CRISTO Y LAS RELIGIONES
III
Álvaro Garre Garre
Instituto Teológico de Murcia OFM
Pontificia Universidad Antonianum
El concilio
Vaticano II afirma que “la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la
salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un
tiempo mediador y plenitud de toda la revelación”.
Que la
salvación se adquiere sólo por la fe en Jesús es una afirmación constante en el
Nuevo Testamento. La bendición de todos en Abraham encuentra su sentido en la
bendición de todos en Cristo. Aunque, según el evangelio de Mateo, Jesús se ha
sentido especialmente enviado al pueblo de Israel, sin embargo, Jesús no
excluye a los gentiles de la salvación.
La
universalidad de la obra salvadora de Jesús se funda en que su mensaje y su
salvación se dirigen a todos los hombres y todos pueden acogerla y recibirla en
la fe. Pero en el Nuevo Testamento encontramos otros textos que parecen mostrar
que la significación de Jesús va más allá, de algún modo es previa a la acogida
de su mensaje por parte de los fieles. El paralelismo paulino entre Adán y
Cristo (cf. 1 Cor 15, 20-22. 44-49; Rom 5, 12-21) parece apuntar hacia idéntica
dirección. Si existe una relevancia universal del primer Adán, en cuanto primer
hombre y primer pecador, también Cristo ha de tener una significación salvífica
para todos, aunque no se expliciten con claridad los términos de la misma. Es
Jesús en cuanto Logos encarnado el que ilumina a todos los hombres (Jn 1,9).
La
mediación única de Jesucristo se relaciona con la voluntad salvífica universal
de Dios en 1 Tim 2, 5-6. Aunque no hay una actitud cerrada del NT hacia todo lo
que no proviene de la fe en Cristo, la apertura se puede manifestar también a
los valores religiosos.
El Nuevo
Testamento nos muestra, a la vez, la universalidad de la voluntad salvífica de
Dios y la vinculación de la salvación a la obra redentora de Cristo Jesús,
único mediador. Los hombres alcanzan la salvación en cuanto reconocen y aceptan
en la fe a Jesús el Hijo de Dios. A todos sin excepción se dirige este mensaje.
La CTI
afirma con rotundidad que “ni una limitación de la voluntad salvadora de Dios,
ni la admisión de mediaciones paralelas a la de Jesús, ni una atribución de
esta mediación universal al Logos eterno no identificado con Jesús resultan
compatibles con el mensaje neotestamentario”.
La cuestión
que se plantea aquí es si la unicidad de Jesucristo es absoluta. J. Dupuis
sostiene que la unicidad y universalidad de Jesucristo no son ni absolutas –lo
absoluto es la voluntad salvífica de Dios- ni relativas, sino constitutivas y
relacionales. Constitutivas, en la medida en que Jesucristo posee el
significado salvífico para toda la humanidad y el acontecimiento Cristo es
causa de salvación. También son relacionales, en la medida en que la persona y
el acontecimiento se insertan en un plan general de Dios para la humanidad que
es polifacético y cuya realización en la historia consta de diversos tiempos y
momentos. De esta manera, Dupuis pretende superar tanto el paradigma
exclusivista, como el inclusivista y no caer en el pluralista
–relativista-. Para el teólogo belga
Jesucristo es una de las diferentes “figuras salvíficas” en las que Dios está
presente y operante de forma escondida, el único “rostro humano” en el que
Dios, aunque permanece invisible, se desvela y revela plenamente.
Sin
embargo, Pié-Ninot prefiere hablar de “absolutez relacional”, en el sentido de
una singularidad “absoluta”, entendida como máxima, pero “abierta” en cuanto
que es relacional.
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