I ADVIENTO (C)
Lectura del santo Evangelio según
San Lucas, 21,25-28. 34-36
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: —Habrá
signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las
gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán
sin aliento por el miedo ante lo que se le viene encima al mundo, pues las
potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una
nube, con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la
cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente
con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y se os eche encima de
repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la
tierra.
Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de
todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre.
1.- Texto. El Hijo del Hombre se comprende en los
Evangelios para este tiempo futuro como un juez que vendrá «con la gloria de su
Padre y acompañado de sus santos ángeles» (Mc 8,38par; 13,27par). Y responde a
una de las primeras aclamaciones de los cristianos cuando experimentan la
resurrección de Jesús: a la afirmación « ¡Señor Jesús!» (1Cor 12,3), cuando se
solicita su vuelta a la historia para clausurarla, se responde: «¡Marana tha!» «
¡Ven, Señor!» (1Cor 16,22). Por consiguiente, el Hijo del hombre, como juez
poderoso (cf. Mc 8,38par), vendrá en el futuro para inaugurar la etapa última
de la historia de la salvación: «Llegarán días en que desearéis ver uno de los
días de este hombre y no lo veréis [...] Lo que sucedió en tiempos de Noé
sucederá en tiempo del Hijo del hombre [...] Así será el día en que se revele
el Hijo del hombre» (Lc 17,26-30). El regreso para juzgar es inesperado, aunque
sea seguro: «Pero vosotros estad preparados, pues cuando menos lo penséis,
llegará el Hijo del hombre» (Lc 12,40). Sin embargo no hay que inquietarse por
el retorno imprevisto. El cristiano no debe desequilibrarse en las
responsabilidades de la vida cotidiana si camina con la confianza de que Dios
saldrá en defensa de sus hijos (cf. Lc 18,8).

2.- Mensaje.
Comienza el Año Litúrgico con la preparación de la celebración del
nacimiento de Jesús. Y con esta ocasión, la Liturgia nos recuerda la segunda
venida, cuando el Señor vendrá en su gloria para desvelar la verdadera historia
colectiva y personal de todas las generaciones humanas. Por eso, el Evangelio avisa de «estar despiertos». Estar vigilantes
implica a los dos protagonistas de la salvación humana. El primero es el Señor
con su actitud de bondad, y de bondad misericordiosa, que desea siempre el
encuentro definitivo con todos para que sus criaturas, que son sus hijos en su
Hijo Jesús, puedan alcanzar la felicidad eterna. El otro protagonista es el ser
humano, tanto individual como colectivo. Y la actitud es la apertura del
corazón a Él para saber de su amor permanente, y la apertura amorosa a los
demás para contribuir a la construcción del Reino en la historia, cuya
responsabilidad única recae sobre la libertad del hombre, de la sociedad y de
la cultura que crea y transmite.
3.-Acción. La mayoría de la gente pasa la vida
elaborando proyectos que hacen trabajar,
soñar, ilusionarse. La sociedad, la familia, cada persona alberga en su corazón
la íntima convicción de que será más que la generación anterior, porque poseerá
más medios para vivir y disfrutar los bienes que exhiben otros ante nuestros
ojos: salud fuerte, familia estable, trabajo digno, amigos fieles y
reconocimiento social. Se espera la
autonomía suficiente para hacer lo que se desea en cada época de la vida. Esto
es bueno, si estas esperas básicas de todos los hombres se introducen en la
esperanza que vehicula las realidades eternas. Es decir, los sueños que hacen
tener más cosas, se haga más justicia, se experimente más libertad, más gozo,
se integran en la relación de amor con el Señor, que es el que da el sentido y
el valor último a cada espera, que no es otro que la vida feliz para siempre. Porque se sabe que, o se
alcanza lo que se desea, o se frustra la persona; o si se alcanza, se espera
tener más; o, al cumplir años, se cambia el sentido del gozo y de la
posesión. Toda la vida es un caminar
insaciable, o conformista, pero que en cualquier momento puede desaparecer. Hay
que introducir la vida con todas sus conquistas en la esperanza de eternidad;
en la esperanza de lo que de ella permanece para siempre, que no es otra cosa
que su dimensión de amor.
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