MISERICORDIA
«CARTA A UN MINISTRO» DE SAN FRANCISCO
VIII
3º En San Francisco, fiel seguidor de Jesús, la obediencia es al Señor.
Así lo hace cuando camina hacia Espoleto, o le habla el Crucifijo de San
Damián, o escucha el Evangelio de la misión[1]. Es lo
primero que dictamina para los hermanos, porque vivir es obedecer[2], como
hace el Hijo de Dios sobre la tierra: «Considera, oh hombre, en cuán grande
excelencia te ha puesto el Señor Dios, porque te creó y formó a imagen de su
amado Hijo según el cuerpo, y a su semejanza según el espíritu. Y todas las
criaturas, que hay bajo el cielo, de por sí, sirven, conocen y obedecen a su
Creador mejor que tú […] Bienaventurado el
siervo que no se tiene por mejor, cuando es engrandecido y exaltado por los
hombres, como cuando es tenido por vil, simple y despreciado, porque cuanto es
el hombre delante de Dios, tanto es y no más»[3]. Y
siguiendo la estela paulina, la obediencia de Jesús al Padre es lo que hace
desaparecer el pecado para una humanidad transida por la desobediencia de Adán:
«Pero cualesquiera de los frailes que no quisieren observar estas cosas, no los
tengo como católicos ni frailes míos; tampoco quiero verlos ni hablarles, hasta
que hicieren penitencia. También digo esto de todos los otros que van vagando,
pospuesta la disciplina de la Regla; ya que nuestro Señor Jesucristo dio su
vida, para no perder la obediencia de su santísimo Padre»[4].
Obediencia al Señor y
a la Iglesia que es donde se le ofrece en Cristo Jesús y también a todas las
criaturas, porque son un vestigio de Él, dependen de su providencia: «La santa
Obediencia confunde a todas las Voluntades corporales y carnales, y tiene
mortificado su cuerpo para obediencia del espíritu y para obediencia de su
hermano, y está sujeto y sometido a todos los hombres que hay en el mundo; y no
únicamente a solos los hombres, sino
también a todas las bestias y fieras, para que puedan hacer de él, todo lo que
quisieren, cuanto les fuere dado desde arriba por el Señor»[8].
También la obediencia
en la fraternidad franciscana queda
marcada por la obediencia a Dios por medio de Jesús. Todos, los superiores y
súbditos, se tienen que servir mutuamente, porque todos deben obedecer al
Señor. En la fraternidad nadie hay autónomo o puede vivir al margen de la
obediencia a Dios. Y todos deben relacionarse con la autoridad del Señor en la
historia, que es Jesús. Por eso el Evangelio será la norma visible en la que se
reflejará la relación de sumisión a Dios Padre: « Y ningún fraile haga mal o hable mal al otro;
sino más bien, por la caridad del espíritu, voluntariamente se sirvan y
obedezcan unos a otros. Y ésta es la verdadera y santa obediencia de nuestro
Señor Jesucristo. Y todos los frailes, cuantas veces se desviaren de los
mandatos del Señor, y vaguearen fuera de la obediencia, como dice el profeta,
sepan que son malditos fuera de la obediencia hasta tanto que permanecieren en
tal pecado a sabiendas. Y cuando perseveraren en los mandatos del Señor, que
prometieron por el santo Evangelio y por su vida, sepan que están en la verdadera
obediencia y sean bendecidos por el Señor»[9].
Después dicha
obediencia mutua se introduce en la relación entre superiores y súbditos: «Mas
los frailes que son súbditos recuerden que por Dios negaron sus propias
voluntades. Por donde les mando firmemente, que obedezcan a sus ministros en
todo lo que prometieron al Señor guardar y no es contrario al alma y a nuestra
Regla. Y dondequiera que están los frailes, que supiesen y conociesen no poder
guardar la Regla espiritualmente, a sus ministros deban y puedan recurrir. Mas
los ministros recíbanlos caritativa y benignamente y tengan tanta familiaridad
para con ellos, que [los frailes] puedan hablarles y obrar como los señores a
sus siervos; pues así debe ser, que los ministros sean siervos de todos los
frailes»[10].
El
Evangelio es la ley que deben obedecer todos los religiosos, ministros y
súbditos. La autoridad, entonces, no tiene valor por sí misma, sino que existe
en la medida en que se refiere al Evangelio, y el Evangelio es la Regla que ha escrito. Desobedecer la Regla es
darle la espalda al Evangelio: «Y el ministro general y todos los otros
ministros y custodios estén obligados por obediencia a no añadir o quitar en
estas palabras. Y siempre tengan este escrito consigo junto a la Regla. Y en
todos los capítulos que hacen, cuando leen la Regla lean también estas
palabras. Y a todos mis frailes, clérigos y legos, mando firmemente por
obediencia que no introduzcan glosas en la Regla ni en estas palabras diciendo:
“Así deben entenderse”. Sino que, así como el Señor me dio decir y escribir
sencilla y puramente la Regla y estas palabras, así sencillamente y sin glosa
las entendáis y con santas obras las guardéis hasta el fin»[13].
En
definitiva, escribe San Francisco: «Mas los ministros recíbanlos caritativa y
benignamente y tengan tanta familiaridad para con ellos, que [los frailes]
puedan hablarles y obrar como los señores a sus siervos; pues así debe ser, que
los ministros sean siervos de todos los frailes. Pero amonesto y exhorto en el
Señor Jesucristo que se guarden los frailes de toda soberbia, vanagloria,
envidia, avaricia, cuidado y solicitud de este siglo, detracción y murmuración;
y no cuiden los que no saben letras de aprender letras»[15]. San
Francisco, en fin, somete la obediencia al amor. Por eso el Espíritu, que es la
relación de amor de Dios con nosotros, es el verdadero Ministro General de la
Orden: «Quería que la religión fuera lo mismo para pobres e iletrados que para
ricos y sabios. Solía decir: en Dios no hay acepción de personas, y el ministro
general de la religión, que es el Espíritu Santo, se posa igual sobre el pobre
y sobre el rico»[16].
San Francisco resume su sentido de la obediencia:
a.- Renuncia
de sí: «Dice el Señor en el Evangelio: El que no renunciare a
todo lo que posee, no puede ser mi discípulo (Lc 14,33); y: el que quisiere
salvar su alma, la perderá (Lc 9,24).
Aquel hombre deja todo lo que posee y pierde su cuerpo, que se ofrece a
sí mismo todo entero a la obediencia en las manos de su prelado. Y todo lo que
hace y dice, que él sepa que no es contra su voluntad [del prelado], mientras
sea bueno lo que hace, es verdadera obediencia. Y si alguna vez el súbdito ve
cosas mejores y más útiles para su alma que aquellas que le ordena el prelado,
sacrifique las suyas voluntariamente a Dios, y se aplique a cumplir con la obra
las cosas que son del prelado».
b.- Se renuncia
para establecer relaciones exclusivas de
amor, cuyo término no tiene límites, pues, como Jesús, ha amado hasta
entregar su vida: «Pues ésta es obediencia caritativa (cf. 1Pe 1,22), porque
satisface a Dios y al prójimo. Pero si el prelado ordena algo contra su alma,
aunque no le obedezca, sin embargo no lo abandone. Y si de ahí sufriere
persecución por algunos, ámelos más por Dios. Pues el que sufre persecución
antes de que quiera separarse de sus hermanos, verdaderamente permanece en la
perfecta obediencia, porque da su vida (cf. Jn 15,13) por sus hermanos»[17].
[1]
2Cel 6: «Una noche, pues, mientras duerme, alguien le habla en visión por vez
segunda y se interesa con detalle por saber a dónde intenta encaminarse. Y como
él le contara su decisión y que se iba a la Pulla a hacer armas, insistió en
preguntarle el de la visión: ¿Quién puede favorecer más, el siervo o el señor?
El señor, respondió Francisco. Y el otro: ¿Por qué buscas entonces al siervo en
lugar del señor? Replica Francisco: ¿Qué quieres que haga, Señor? Y el Señor a
él: Vuélvete a la tierra de tu nacimiento, porque yo haré que tu visión se
cumpla espiritualmente. Se vuelve sin tardanza, hecho ya ejemplo de obediencia,
y, renunciando a la propia voluntad, de Saulo se convierte en Pablo. Es
derribado éste en tierra, y los duros azotes engendran palabras acariciadoras;
Francisco, empero, cambia las armas carnales en espirituales, y recibe, en vez
de la gloria de ser caballero, una investidura divina»; cf. LM 1,3; TC 6; En San Damián: 2Cel 9; Evangelio de la misión: 1Cel 22; TC 25.
Para este tema: cf. K. Esser, Temas espirituales 23-33; J. A. Guerra, «La Autoridad y obediencia
en las dos Reglas Franciscanas», Sel. Fran.
406-445; L. Iriarte, La vocación franciscana. Valencia 1898,
265-293; S. López, «Obbedienza», Dizionario Francescano. Padova 2002,
1258-1278; F. Uribe, La Regla de San Francisco. Murcia 2007, 270-286; J.
Micó, Vivir el Evangelio. Valencia 1998, 295-320.
[2] Rnb 1-4: «¡En el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo! Esta es la vida del Evangelio de Jesucristo, que fray
Francisco pidió que le fuese concedida y confirmada por el señor Papa. Y él se
la concedió y confirmó para sí y sus frailes, presentes y futuros. Fray
Francisco y todo el que será cabeza de esta Religión, prometa obediencia y
reverencia al señor Papa Inocencio y a sus sucesores»; cf. Rb 2.
[3] Adm 5,1-2; 19,1-2; 2Cel 196; LM
9,1; LP 54. cf. Gén 1,26.
[4] CartO 44-46; cf.
Flp 2,8; Adm 2,1-4: «Dijo el Señor a Adán: Come de
todo árbol, pero del árbol del bien y del mal no comas (Gén 2,16-17). Podía
comer de todo árbol del paraíso, porque, mientras no contravino la obediencia,
no pecó. Come, en efecto, del árbol de
la ciencia del bien, aquel que se apropia su voluntad y se enaltece de los
bienes que el Señor dice y obra en él; y así por la sugestión del diablo y
transgresión del mandato, vino a ser manzana de la ciencia del mal».
[5] Adm 1,22; cf. Mt 28,20.
[6]
Adm 1,9-22; textos citados de la Escritura: Mc 14, 22.24; Jn 6,55; 1Cor 11,29; Sal 4,3; Fil 2,8; Sab 18,15;
Mt 28,20.
[7] Tes
6-11; Rnb 4; Rb 1,3; 12,1; 1Cel 22; TC 57; LP 15. Además de la Jerarquía,
a otros responsables de la Iglesia y
hasta los mismos cristianos, Rnb 23,16-22; 2CartF 33-35
[8] SalV,
14-18; cf. Jn 19,11.
[9] Rnb 5,13-17; cf. 6,3; 4,5; Adm 3,6; textos de la Escritura: Gál 5,13;
Sal 118,21
[10]
Rnb 10,2-6; cf. Rb 6,9; Adm 24.
[11]
Rnb 6,1-4; cf. 4,4; Rb 10,4-5; Adm 18,1; 1Cel 43; textos de la Escritura: Jn
13,14; Mt 7,12.
[12]
Adm 3,7-9; cf. Rnb 5,2; Rb 10,1; 1Cel
41; texto de la Escritura: Jn 15,13.
[13] Tes 35-39; cf. Rnb 2,1-2.8; Rb 2,1-2.12.
[14]
Cf. Rb 1,4-5; 10,3-4; 8,2; Tes 33-34;
2CartF 40; etc. obedecer a los
guardianes: Tes 36.
[15] Rb 10,5-7.10; Rnb 5,7; cf. Lc 12,15; Mt
13,22
[17]
Adm 3,6-9; cf. Rnb 5,2.14-15; Rb 10,3; 1Cel 41.
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