domingo, 30 de noviembre de 2014

La única mediación de Jesús

                                             CRISTO Y LAS RELIGIONES

                                                            III
                                              
                                                                                   Álvaro Garre Garre
                                                                       Instituto Teológico de Murcia OFM
                                                                                               Pontificia Universidad Antonianum
                       

                      
La única mediación de Jesús (nn. 32-49)

El concilio Vaticano II afirma que “la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación”.
Que la salvación se adquiere sólo por la fe en Jesús es una afirmación constante en el Nuevo Testamento. La bendición de todos en Abraham encuentra su sentido en la bendición de todos en Cristo. Aunque, según el evangelio de Mateo, Jesús se ha sentido especialmente enviado al pueblo de Israel, sin embargo, Jesús no excluye a los gentiles de la salvación.
La universalidad de la obra salvadora de Jesús se funda en que su mensaje y su salvación se dirigen a todos los hombres y todos pueden acogerla y recibirla en la fe. Pero en el Nuevo Testamento encontramos otros textos que parecen mostrar que la significación de Jesús va más allá, de algún modo es previa a la acogida de su mensaje por parte de los fieles. El paralelismo paulino entre Adán y Cristo (cf. 1 Cor 15, 20-22. 44-49; Rom 5, 12-21) parece apuntar hacia idéntica dirección. Si existe una relevancia universal del primer Adán, en cuanto primer hombre y primer pecador, también Cristo ha de tener una significación salvífica para todos, aunque no se expliciten con claridad los términos de la misma. Es Jesús en cuanto Logos encarnado el que ilumina a todos los hombres (Jn 1,9).
La mediación única de Jesucristo se relaciona con la voluntad salvífica universal de Dios en 1 Tim 2, 5-6. Aunque no hay una actitud cerrada del NT hacia todo lo que no proviene de la fe en Cristo, la apertura se puede manifestar también a los valores religiosos.
El Nuevo Testamento nos muestra, a la vez, la universalidad de la voluntad salvífica de Dios y la vinculación de la salvación a la obra redentora de Cristo Jesús, único mediador. Los hombres alcanzan la salvación en cuanto reconocen y aceptan en la fe a Jesús el Hijo de Dios. A todos sin excepción se dirige este mensaje.
La CTI afirma con rotundidad que “ni una limitación de la voluntad salvadora de Dios, ni la admisión de mediaciones paralelas a la de Jesús, ni una atribución de esta mediación universal al Logos eterno no identificado con Jesús resultan compatibles con el mensaje neotestamentario”.
La cuestión que se plantea aquí es si la unicidad de Jesucristo es absoluta. J. Dupuis sostiene que la unicidad y universalidad de Jesucristo no son ni absolutas –lo absoluto es la voluntad salvífica de Dios- ni relativas, sino constitutivas y relacionales. Constitutivas, en la medida en que Jesucristo posee el significado salvífico para toda la humanidad y el acontecimiento Cristo es causa de salvación. También son relacionales, en la medida en que la persona y el acontecimiento se insertan en un plan general de Dios para la humanidad que es polifacético y cuya realización en la historia consta de diversos tiempos y momentos. De esta manera, Dupuis pretende superar tanto el paradigma exclusivista, como el inclusivista y no caer en el pluralista –relativista-.  Para el teólogo belga Jesucristo es una de las diferentes “figuras salvíficas” en las que Dios está presente y operante de forma escondida, el único “rostro humano” en el que Dios, aunque permanece invisible, se desvela y revela plenamente.

Sin embargo, Pié-Ninot prefiere hablar de “absolutez relacional”, en el sentido de una singularidad “absoluta”, entendida como máxima, pero “abierta” en cuanto que es relacional.

Francisco de Asís y su mensaje. VI: Historia de la salvación

                                                 Francisco de Asís y su mensaje

                                                              VI
                                                                               
                                                            Historia de la salvación

            El cristianismo concibe la historia como un despliegue de la raza humana, —«homo sapiens»—, con un horizonte de sentido diseñado por Dios en el que se camina hacia una plenitud aún no alcanzada. La historia tiene un comienzo puesto por Dios y se desarrolla por el amor y la libertad humanas actuadas según la razón en las culturas a partir de las etapas evolutivas de la naturaleza. Ya hemos visto que en el hombre se produce la transformación de estructuras naturales por otras nuevas hasta alcanzar el estado actual de animal racional. Y en el ámbito histórico sucede lo mismo que en la evolución natural. El hombre usa su libertad y su amor según razón para desarrollar las posibilidades individuales y sociales que abren a la vida a realidades nuevas que acrecientan su dignidad. Nada hay en la historia humana predeterminado; no existe un guión previo diseñado que el hombre deba seguir para alcanzar la plenitud de sus cualidades naturales. Ni se dan las «potencias espirituales» que influyen para que los hombres caminen según la voluntad del Creador. En la percepción de la historia judeocristiana la creación arranca de un acto libre de Dios por el que se expresa a sí mismo fuera de sí y deja al hombre la responsabilidad de llevarla hacia adelante, no como propietario de ella, sino como administrador, administración que ejerce según su libertad (cf. Gén 1,29-30). La creación es un sistema abierto a la actividad de los hombres con la responsabilidad de que la conduzca hacia los objetivos marcados por el Creador.

                                                            El hombre imagen de Dios

           
El hombre se entiende a sí mismo como responsable de su destino y de todo cuanto lo rodea (cf. Gén 1,26), por tanto, se une al cosmos en el desarrollo de su identidad. Y el cosmos no se separa de Dios y del hombre, recibiendo su influencia, que puede ser para bien, o para mal. De ahí que los destinos del universo y del hombre se entrelazan, llegando a prevalecer la acción humana, si buena, como administrador de Dios, para alcanzar su fin; si mala, para destruir la obra de Dios, al que obliga a intervenir para salvar, tanto al uno como al otro. Hemos afirmado que el hombre está esencialmente unido al cosmos, porque viene de la tierra (cf. Gén 2,7), es alimentado por ella (cf. Gén 8,22), le acompaña en su devenir histórico, dándole su función (cf. Gén 2,19-20), lo cuida y custodia del mal (cf. Gén 2,15). El cosmos y el hombre son criaturas de Dios desde el mismo instante de su creación, pero prevaleciendo la superioridad humana. Nunca existen fuera de la relación divina. Y esto se contempla para el cosmos, para la humanidad y para cada individuo: «Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno [...] Cuando me iba formando en lo oculto y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mi embrión» (Sal 139,13-16). A la relación con Dios y con el cosmos se añade la relación con los demás. De esta manera el hombre existe porque es capaz de vivir e integrarse en una colectividad. No es descabellada la opinión de que el «hombre de Neandertal» desaparece al encarar solo su hábitat, y que el «homo sapiens» se mantiene en la vida porque se une y forma grupo para solventar los problemas procedentes de una naturaleza adversa. Aquí se ratifica que su ser es un ser social, cuyo punto de partida es la relación con la mujer y ésta con el varón, y los dos hacen posible la institución humana capaz de mantener al hombre en la creación. El hombre es humano cuando vive y se relaciona con los demás hombres. El relato yawista del Génesis lo expresa con claridad: el hombre mantiene relaciones con Dios, domina a los animales y saca frutos de la tierra. Pero llega a ser él mismo cuando encuentra a Eva como perteneciente a su misma naturaleza (cf. Gén 2,23-24). Con ello se establece la relación hombre—mujer, o la relación entre las formas de vida que se dan entre los pueblos —agrícolas y semitas; Caín y Abel (Gén 4,1-16)— para mostrar la vocación común de la humanidad a la convivencia inscrita por Dios desde su origen.
           
La expresión de Adán cuando encuentra a Eva: «¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» se completa con esta otra: «Creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó» (Gén 2,23; cf. 1,27). La imagen divina que llevan el hombre y la mujer, cuya relación origina el ser humano, tiene como finalidad representar al Creador en medio de todas sus criaturas (cf. Gén 9,1-6). No hay, pues, criaturas intermedias superiores a los hombres e inferiores a Dios para hacerle presente, sino la relación y unión del hombre y la mujer. Ellos alcanzan el rango de gloria y esplendor que les hacen sobresalir sobre todas las demás criaturas (cf. Sal 8,6-9). Tampoco se reduce dicha imagen a un individuo de la especie, como representante de toda la humanidad; nadie puede arrogarse el privilegio de concentrar en él la representatividad divina en la historia. La imagen corresponde a toda la especie, a todo hombre, y la dignidad que confiere pertenece a todos. Por otro lado ningún hombre puede dañar, o robar dicha imagen a quien es su hermano desde el mismo momento de la creación: «... al hombre le pediré cuentas de la vida de su hermano. Si uno derrama la sangre de un hombre otro hombre su sangre derramará; porque Dios hizo al hombre a su imagen» (Gén 9,5-6). Al portar el hombre dicha representatividad divina hace que no se someta a criatura alguna y menos a otro hombre en condición de esclavo. La humanidad simbolizada en la relación del hombre y la mujer sólo tiene que obedecer a Dios, quien es el que salvaguarda su libertad y su señorío sobre todo lo existente, porque la libertad es la que realiza dicha relación entre los hombres y la condición de ser de la misma relación, que no es otra sino la del amor.
           
Además, Dios, el Creador, se ata al hombre para hacerse presente en su creación, constituyendo su temporalidad. Nos referimos a que Dios existe en la historia porque se relaciona con el hombre. Esto no significa cierta degradación del ser divino, sino su capacidad de existir fuera de sí, como hemos visto con Jesucristo. Y esta facultad de Dios de ser Él en la finitud humana, repercute asimismo en la aptitud que otorga al hombre de ser él mismo, individualmente, la imagen divina que está de suyo presente en toda la humanidad. De esta forma, cada hombre, o cada mujer, cuando se relacionan en amor gracias a su libertad representan a toda la humanidad, que es la que verdaderamente refleja la imagen divina en la historia. Por eso el hombre es un ser concreto y, por ser imagen de Dios, es, a la vez, universal; cada hombre es un ser mortal y, por ser imagen de Dios, es, a la vez, inmortal. Y lo es de forma dinámica, ya que él, en cuanto humanidad y ser concreto, es un proyecto a realizar en la historia global de la humanidad, y de forma individual cuando se estructura en un espacio y un tiempo determinado. Y ese proyecto de humanidad será posible realizarlo si se mantiene su imagen divina, es decir, la tensión que supone avanzar en la historia hacia Dios, o hacia el cumplimiento de su voluntad, que no es ser esclavizados por su potencia, anulados por su esplendor, o diluidos en su eternidad, sino en alcanzar su ser humano, como lo hemos analizado en Jesucristo, es decir, sin dejar nunca de ser hombre, que es lo que asegura su imagen divina.

           
Por último, la imagen divina que lleva el ser humano le obliga a tender hacia su arquetipo, hacia su modelo. La necesidad de Dios que percibe el hombre entraña que es el mismo Dios quien le concede no sólo dicha tendencia, sino también la potencia para buscarle y trascenderse sin renunciar a su dimensión natural. Caminar hacia Dios y activar la capacidad divina de su imagen queda estructurado por el ser criatural, lo cual lleva consigo que se realice en la historia humana, entre las relaciones humanas; no se puede anular la realidad creada para relacionarse con la divinidad, o al margen del hecho de ser criatura, porque la imagen es copia fiel de Dios, que no Dios. Ser Dios y ser humano son dos realidades distintas, cuyas fronteras están bien delimitadas, aunque referidas a la «imagen y semejanza» (cf. Is 2,9-18; Ez 28,2-4.12-17). La comunicación con Dios, aunque se dé en un segmento del tiempo y en un aspecto parcial de su Ser, siempre misterioso para el hombre, acontece por medio de las criaturas, de los demás hombres, porque es la condición de ser de la imagen divina en la creación. Y el vínculo con Dios efectuado en la creación hace viable que, al activar el hombre su imagen divina, despliegue, a la vez, el ser que lleva en sí, con lo que tiene la oportunidad de ser más él mismo. Ya que alcanzar la plenitud humana es el objetivo final de su creación por Dios y la identidad de su imagen.

sábado, 29 de noviembre de 2014

La Realeza y el Adviento

                                                                      LA  REALEZA
                                                                       
                                                                                                                                                                                                                                                                        Elena Conde Guerri
                                                                                                     Facultad de Letras
                                                                                                                                       Universidad de Murcia

           
Se cierra el año litúrgico y comienza uno nuevo con el tiempo de Adviento. Deliciosa esperanza de un Niño que vendrá para una peculiar misión diseñada por su  Padre. Tras su nacimiento, el primer itinerario de infancia y juventud es prácticamente silente porque el recién nacido estaba llamado a ser "varón de dolores" (Is 53,3) y también rey,  aunque parezca paradójico. La realeza plena y consciente, a mi modo de ver, reposa en la condición adulta y resulta sugestivo observar cómo el último evangelio del tiempo ordinario se  centra  en la conmemoración de Jesucristo, Rey del Universo. El Cristo Rey, pleno en toda la grandeza de su persona, articula como un gozne robusto y triunfante las dos hojas de una puerta que cierra un ciclo pero abre otro, tal como la edad adulta no se entiende sin la niñez y viceversa.
            Reflexionando sobre la realeza de Cristo, he reparado en el Tratado Sobre la realeza, Perì basileías, escrito en lengua griega por Dión de Prusa entre los años 96 al 102 de nuestra era. La literatura culta en contexto puede ayudar a establecer vínculos de conexión entre conceptos vigentes tanto en la mentalidad "pagana" tradicional, grecorromana, cuanto cristiana o judeocristiana en un periodo histórico, todo el siglo II del Imperio, extraordinariamente rico en el fluir del pensamiento y propicio a las influencias  mutuas e, incluso, a originales sincretismos. No importaba mucho que el cristianismo fuera oficialmente perseguido, para que las mentes liberales que buscaban ante todo la verdad y  el equilibrio como garantes de la estabilidad del Estado, defendieran lemas universales aplicables a cualquier ideal. 
El escritor Dión de Prusa, nacido en esta  localidad de Bitinia (Asia Menor)  identificada actualmente con Bursa  al N.O. de Turquía, fue esencialmente filósofo y rétor. Su extraordinaria capacidad para la oratoria le etiquetó como "el crisóstomo" o "boca de oro" anticipando el mismo que también se ganó, siglos después, San Juan Crisóstomo obispo de Constantinopla. El de Prusa, viajó mucho, se ilustró mucho y se asentó en Roma, en la corte de los Flavios, bajo el dominio del emperador Domiciano quien no permitía ver contestado su régimen autárquico  por ningún  mensaje disidente. Dión tuvo que exiliarse pero luego volvió. Nerva y Trajano en particular durante su prolongado gobierno, fueron emperadores moderados y justos, al menos según el testimonio de la mayoría de las fuentes proclives a su persona que lo veían como el reverso ideal del despotismo de Domiciano. Dión de Prusa escribió entonces la obra mencionada, teorizando sobre la figura del príncipe modélico.
            La imagen del rey-pastor articula todo su razonamiento, muy adecuada a la sensibilidad de los griegos desde Homero y presente también en la mentalidad judía donde tal asociación, acorde con su hábitat, fuentes de riqueza y propia historia patriarcal, era habitual en la Biblia como es por todos conocido. Para Dión, "después de los dioses, el soberano ha de cuidar de los hombres honrando y prefiriendo a los buenos pero ocupándose de todos, pues ¿quién es más provechoso y mejor para los rebaños de ovejas que el  pastor?". (I, 17).  Tal solicitud implica un conocimiento previo que, aplicado en concreto a la figura de Cristo, se ve superado y sublimado por la intensidad  del amor a su rebaño y su  propia oblación, aunque no excluye la justicia final (Jn 10  y Mt 25, 31 ss., respectivamente). Pero, dado por sentado que "el soberano es un elegido de la divina providencia y gobierna el mundo en nombre de Dios", ¿qué regla de conducta debe de seguir para conseguir el ideal? Deberá cultivar las virtudes o aretaí específicas en beneficio de sus gobernados porque su poder no es un privilegio sino un deber, su vida no es para el placer sino para el servicio y sus súbditos no son esclavos sino libres. Su aspiración será la de ser "padre benefactor" y no amo, porque nada más lejos del buen soberano que "cimentar su poder en el miedo en lugar del afecto mutuo y recíproco". Una adecuada preparación filosófica aplicada a los hechos y la moral "obligatoria para todo gobernante", serán su timón para no convertirse en tirano.
La justicia y la paz lo identificarán al ser virtudes cardinales para todas las demás, si se quiere llegar a ese prototipo que, comparando ahora con las categorías hebraicas, había preludiado el profeta Isaías (11) cuando hablaba del soberano del tronco de Jesé dotado de sabiduría, inteligencia y temor de Dios que "no juzgaría por las  apariencias " y lograría una recreación paradisíaca en la tierra en un escenario donde lobo y cordero y leopardo y cabrito pacerían juntos. Por imperativo de su dignidad, y volviendo al autor griego, el soberano también tendrá     que llevar una indumentaria lujosa (importante en las  sociedades antiguas por su semiótica diferencial)  pero nunca la lucirá por presunción o exhibicionismo. Ideario, en suma, basado en la filosofía estoica y  en las corrientes neoplatónicas, que Dión de Prusa hilvanó asociando la figura de Trajano con la del optimus princeps. Pero cuyo mensaje es maleable por si mismo para una adaptación universal. Y no  me atrevería yo a atribuirlo mayormente al rescoldo de la adulación sino al hecho de que el rétor en cuestión fue un hijo de su tiempo.
            Tal tiempo histórico y en definitiva todo devenir y toda realeza transitoria se ven superados, a mi entender, por "el tiempo de la salvación" y la esencia de la realeza del Señor.
             Las fronteras espaciales y temporales quedan difuminadas porque la salvación está abierta a todo hombre, y esencialmente a todo hombre "bueno" como decía Dión, a todo aquél de buena voluntad que no rechace participar en el reino que Jesucristo le ofrece. Porque Cristo es Rey, tal como él mismo proclamó ante Pilato con rotundo enigma aparente: "Mi  Reino no es de este mundo. Sí, tal como dices, soy Rey. Para esto he nacido yo y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 33 ss.). La proclamación de tal Verdad, y su posterior defensa y trasmisión, exigió un camuflaje absoluto de todos lo símbolos e iconos del poder de su realeza hasta la humillación. Se cumplió con rigor la profecía de Isaías (53, 6-7),  "Y Jahvéh descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido y no abrió la boca. Como un cordero al degüello fue llevado". Superó el papel del "padre benefactor" encomiado por Dión, para "tomar la condición de esclavo" por amor (Flp 2,7)  y soportó los atributos sensibles de su majestad traducidos en corona de espinas y manto de púrpura por el arbitrio sarcástico de los soldados del Pretorio (Jn 19; Mt 27; Mc 15). 
Ostentó públicamente su realeza en la cartela del ominoso patíbulo, escrita en las tres lenguas de comprensión habitual en la Judea de  entonces para que nadie iletrado quedase ignorante: "Jesús Nazareno, el Rey de los Judíos" (Mt 27,31; Mc 15,26; Lc 23,38;  Jn 19,19-22). Los Sinópticos y también San Juan insisten en enfatizar la palabra Rey. Este nuevo Rey es aquél de quien dice el  libro del  Apocalipsis 21,5 "el que está sentado en el trono, dijo: mira que hago un mundo nuevo. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tenga sed, le daré gratuitamente el manantial del agua de la vida".  El refrigerio salvífico es siempre el epílogo del reinado. Al inicio de su existencia, tan pequeño y cobijado en el regazo de su Madre, a través del testimonio de Lc 2,11, Cristo, el Señor, es anunciado a los pastores  prioritariamente como "Salvador" antes que como Rey aunque lo sea por derecho propio. Su realeza absoluta, indiscutible y universal triunfará al final, toda vez que la omega ha sido capaz de demostrar en el colofón del tiempo salvífico que "él en persona, sobre el madero llevó nuestros pecados en su cuerpo a fin de que, muertos aquellos, viviéramos para la justicia" (1 P 2,24). Y tal justicia ya no conocerá más que la Vida. Se abre el tiempo del Rey Resucitado, mayestático y universal, pero siempre vinculado al símbolo supremo de su dignidad que es la cruz luminosa e  iluminadora. Si se reflexiona, pocas veces en la iconografía del arte sacro a lo largo de los siglos, el Señor ha sido separado de su cruz.

           
Dión de Prusa intuyó la relación entre la claridad de la trasparencia y los buenos reyes, aunque sus categorías fueran extrínsecas a la fe revelada. En una hermosa frase (III, 73 ss.), pronostica que la tarea del soberano será óptima si él es capaz de mimetizarse con la del  sol, diciendo: "Si el sol se desviase de su órbita, el cielo, la tierra y el mar perecerían. Pero él no lo hace. Es constante. Es un dios, pero sirve a los hombres. Con sus salidas y ocasos y su luz adecuada en cada estación del año que propicia las cosechas y la fertilidad, está al servicio del provecho y bienestar de los hombres. Y su luz es la más deliciosa de todas las visiones". La realeza de Cristo es la luz perpetua que jamás conocerá ocaso.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Adviento I: orar y amar



 DOMINGO I DE ADVIENTO (B)


                                     «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento»

            Lectura del santo evangelio según san Marcos 13, 33-37

            En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento.
            Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
            Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
            Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: !Velad!»

           
1.- Dios.- Comenzamos el tiempo en el que nos preparamos para celebrar el gran don del Señor: el nacimiento de su Hijo, pues  «tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único, para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).  Y con la memoria de Belén, recordamos la segunda venida de Jesús al final de los tiempos, y en los términos que escuchamos el domingo pasado: para desvelar cómo y cuánto hemos amado a los necesitados. La pregunta que le hacen los discípulos es cuándo vendrá de nuevo. Él mismo no sabe  cuándo será el fin del mundo, pero es cierto que el encuentro individual con el Señor será en el momento de nuestra muerte. Ésta se nos puede presentar de improviso; o esperada por la gravedad de  nuestras enfermedades, por los años que hemos cumplido, etc. La pregunta que nos hacemos es la siguiente: ¿estamos preparados para el encuentro con el Señor? El encuentro con el Señor será la luz de la mañana,  que sigue a la noche de nuestra vida, donde tanteamos el bien, hacemos el mal sin darnos cuenta, y dormimos mucho tiempo siendo inconscientes de tanta gente que nos necesita. Por eso debemos estar vigilantes.

           
2.- La Iglesia. Jesús se dirige a los discípulos para que extiendan la salvación a todo el mundo,  tarea que hacen después de la Resurrección y de Pentecostés. Ellos deben comunicar a todos los pueblos la esperanza de que el Señor vuelve para salvarnos, para sacarnos de los infiernos que hemos creado entre todos en esta vida. El Señor nos dirá al final de los días que nuestra vida individual y colectiva no es un sufrimiento sin fin, o una paz y amor interesados, o una libertad experimentada a costa de la esclavitud de mucha gente, o una autonomía conseguida por el dinero, dinero que no todo el mundo puede disponer. Por eso, la Iglesia no se puede parar en la historia; no puede esconderse en un castillo o en un palacio y ver pasar los acontecimientos que angustian o alegran a los hombres, sin participar en sus tristezas y gozos. Si hemos sido salvados en esperanza (cf. Rom 8,24), dicha esperanza hay que proclamarla hasta el confín de la tierra. La Iglesia no se puede dormir; no puede recibir al Señor ausente de la vida de los hombres; o siendo una desconocida en los espacios donde se da la soledad, la enfermedad, el hambre, la injusticia, la esclavitud.


       
3.-El creyente.-  Marcos nos recuerda dos actitudes en este tiempo de adviento. Debemos estar atentos a los hechos y acontecimientos que favorecen nuestra vida, alejarnos de los que nos distraen y enfrentarnos a los que nos hacen daño. Para eso debemos saber del amor, que es el criterio que discierne lo bueno y lo malo. Tenemos la vida muy llena; con muchas tareas por delante, sobre todo los que debemos sacar una familia adelante y los que estamos jubilados, con mil ocupaciones al día. Hay que estar atentos al Señor que está presente en nuestra vida, y si le abrimos el corazón su influencia será cada vez más intensa hasta el encuentro definitivo con Él.— Después debemos orar. Debemos atender al Señor y descubrir su existencia en nuestra vida por medio de la oración. Así no tendremos sorpresa alguna cuando nos encontremos con él en nuestra muerte. Hay que introducir al Señor en nuestra conciencia, en nuestra intimidad, y desde ahí recibir y experimentar la relación de su amor que nos mantiene vivos, despiertos, vigilantes ante cualquier distracción o sueño intespectivo. Y, por otro lado, salir fuera de nosotros para cambiar a las personas, para transformar las situaciones e instituciones y provocar que su llegada se adelante al conseguir que la vida sea más humana.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Adviento I. «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento».



                                                      DOMINGO I DE ADVIENTO (B)

                                       «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento»

            Lectura del santo evangelio según san Marcos 13, 33-37

            En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento.
            Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
            Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
            Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: !Velad!»

       1.- Texto. Marcos relata la predicción de Jesús sobre la destrucción del grandioso templo y la ruina de la ciudad santa de Jerusalén. Dice Jesús: «¿Veis estas grandes construcciones? No quedará piedra sobre piedra, que no sea demolida» (Mc 13,2).  Los discípulos, curiosos, le preguntan cuándo sucederán tales acontecimientos, y Jesús les responde que no lo sabe, «sino sólo el Padre» (Mc 13,32). Y a continuación les cuenta la parábola de aquel amo que se puede presentar de improviso y pedir cuenta a los siervos de su trabajo. Lo importante es que no los encuentre dormidos, sino cumpliendo sus responsabilidades. Estar atentos al encuentro con el Señor es una actitud que Jesús recomienda en el huerto de los Olivos a Pedro, Santiago y Juan  (cf. Mc 14, 34), para no caer en la tentación, para no desviarse de los objetivos fundamentales de la vida.

       
2.- Mensaje: .- Comienza el Año Litúrgico con la preparación de la celebración del nacimiento de Jesús. Y con esta ocasión, la Liturgia nos recuerda la segunda venida, cuando el Señor vendrá en su gloria para desvelar la verdadera historia colectiva y personal de todas las generaciones humanas. Por eso, el Evangelio continúa con los avisos constantes que hemos escuchado en los últimos domingos con las parábolas de Mateo sobre los talentos, las doncellas, el juicio final, etc. Estar vigilantes implica a los dos protagonistas de la salvación humana. El primero es el Señor con su actitud de bondad, y de bondad misericordiosa, que desea siempre el encuentro definitivo con todos para que sus criaturas, que son sus hijos en su Hijo Jesús, puedan alcanzar la felicidad eterna. El otro protagonista es el ser humano, tanto individual como colectivo. Y la actitud es la apertura del corazón a Él para saber de su amor permanente, y la apertura amorosa a los demás para contribuir a la construcción del Reino en la historia, cuya responsabilidad única recae sobre la libertad del hombre, de la sociedad y de la cultura que crea y transmite.
       
       
3.-Acción.  La mayoría de la gente pasa la vida elaborando proyectos que  hacen trabajar, soñar, ilusionarse. La sociedad, la familia, cada persona anida en su corazón la íntima convicción que será más que la generación anterior, porque poseerá más medios para vivir y disfrutar los bienes que exhiben otros ante nuestros ojos: salud fuerte, familia estable, trabajo digno, amigos fieles y reconocimiento social. Se espera  la autonomía suficiente para hacer lo que se desea en cada época de la vida. Esto es bueno, si estas esperas básicas de todos los hombres se introducen en la esperanza que vehicula las realidades eternas. Es decir, los sueños que hacen tener más cosas, se haga más justicia, se experimente más libertad, más gozo, se integran en la relación de amor con el Señor, que es el que da el sentido y el valor último a cada espera, que no es otro que la vida feliz  para siempre. Porque se sabe que, o se alcanza lo que se desea, o se frustra la persona; o si se alcanza, se espera tener más; o, al cumplir años, se cambia el sentido del gozo y de la posesión.  Todo la vida es un caminar insaciable, o conformista, pero que en cualquier momento puede desaparecer. Hay que introducir la vida con todas sus conquistas en la esperanza de eternidad; en la esperanza de lo que de ella permanece para siempre, que no es otra cosa que su dimensión de amor.



Santos y Beatos de la Familia Franciscana: 25 al 30 noviembre

25 de noviembre
Isabel Bona (1386-1420)

            La beata Isabel Bona nace en Waldsee (Württemberg. Alemania) el 25 de noviembre de 1386; es hija de Juan Achler y de Ana. Ingresa en la OFS a los14 años, y a los 17 años en una comunidad de la Orden. Se le encarga el oficio de la cocina. Lleva una vida de oración y penitencia, y es amante de la soledad. Se la llama reclusa, porque no sale del convento. Padece la lepra y otras enfermedades graves. Se une a la pasión de Cristo pobre, y padece sus signos, como heridas de espinas en la cabeza, de flagelación en el cuerpo y los estigmas en las manos, pies y pecho. Muere en Reute (Baden-Württemberg. Alemania) el 25 de noviembre de 1420, a los 34 años de edad. El papa Clemente XIII aprueba su culto el 19 de junio de 1766.

                                               Común de Santas Mujeres

            Oración. Señor Dios, que cada año nos alegras en la fiesta de la beata Isabel Bona, concede a los que celebramos su memoria imitar también los ejemplos de su vida admirable. Por nuestro Señor Jesucristo.


25.1 de noviembre
Humilde de Bisigniano (1582-1637)

            San Humilde nace el 26 de agosto de 1582 en Bisigniano (Cosenza. Italia); es hijo de Juan Pirozzo y de Ginevra Giardino. Ingresa en el noviciado de los frailes menores de Mesoraca (Crotona) en el año 1609. Profesa el 4 de septiembre de 1610. Se le encarga el oficio de limosnero, atender el servicio de la mesa de la comunidad, cultivar el huerto, etc. Practica la oración continua, teniendo una actitud obediente, humilde y dócil. Ayuda a las personas necesitadas a quienes distribuye parte de lo que recibe de la Providencia. Es consejero de General Benigno de Génova, y de los papas Gregorio XV y Urbano VIII. Vive en el convento de San Francisco a Ripa y en el de San Isidoro en Roma. Muere el día 26 de noviembre de 1637, en Bisigniano. El papa León XIII lo beatifica el 29 de enero de 1882 y Juan Pablo II lo canoniza el 19 de mayo del 2002.

                                               Común de santos Varones

            Oración. Dios nuestro, que otorgaste a San Humilde la gracia de imitar a Cristo pobre y crucificado, concédenos por sus ruegos que, viviendo con fidelidad nuestra vocación, podamos alcanzar aquella perfección que tu Hijo nos propuso con su ejemplo. Que vive y reina contigo.

25.2 de noviembre
Luis Beltrame (1880-1951) y María Luisa Corsini (1884-1965)

            Luis Beltrame Quattrocchi nace en Catania (Sicilia. Italia) el 12 de enero de 1880. Estudia Derecho en Roma y llega a ser Abogado del Estado. En la ciudad eterna conoce a María Luisa Corsini, nacida en Florencia (Toscana. Italia) el 24 de junio de 1884, profesora y escritora. Se desposan el 25 de noviembre de 1905 en la capilla de Santa Catalina de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma. Pertenecen a la Orden Franciscana Seglar. Casados durante cincuenta años, tienen cuatro hijos: Felipe, Estefanía, César y Enriqueta. Responsables en sus respectivos trabajos, llevan una vida intensa de fe con asistencia diaria a la Eucaristía, la devoción filial a la Virgen María, invocada con el Rosario rezado todas las noches. Promueven intensamente la justicia, la enseñanza y la ayuda a los pobres y necesitados. Modelos de educación a sus hijos, lo son también de familia cristiana. Transforman su trabajo en una fuente de santificación como pareja. Luis muere en 1951 y María en 1965. El papa Juan Pablo II los beatifica el 21 de octubre de 2001 y establece su fiesta el día en el que contrajeron matrimonio: el 25 de noviembre.
  
                                   Común de Santos Varones o Mujeres

            Oración. Dios misericordioso, por la gloria de los beatos Luis y María Luisa nos ofreces el supremo testimonio de tu amor; concédenos, por tu bondad, que ayudados por su intercesión y estimulados por su ejemplo imitemos fielmente a tu Hijo. Que vive y reina.


26 de noviembre

Leonardo de Porto Mauricio (1676-1751)

            San Leonardo nace el 20 de diciembre de 1676 en Porto Mauricio (Liguria. Italia); es hijo de Domingo Casanova y Ana María Benza. Estudia Humanidades y Filosofía en el Colegio de los Jesuitas en Roma. A los veintiún años ingresa en la Comunidad de los franciscanos de la Reforma. Viste el hábito franciscano el 2 de octubre de 1697. Después de cursar los estudios eclesiásticos, es ordenado sacerdote el 23 de septiembre de 1702. Destinado primero como profesor de Filosofía, se dedica después a la evangelización. En 1709 se traslada al convento de San Francisco al Monte de Florencia, donde trabaja en el establecimiento y organización de los conventos-retiro de la Orden. En 1717 crea una fra-ternidad-retiro en la colina de El Encuentro, bajo el espíritu de San Pedro de Alcántara y del beato Buenaventura de Barcelona. Desde 1708 hasta su muerte en 1751, San Leonardo se dedica a la predicación de las misiones populares. Escribe un “Reglamento de misiones”, en 1712, que ha perdurado hasta nuestros días. Inaugura un Víacrucis en el Coliseo de Roma y en todas las iglesias donde predica. Logra erigirlo en 571 iglesias de Italia. También propaga la devoción del Santísimo Sacramento, la del Sagrado Corazón de Jesús y la del Inmaculado Corazón de María. Muere en Roma el 26 de noviembre de 1751. El papa Pío IX lo canoniza el 29 de junio de 1867. El 17 de marzo de 1923, Pío XI lo nombra patrono de los sacerdotes que se dedican a las misiones populares.
  
                                   Común de Pastores o de Santos Varones

            Oración. Dios rico en misericordia, te rogamos que, así como hiciste a San Leonardo un predicador insigne de la pasión de tu Hijo, propagando la devoción del Vía Crucis, nos concedas, por su intercesión, meditar esos mismos misterios de Cristo y merecer los frutos de su redención. Por nuestro Señor Jesucristo.

27 de noviembre
Bernardino de Fossa (1420-1503)

            El beato Bernardino nace en Fossa (Áquila. Italia), el año 1421. Estudia en Perusa, donde se doctora en Jurisprudencia. En 1445 ingresa en el convento de Monterrípido de Perusa. Profesa la regla en manos de San Jaime de la Marca. Ordenado sacerdote, se dedica a la predicación siguiendo a San Bernardino de Siena, del que imita el espíritu de fe y recogimiento, prudencia, humildad y modestia. Dirige la re-forma de las fraternidades de Gubbio, Stroncone, Áquila, etc. Es vicario provincial varias veces y vicario de Bosnia y Dalmacia entre los años 1464-1467. También desempeña el cargo de Procurador general de la observancia cismontana ante la Curia romana entre 1467 y 1469; toma parte de los capítulos generales cismontanos de L’Áquila (1452), Asís (1455), Milán (1457), Roma (1458) y Mantua (1467). Funda varias fraternidades, entre las que se cuenta la de Santo Ángel d’Ocre, en la que vive mucho tiempo. Se retira al convento de San Julián, en las cercanías de L’Áquila. Muere el 27 de noviembre de 1503. El papa León XII aprueba su culto el 26 de marzo de 1828.

                                                Común de Pastores o de Santos Varones

            Oración. Dios nuestro, que llamaste al beato Bernardino para que buscara tu Reino en este mundo por la práctica de la caridad y oración perfecta, concédenos que, fortalecidos por su intercesión, avancemos por el camino del amor con espíritu gozoso. Por nuestro Señor Jesucristo.


27.1 de noviembre
Francisco Antonio Fasani (1681-1742)

            San Francisco Antonio Fasani nace en Lucera (Foggia. Italia), el 16 de agosto de 1681. A los 15 años ingresa en la Orden de los Frailes Menores Conventuales. Emite sus votos religiosos en Monte S. Ángelo. Cursa sus estudios eclesiásticos en los colegios de Venafro, Agnone, Montella, Aversa y Asís, junto a la tumba del Seráfico Padre San Francisco, donde fue ordenado sacerdote el 19 de septiembre de 1705. Defendida la tesis doctoral, es profesor de Filosofía en el convento de San Francisco en Lucera. Desempeña las funciones de superior, maestro de novicios, maestro de estudiantes, profesor y ministro provincial de la provincia religiosa de San Miguel Arcángel en Pulla. Se distingue por llevar una vida inocente y por su actitud humilde, penitente, servicial con los hermanos y con la gente; tiene una devoción especial al Sagrado Corazón y a la Virgen Inmaculada. Predica durante 35 años en las ciudades y los poblados de Pulla Septentrional y de Molisa. Muere en Lucera el 29 de noviembre de 1742. El papa Pío XII, el 15 de abril de 1951, lo beatifica y Juan Pablo II lo canoniza el 13 de abril de 1986.

                                   Común de Pastores o de Santos Varones

            Oración. Oh Dios de bondad, que en San Francisco Antonio Fassani nos has dado un modelo de perfección evangélica y un ferviente apóstol de tu Palabra, concédenos, por sus méritos y su intercesión, permanecer siempre firmes en la fe y solícitos en la caridad, para obtener así la recompensa eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.

28 de noviembre
Jaime de La Marca (1394-1476)

            San Jaime nace en Monteprandone (Áscoli Piceno. Italia) el 1 de septiembre de 1394. Se doctora en Derecho Civil en Perusa hacia 1412. Trabaja como juez en Bibbiena (Arezzo. Italia) y como notario en la cancillería municipal de Florencia. Ingresa en la Orden en julio de 1416, haciendo la profesión en Asís. Es discípulo de Juan de Capistrano y Bernardino de Siena. En 1423 es ordenado sacerdote. Consigue la paz entre las ciudades de Fermo y Áscoli en 1446 y en 1463. Lucha contra las herejías de los bogomilos en Bosnia y de los husitas en Austria y Bohemia. Predica también en Ale-mania, Suecia, Dinamarca, Polonia y Hungría; difunde la devoción al nombre de Jesús. Cuando San Juan de Capistrano muere en 1456, lo sustituye como comisario de la Orden en Hungría. En el Concilio de Basilea promueve la unión de los husitas moderados con la Iglesia, y en el de Florencia, la de las Iglesias ortodoxa y latina. Predica la cruzada contra los otomanos. En Italia, combate también el movimiento radical de los fraticelli. Calixto III, en 1455, lo nombra juez en la cuestión entre los franciscanos conventuales y los observantes; su decisión, publicada el 2 de febrero de 1456, no complace a ninguna de las partes. Instituye diversos Montes de Piedad como instituciones de crédito sin afán de lucro, pozos y cisternas públicas. Da estatutos civiles a once ciudades y funda numerosas fraternidades laicas, siendo uno de los precursores del asociacionismo católico. Muere en Nápoles el 28 de noviembre de 1476. El papa Urbano VIII lo beatifica el 12 de agosto de 1624 y Benedicto XIII lo proclama santo el 10 de diciembre de 1726.

                                   Común de Pastores o de Santos Varones

Oración. Dios generoso en clemencia, que, para la salvación de los hombres y conversión de los pecadores, confiaste la predicación de tu Evangelio a San Jaime de La Marca, concédenos, por sus méritos, el verdadero arrepentimiento de nuestras culpas y la gracia de la eterna salvación. Por nuestro Señor Jesucristo.

29 de noviembre
Todos los santos de la Orden Franciscana

            El papa Honorio III, el 29 de noviembre de 1223, aprueba la Regla de la Orden. En su aniversario se recuerda a todos los hermanos que han alcanzado la gloria del Padre, finalidad del escrito de San Francisco. El proyecto de vida y el carisma de Francisco es seguir a Cristo pobre y crucificado, servirlo a la Iglesia y, al servirlo, alcanzar la santidad y salvación prometida por Dios Padre. “Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste. Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos” (Jn 17, 20-26). Y San Francisco pre-dice: “Carísimos, consolaos y alegraos en el Señor; no os entristezcáis por el hecho de ser pocos; no os asustéis de mi simplicidad y de la vuestra, porque, como me ha revelado el Señor, él nos dará una innumerable multitud y nos propagará hasta los confines del mundo. Vi una gran multitud de hombres venir hacia nosotros, deseosos de vivir con el hábito de la santa religión y según la regla de nuestra bienaventurada Orden”.


          Oración. Dios, rico en misericordia, que has enriquecido a tu Iglesia con la santidad de innumerables hijos e hijas de la Familia Franciscana, concédenos a los que celebramos en una misma fiesta los méritos de todos ellos, seguir sus huellas en la tierra y obtener el premio de la salvación en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


30 de noviembre
Andrés, Apóstol

            San Andrés, originario Betsaida, es hermano de San Pedro. Dice a Jesús que un muchacho tiene unos panes y unos peces cuando la multiplicación de los panes y los peces.

                                               Del Común de Apóstoles


            Oración. Protégenos, Señor, con la constante intercesión del apóstol San Andrés, a quien escogiste para ser predicador y pastor de tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo.