domingo, 7 de septiembre de 2014

Una cristología existencial II.

               Jesús y el Logos. Una cristología existencial

           II

             La forma-figura radiante de gracia sobrenatural.


                                                           
                                   Jacinto Choza
                                   Facultad de Filosofía
                                        Universidad de Sevilla

            En la cultura cristiana llega a generarse un sentido tan despectivo de cualquier otra religión que llega a imponerse la idea de que la gracia es siempre sobrenatural, y que si no es sobrenatural, no hay gracia. Pero como se acaba de ver, ni la percepción y valoración de la gracia, ni el nombre de la gracia “charis”, ni el culto a ella, ni el calendario y la vida toda (el santoral) organizados en torno a la gracia son  valores judeocristianos. El cristianismo los adopta de Grecia y de Roma y los difunde por todo el mundo, y poco a poco, a lo largo de sus veinte siglos de existencia, va generando la convicción de que la gracia es solo y siempre la gracia del Dios cristiano, de Cristo, del Dios redentor.
            Cuando a lo largo del siglo XX empieza a sentirse como anticuada y obsoleta la cristiandad, a sentirse el desfase histórico de ese precipitado cultural generado por el cristianismo en Roma y en la Europa romanizada, y vigente en el mundo occidental durante veinte siglos, a experimentarse como estrecho y asfixiante, entonces vuelven a abrirse espacios culturales y mentales a-cristianos. En esos espacios el cristianismo puede tomar conciencia de la religión como dimensión humana natural, y de sí mismo como religión sobrenatural, que puede dialogar con ellas, asumirlas y apreciar todo lo sobre-natural que hay en ellas.
            Entonces la atención de los occidentales puede volverse otra vez  a las formas y a las figuras no cristianas  de la religión, y puede pensarlas, es decir, nombrarlas y representarlas, con nombres y figuras no-cristianas. Entre esas formas y figuras se encuentra también la gracia, que puede volver a percibirse y designarse como se había hecho antes del cristianismo, y a diferenciarse de formas específicamente cristianas de la gracia, pero ahora con mucha experiencia histórica a las espaldas.
            A efectos de orden y claridad de las nociones utilizadas aquí, se va a entender por religión y gracia “naturales” las que derivan del reconocimiento de Dios creador y se refieren a él, y por religión y gracia “sobrenaturales” las que derivan del reconocimiento de Dios redentor y se refieren a él.
            A efectos metodológicos se puede suponer que lo natural es el universo creado por Dios para que retorne a él y le dé gloria, en lo cual consiste la felicidad completa de las criaturas, y que lo sobrenatural es ese mismo universo creado por Dios que el Hijo asume y lleva a plenitud en sí mismo, para regalarlo al Padre en una efusión de amor íntimo entre Padre e Hijo.
            La puesta en escena de la religión sobrenatural o intra-trinitaria es, ciertamente, la selección de un grupo humano para constituirlo en “pueblo de Dios”, con objeto de que el Hijo pueda asumir la totalidad de la creación en la forma de persona humana. Eso es la puesta en escena remota. La próxima e inmediata, es la Anunciación, la Encarnación.
           
Estos episodios tienen ciertamente forma y figura, y lo que se da y se percibe en ellos es la gracia sobrenatural. Cuando María recibe el anuncio de Gabriel tiene un aspecto y un recogimiento en los que aparece irradiando la gracia sobrenatural (trinitaria, generada en la relación con una de las tres personas divinas). Irradian gracia sobrenatural el ángel, ella, la casa y las palabras del diálogo. Y esa irradiación de la gracia sobrenatural es lo que pretende representar La Anunciación de Giotto, o al menos Giotto pretende pintar una imagen en la que pueda percibirse eso. E igualmente es lo que pretenden Fra Angelico, Leonardo, Rafael, y otros,
           
De modo análogo, cuando Jesús en la cena da a comer su cuerpo y a beber su sangre a los discípulos e instituye la eucaristía como prenda de salvación eterna, ahí también se produce una irradiación de la gracia sobrenatural, y esa irradiación tiene forma y figura representables. Esa promesa de salvación eterna, de eternidad compartiendo la íntima efusión del amor del Padre por el Hijo y del Hijo por el Padre, es lo que pretende representar la cena de Leonardo, Tiepolo, Dalí y otros
           
Lo que se pretende representar en la anunciación y en la cena de los pintores consagrados se pretende representar también en los himnos litúrgicos del canto gregoriano, en el Magnificat de Bach o en la Misa de la Coronación de Mozart.
            Cuando en el siglo XX se hace patente la diferencia entre cristiandad y cristianismo y se produce la disociación entre ellos, o bien cuando se produce la disolución de la cristiandad,  las representaciones artísticas de la gracia sobrenatural empiezan a resultar ineficaces en cuanto presentaciones de lo sagrado, tanto de lo sagrado sobrenatural como de lo sagrado natural.
Como había dicho Hegel en su filosofía de la historia universal, el arte se muestra incapaz de expresar lo absoluto en formas sensibles el espíritu absoluto, incapaz de representar artísticamente el espíritu absoluto, y el arte sagrado pierde su valor referencial.  Entonces el culto protestante pone en circulación formas musicales como el Soul y el Espiritual Negro y otras, y tras un intenso debate teológico-litúrgico, el culto católico recoge formas plásticas y musicales de artistas contemporáneos en los que encuentra destellos de gracia.
            Si se puede diferenciar la experiencia de la relación con Dios creador de la experiencia de la relación con Dios Padre a través de Dios Hijo, y ciertamente se puede, entonces seguramente es posible  diferenciar las expresiones de un evento y las del otro. Es posible que la experiencia natural y la experiencia sobrenatural de Dios, tengan variaciones históricas, que el tipo de diferencia entre ambas, y sobre todo de su expresión y comprensión, difiera a su vez de unos periodos a otros.
Esto es quizá lo que ocurre. Quizá lo que ocurre es que en el presente momento histórico, el espíritu religioso del mundo globalizado cancela esa diferencia en su sensibilidad, para recuperarla más adelante, cuando la gracia sobrenatural pueda expresarse en términos más multiculturales, más perceptibles e inteligibles globalmente.
Es posible que la expresión artística de la gracia sobrenatural, quede en la cristiandad vinculada a las formas de su expresión conceptual, a las formulaciones dogmáticas, que se recogen en las letras de los himnos litúrgicos y en las figuras de las artes plásticas, y que tenga un débil valor representativo de la Gracia sobrenatural para otras culturas o para los propios cristianos que viven en periodos de disolución de la cristiandad o en medios culturales en los que la cristiandad ha quedado disuelta pr completo.    
           
En el momento actual de inicio de la globalización, es posible que se perciba mejor a Dios, a quien no se ve, en el hermano al que se ve, en el pobre y en el enfermo, que en las representaciones artísticas del medievo y la modernidad europeas. En ese caso es posible que  la alegría de la buena nueva y la unión de  Dios con los hombres, se exprese con más eficacia representativa en la música y la letra de Bob Dylan, que es la que de hecho se usa en la eucaristía en numerosas iglesias católicas españolas.
Es posible que los sentimientos de María y de la humanidad en relación con Dios creador y Dios redentor se expresen con más eficacia representativa mediante el rostro de Sharbat o de Juliette Binoche. Que la gratitud se exprese con más eficacia representativa a través de, una canción como “Gracias (My Thanks)” de Connie Francis de 1959, o que la compasión por el hombre se exprese con más eficacia representativa mediante otros cantantes y grupos que llenan los estadios deportivos, o mediante los poemas de Pessoa o de Cesar Vallejo.   
Como es natural, ello no es obstáculo para que un compositor como Oliver Messiaen (1908-1992) pretenda expresar a través de su música la relación entre el Hijo y el Padre y, por tanto, la gracia sobrenatural en su plenitud, que un compositor como Arvo Pärt (1935-) pretenda hacer de su música un acto de culto religioso, y que algo parecido pretendan en sus lienzos Rouault, Miró y Tapies.
El arte del siglo XX y el del siglo XXI dejan abierta la cuestión de si en ellos mismos se encuentra una discriminación entre las expresiones de la gracia natural y de la gracia sobrenatural, que tenga eficacia representativa al margen de las aclaraciones conceptuales de sus autores. Porque esas expresiones conceptuales pertenecen a la teología dogmática de los académicos o bien a la experiencia religiosa personal de sus autores. En ambos casos, se trata de lenguajes privados que no tienen validez artística si no conducen al espectador a una cierta relación con el orden sagrado natural o el sobrenatural.  
Antes se ha dicho que ciertamente hay diferencia entre la experiencia de la relación natural con Dios y la experiencia de la relación sobrenatural con el Padre y el Hijo. Y ahora hay que añadir que la hay y que se dan en la mayoría de las religiones calcolíticas y post-calcolíticas , o sea, en las religiones posteriores al judaísmo (en otro lugar se aclara esta tesis: J. Choza, Filosofía de la religión, en preparación).
Precisamente porque esa diferencia es real y corresponde a experiencias diferenciadas en numerosas religiones pos-calcolíticas, el mundo global aspira y apunta a expresiones artísticas de la gracia sobrenatural, porque las expresiones de la cristiandad medieval y modernas resultan demasiado eurocéntricas, como repetidas veces señala R. Panikkar (especialmente en La plenitud del hombre. Una Cristofanía, Madrid: Siruela, 1999).  
Si esto es así, entonces la vía más transitable hacia lo sagrado, la forma-figura de mayor eficacia representativa para los hombres del siglo XXI, es la forma-figura en que irradia la gracia natural. Entonces queda para la reflexión académica la cuestión de por qué y cómo fue posible en otras épocas menos universales y en comunidades más pequeñas, la elaboración de formas-figuras representativas de la gracia sobrenatural, la cuestión de si esas expresiones tenían eficacia representativa o no en virtud de su vinculación con formulaciones conceptuales, o sea, dogmáticas, y la de si tal eficacia les venía completamente de tal vinculación o no.
Es posible que estas consideraciones tengan utilidad para la actividad pastoral en general, y especialmente para la de quienes lamentan que las masas del siglo XXI adoren a personalidades demasiado profanas como las de  cantantes, deportistas, periodistas y otras figuras mediáticas. Quizá esas figuras se veneran tanto porque la gracia irradia en ellas de algún modo.  
Estas cuestiones sobre la figura de Jesús, sobre la percepción de lo sagrado en otros tiempos y ahora, no afectan a la manera en que puede entenderse conceptualmente que Jesús crecía en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres, pero sí a la manera en que se puede expresar ahora de modo conceptual y de modo no conceptual y con eficacia representativa, el crecimiento en gracia delante de los hombres.
            Quizá el intento de entender quién era y es, y cómo era y es, cómo lo pueden visualizar y entender los hombres del siglo XXI, suministre claves para saber cómo se entendía y cómo se entiende él a sí mismo.



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