Dios y el hombre encierra la reconciliación de los hombres
entre sí, pues quebrada la relación primordial con Dios, la humanidad se
divide, se enfrenta y mata. Reconciliación también significa, en esta
situación, volver al punto de partida. El
relato de Caín y Abel (cf. Gén 4,1-16) es una narración colocada en los
orígenes de la humanidad para justificar los hechos que se experimentan día a
día como rotura de la fraternidad humana, igual que sucede con el primer pecado
cometido por Adán y Eva. Caín es descendiente de Adán y Eva y mantiene la
especie; Abel, al ser su hermano, la abre en una dirección horizontal y funda
la fraternidad; con esto muestra la necesidad de que el hombre, para ser
hombre, deba tener un hermano. Caín mata a Abel y fractura la fraternidad.
Comienza la violencia fratricida al no aceptar al otro como distinto, cuando la
diversidad pertenece a la estructura del ser humano, según se ha descrito en la
creación del hombre y la mujer. Alejar al otro de sí, eliminándolo, para
encerrarse en la soledad a la que invita la envidia y el odio, es la
consecuencia del rechazo y desobediencia al Creador. Por eso Dios le juzga y
maldice dejando que alguien innominado ejecute la sentencia: «Vagabundo y
errante serás en la tierra...»; a lo que responde Caín: «... convertido en
vagabundo errante por la tierra, cualquiera que me encuentre me matará»
(4,12b-14). En el principio de la creación se da una ruptura de las relaciones
en la pareja humana, en la armonía fraterna, en la vida de los pueblos (cf. Gén
11,1-9). Se simboliza en el Génesis lo que sucede en la cotidianidad: la lucha
del hombre contra Dios; la lucha del hombre contra su hermano; la lucha mutua
del hombre y la tierra (cf. Gén 4-8). La violencia se alza en la ley de la
convivencia humana, y convierte a ésta en un imposible infectando la vida. Y al
revés: La violencia instituida en la creación excita el corazón humano, lo
revuelve contra su hermano y destruye la obra de Dios.
La
rotura de la fraternidad humana también se manifiesta en la historia de Israel.
Natán hace
ver a David la injusticia cometida por medio del adulterio y asesinato inducido
de Urías (cf. 2Sam 12,1-7), lo mismo que Elías descubre la injusticia y
asesinato de Ajab y Jezabel contra Nabot (cf. 1Re 21). Se dan más asesinatos,
venganzas, violaciones que se intentan corregir (cf. Gén 34,1-5; Dt 24,16; 2Sam
13): «No odies en tu corazón a tu hermano [...] Amarás a tu prójimo como a ti
mismo» (Lev 19,17-18). Se fractura Israel por la arrogancia y autosuficiencia
del poder político, que se vende a los poderosos a costa de lo que sea (cf. Os
8,9; cf. Is 2,10.12-17); por el menosprecio a los huérfanos y a las viudas,
comprendidos como los más pobres de los pobres (cf. Is 1,23; 10,1-2) y símbolo
de las permanentes injusticias de las clases dominantes.
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