BAUTISMO DEL SEÑOR (C)
De Lucas 3,15-16.21-22
Como el pueblo estaba expectante,
y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan
les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que
es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias.
Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego […] Y sucedió que, cuando todo el
pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se
abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia
corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el
amado; en ti me complazco».
2.- «En cuanto
salió del agua, vio que los cielos se rasgaban y el Espíritu bajando sobre él
como una paloma» (Mc 1,10). Dios ha encontrado a alguien disponible a
quien entregarse plena y personalmente y preparado para que le obedezca. Dios se dirige a Jesús como su Padre; se
relaciona con la cercanía y amor que colma la vida de Jesús, lo cual le señala
como Hijo único, el amado, el predilecto. La alegría divina de haber encontrado
a alguien que le responda a su amor y realice la tarea que tantas veces ha
encomendado a Israel, se fundamenta en que va a instaurar la justicia y el
derecho en todo el mundo, y con el testimonio de una mansedumbre que es capaz
de ofrecer su vida por todos. La declaración divina puede entenderse como una llamada
que hace Dios a Jesús. Y es una llamada para que cumpla su voluntad con un
estilo muy diverso de aquel que pregona la gloria y el poder para su enviado,
según señalan las tradiciones. La vocación de Jesús es nuestra vocación
cristiana; es la llamada que nos hace continuamente el Señor para hacer
presente su vida de amor a todos nuestros hermanos desde nuestra vida sencilla
y humilde.
3.- No se sabe
con certeza cuándo surge en Jesús la experiencia de su peculiar filiación
divina y la posesión del Espíritu con el que desarrolla la proclamación del
Reino. La tradición cristiana coloca esta conciencia de Jesús en el bautismo
por Juan, donde Dios le revela su identidad y misión. Esto significa el
preámbulo de su actividad pública y, por consiguiente, un cambio
trascendental de su vida, que su familia no ha presentido a lo largo de su
convivencia doméstica. Y se observa cuando Jesús vuelve a su pueblo después de
un primer contacto con la muchedumbre, a la que anuncia el Reino con unos
hechos sorprendentes, y «fue predicando y expulsando demonios en sus sinagogas
por toda la Galilea» (Mc 1,39). Y su familia, incluida su Madre, se extrañan de
esta cambio trascendental de su vida (cf. Mc 6,2-3). — Es probable que Jesús
esté un tiempo con Juan. El relato de la vocación de los primeros discípulos
del evangelio de Juan así lo supone. Jesús está cerca de «Betania, junto al
Jordán, donde Juan bautizaba» (Jn 1,28). Está, pues, fuera de su contexto
familiar y de su trabajo. Sucede que dos discípulos de Juan, Andrés y Felipe,
dejan al maestro y siguen a Jesús, lo que sugiere que éste los conoce, porque
también forman parte del entorno de Juan cuando él emprende un nuevo camino.
Este conocimiento previo que tiene Jesús de sus discípulos, donde es posible
que todos estén a la espera de la intervención divina anunciada por el
Bautista, explica la llamada drástica al seguimiento sin mediar diálogo alguno
como se narra en los Evangelios (Mc 1,16-20). Por otra parte, Jesús aparece bautizando
con sus discípulos: «... Jesús con sus discípulos se dirigió a Judea; allí se
quedó con ellos y se puso a bautizar» (Jn 3,22; cf. 4,1). Se deduce, junto con
el ser bautizado por Juan, su estancia por un tiempo con el Bautista, y se
explica que él siga con la práctica bautismal de su maestro. Nuestra vocación
cristiana crece al calor de la cercanía de la vida d Jesús, de la relación con
él, de adecuar nuestra vida a sus exigencias.
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