Jesús y el Logos. Una cristología
existencial
II
La forma-figura radiante
de gracia sobrenatural.
Jacinto Choza
Facultad de Filosofía
Universidad
de Sevilla
En la cultura cristiana llega a generarse un sentido tan
despectivo de cualquier otra religión que llega a imponerse la idea de que la
gracia es siempre sobrenatural, y que si no es sobrenatural, no hay gracia.
Pero como se acaba de ver, ni la percepción y valoración de la gracia, ni el
nombre de la gracia “charis”, ni el culto a ella, ni el calendario y la
vida toda (el santoral) organizados en torno a la gracia son valores judeocristianos. El cristianismo los
adopta de Grecia y de Roma y los difunde por todo el mundo, y poco a poco, a lo
largo de sus veinte siglos de existencia, va generando la convicción de que la
gracia es solo y siempre la gracia del Dios cristiano, de Cristo, del Dios
redentor.
Cuando a lo largo del siglo XX empieza a sentirse como
anticuada y obsoleta la cristiandad, a sentirse el desfase histórico de ese
precipitado cultural generado por el cristianismo en Roma y en la Europa
romanizada, y vigente en el mundo occidental durante veinte siglos, a
experimentarse como estrecho y asfixiante, entonces vuelven a abrirse espacios
culturales y mentales a-cristianos. En esos espacios el cristianismo puede
tomar conciencia de la religión como dimensión humana natural, y de sí mismo
como religión sobrenatural, que puede dialogar con ellas, asumirlas y apreciar
todo lo sobre-natural que hay en ellas.
Entonces la atención de los occidentales puede volverse
otra vez a las formas y a las figuras no
cristianas de la religión, y puede
pensarlas, es decir, nombrarlas y representarlas, con nombres y figuras
no-cristianas. Entre esas formas y figuras se encuentra también la gracia, que
puede volver a percibirse y designarse como se había hecho antes del
cristianismo, y a diferenciarse de formas específicamente cristianas de la
gracia, pero ahora con mucha experiencia histórica a las espaldas.
A efectos de orden y claridad de las nociones utilizadas
aquí, se va a entender por religión y gracia “naturales” las que derivan del
reconocimiento de Dios creador y se refieren a él, y por religión y gracia
“sobrenaturales” las que derivan del reconocimiento de Dios redentor y se
refieren a él.
A efectos metodológicos se puede suponer que lo natural
es el universo creado por Dios para que retorne a él y le dé gloria, en lo cual
consiste la felicidad completa de las criaturas, y que lo sobrenatural es ese
mismo universo creado por Dios que el Hijo asume y lleva a plenitud en sí
mismo, para regalarlo al Padre en una efusión de amor íntimo entre Padre e
Hijo.
La puesta en escena de la religión sobrenatural o
intra-trinitaria es, ciertamente, la selección de un grupo humano para
constituirlo en “pueblo de Dios”, con objeto de que el Hijo pueda asumir la
totalidad de la creación en la forma de persona humana. Eso es la puesta en
escena remota. La próxima e inmediata, es la Anunciación, la Encarnación.
Lo que se pretende representar en la anunciación y en la cena de los pintores consagrados se pretende representar también en los himnos litúrgicos del canto gregoriano, en el Magnificat de Bach o en la Misa de la Coronación de Mozart.
Cuando en el siglo XX se hace patente la diferencia entre
cristiandad y cristianismo y se produce la disociación entre ellos, o bien
cuando se produce la disolución de la cristiandad, las representaciones artísticas de la gracia
sobrenatural empiezan a resultar ineficaces en cuanto presentaciones de lo
sagrado, tanto de lo sagrado sobrenatural como de lo sagrado natural.
Como
había dicho Hegel en su filosofía de la historia universal, el arte se muestra
incapaz de expresar lo absoluto en formas sensibles el espíritu absoluto,
incapaz de representar artísticamente el espíritu absoluto, y el arte sagrado
pierde su valor referencial. Entonces el
culto protestante pone en circulación formas musicales como el Soul y el
Espiritual Negro y otras, y tras un intenso debate teológico-litúrgico, el
culto católico recoge formas plásticas y musicales de artistas contemporáneos
en los que encuentra destellos de gracia.
Si se puede diferenciar la experiencia de la relación con
Dios creador de la experiencia de la relación con Dios Padre a través de Dios
Hijo, y ciertamente se puede, entonces seguramente es posible diferenciar las expresiones de un evento y
las del otro. Es posible que la experiencia natural y la experiencia
sobrenatural de Dios, tengan variaciones históricas, que el tipo de diferencia
entre ambas, y sobre todo de su expresión y comprensión, difiera a su vez de
unos periodos a otros.
Esto es
quizá lo que ocurre. Quizá lo que ocurre es que en el presente momento
histórico, el espíritu religioso del mundo globalizado cancela esa diferencia
en su sensibilidad, para recuperarla más adelante, cuando la gracia
sobrenatural pueda expresarse en términos más multiculturales, más perceptibles
e inteligibles globalmente.
Es
posible que la expresión artística de la gracia sobrenatural, quede en la
cristiandad vinculada a las formas de su expresión conceptual, a las
formulaciones dogmáticas, que se recogen en las letras de los himnos litúrgicos
y en las figuras de las artes plásticas, y que tenga un débil valor
representativo de la Gracia sobrenatural para otras culturas o para los propios
cristianos que viven en periodos de disolución de la cristiandad o en medios
culturales en los que la cristiandad ha quedado disuelta pr completo.
Es
posible que los sentimientos de María y de la humanidad en relación con Dios
creador y Dios redentor se expresen con más eficacia representativa mediante el
rostro de Sharbat o de Juliette Binoche. Que la gratitud se exprese con más
eficacia representativa a través de, una canción como “Gracias (My Thanks)”
de Connie Francis de 1959, o que la compasión por el hombre se exprese con más
eficacia representativa mediante otros cantantes y grupos que llenan los
estadios deportivos, o mediante los poemas de Pessoa o de Cesar Vallejo.
Como es
natural, ello no es obstáculo para que un compositor como Oliver Messiaen
(1908-1992) pretenda expresar a través de su música la relación entre el Hijo y
el Padre y, por tanto, la gracia sobrenatural en su plenitud, que un compositor
como Arvo Pärt (1935-) pretenda hacer de su música un acto de culto religioso,
y que algo parecido pretendan en sus lienzos Rouault, Miró y Tapies.
El arte
del siglo XX y el del siglo XXI dejan abierta la cuestión de si en ellos mismos
se encuentra una discriminación entre las expresiones de la gracia natural y de
la gracia sobrenatural, que tenga eficacia representativa al margen de las
aclaraciones conceptuales de sus autores. Porque esas expresiones conceptuales
pertenecen a la teología dogmática de los académicos o bien a la experiencia
religiosa personal de sus autores. En ambos casos, se trata de lenguajes
privados que no tienen validez artística si no conducen al espectador a una
cierta relación con el orden sagrado natural o el sobrenatural.
Antes se
ha dicho que ciertamente hay diferencia entre la experiencia de la relación
natural con Dios y la experiencia de la relación sobrenatural con el Padre y el
Hijo. Y ahora hay que añadir que la hay y que se dan en la mayoría de las
religiones calcolíticas y post-calcolíticas , o sea, en las religiones
posteriores al judaísmo (en otro lugar se aclara esta tesis: J. Choza, Filosofía de la religión, en
preparación).
Precisamente
porque esa diferencia es real y corresponde a experiencias diferenciadas en
numerosas religiones pos-calcolíticas, el mundo global aspira y apunta a
expresiones artísticas de la gracia sobrenatural, porque las expresiones de la
cristiandad medieval y modernas resultan demasiado eurocéntricas, como
repetidas veces señala R. Panikkar (especialmente en La plenitud del hombre. Una Cristofanía, Madrid: Siruela,
1999).
Si esto
es así, entonces la vía más transitable hacia lo sagrado, la forma-figura de
mayor eficacia representativa para los hombres del siglo XXI, es la
forma-figura en que irradia la gracia natural. Entonces queda para la reflexión
académica la cuestión de por qué y cómo fue posible en otras épocas menos
universales y en comunidades más pequeñas, la elaboración de formas-figuras
representativas de la gracia sobrenatural, la cuestión de si esas expresiones
tenían eficacia representativa o no en virtud de su vinculación con
formulaciones conceptuales, o sea, dogmáticas, y la de si tal eficacia les
venía completamente de tal vinculación o no.
Es
posible que estas consideraciones tengan utilidad para la actividad pastoral en
general, y especialmente para la de quienes lamentan que las masas del siglo
XXI adoren a personalidades demasiado profanas como las de cantantes, deportistas, periodistas y otras
figuras mediáticas. Quizá esas figuras se veneran tanto porque la gracia
irradia en ellas de algún modo.
Estas
cuestiones sobre la figura de Jesús, sobre la percepción de lo sagrado en otros
tiempos y ahora, no afectan a la manera en que puede entenderse conceptualmente
que Jesús crecía en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres,
pero sí a la manera en que se puede expresar ahora de modo conceptual y de modo
no conceptual y con eficacia representativa, el
crecimiento en gracia delante de los hombres.
Quizá el intento de entender quién era y es, y cómo era y
es, cómo lo pueden visualizar y entender los hombres del siglo XXI, suministre
claves para saber cómo se entendía y cómo se entiende él a sí mismo.
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