IV DOMINGO (C)
Lectura
del santo Evangelio según San Lucas 4,21-30.
En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga:
-Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. Y todos le expresaban su
aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y
decían: -¿No es este el hijo de José? Y Jesús les dijo: -Sin duda me recitaréis
aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»: haz también aquí en tu tierra lo que
hemos oído que has hecho en Cafarnaún. Y añadió: -Os aseguro que ningún profeta
es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en
tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo
una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado
Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos
leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de
ellos fue curado más que Naamán, el sirio. Al oír esto, todos en la sinagoga se
pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un
barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejó.

1.- El Señor da la oportunidad cada año santo de
volver a empezar. Las mujeres y los hombres orientamos la historia humana según
nuestros intereses ―casi siempre pensamos que son legítimos―, pero muchas veces
no coinciden con el objetivo que el Señor tiene trazado para nuestra vida
individual y colectiva. Por eso, cada 50 años, en Israel se retoma la vida
desde Dios en las dimensiones sociales, económicas y religiosas, en lo personal
y en lo comunitario y familiar. Debemos convencernos de que el Señor siempre da
nuevas oportunidades a nuestra vida, tantas veces fallida por situaciones
concretas en las relaciones afectivas y laborales. Y no es cuestión de tratar
de recuperar un tiempo perdido o recrear de nuevo ocasiones que hemos
desperdiciado. La vida pasada es pasado. Es reconducir el egoísmo hacia la
bondad; enderezar el camino hacia los demás como rostros del Señor; es captar
la fraternidad en la que todos somos integrantes con pleno derecho. Y para
esto, siempre estamos a tiempo.
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Parroquia San Lorenzo de Murcia |
2.-
La
Iglesia la formamos todos los bautizados. Los líderes naturales de ella son los
que están más comprometidos con las misiones que estructuran la evangelización
cristiana. Sabemos la labor del Papa, de nuestro Obispo, de nuestro Párroco, de
la vida extraordinaria de los santos y santas que son nuestros patronos; de
Jesús, de sus padres, María y José. Tenemos personas, instituciones y medios
que son excepcionales para vivir en gracia, para no expulsar a Jesús de
nuestras vidas; no tratar de despeñarlo, como los nazarenos. Pero lo que
realmente forma a la Iglesia en su raíz son todos los cristianos que viven con
sencillez la relación personal y comunitaria con Dios. Los miles de personas
anónimas que dan su vida por los demás, que hacen posible que el año de gracia
sea una realidad en los más necesitados de todo tipo, y que, con su ejemplo, las
personas recuperen su esperanza y se comprometan con el Señor y los hermanos.
3.- Jesús advierte a Israel de que Elías
y Eliseo hicieron sus milagros a gente que nada tenía que ver con su tradición
religiosa. Los jefes del pueblo dieron la espalda al Señor. Los cristianos
tenemos el mismo peligro. Echando una mirada a nuestro alrededor observamos la
cantidad de gente que pasa del Señor y de su comunidad de bautizados. No les
interesa porque no les rinde económicamente, porque viven de prejuicios
pasados, o rumian los escándalos eclesiales de siglos anteriores y del presente
como si se hubieran cometido contra ellos mismos. Y Jesús se abre paso y se
distancia. Un imperfecto continuo que expresa un caminar lento, sin prisas.
Jesús se va cuando nuestra sociedad lo expulsa de las relaciones comunes;
cuando nuestro corazón se endurece y vive exclusivamente para sí y para el dinero;
cuando el egoísmo se instala como el epicentro de toda la sociedad. Jesús se va
a América, a Asia, a África. La cuna cultural y social de la fe aún sueña con
desterrar a Jesús o, lo que es peor, vivir como si no hubiera existido, con una
ética que produce violencia y distancia a unos de otros. Llevemos cuidado con
contagiarnos de este ambiente.
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