La
Carta a los Hebreos.
Una
visión desde las teologías del Templo.
Tomás García Huidobro
El
estudio de esta homilía combina el estilo de la retórica griega de la época y
la teología judía del templo de Jerusalén. El escrito se dirige a una comunidad
de origen judeohelenístico de Roma. En un tiempo de persecución a los
cristianos, que forzó a algunos miembros a abandonar la comunidad, el autor
trata de fortalecer la dimensión escatológica de la fe cristiana. La obra se
divide en tres partes: relación del templo de Jerusalén y el templo celestial,
el sacerdocio levítico con el sacerdocio de Jesús, y el sacrificio de Jesús en
el contexto del Yom Kippur. El autor busca en sus explicaciones sus raíces en
la literatura del Qumrán y en la apócrifa judía, antes que en el pensamiento
judeohelenista, y para demostrar que la alianza de Jesús es superior a la del
Sinaí.

El
templo es el lugar sagrado por antonomasia,
por la relación entre la arquitectura tripartita del templo ―atrio de
los gentiles, atrio de las mujeres, y el santo de los santos― y el cosmos:
«Templo y cosmos se miraban uno al otro como en un espejo, reflejándose
mutuamente» (22), aunque el autor concibe el templo, como muchos otros, en dos
zonas: tabernáculo y santo de los santos. También la santidad del templo
proviene a su asentamiento sobre el monte santo de Sión, porque los montes
situaban al hombre entre la tierra y el cielo, lo más alto, donde habita el
Señor. Por último el templo es santo, porque allí estaba el paraíso cuando el
Señor crea el universo. No obstante esto, la nueva alianza entraña un templo no
hecho por manos humanas. y queda
totalmente superado por el templo celeste hecho a partir de la resurrección de
Jesús (cf. Heb 9,11-12). Este templo es celeste, es la gloria que el Padre
tenía reservada para su Hijo y todos sus hermanos ( 1Henoc 14).

El
segundo tema que trata la homilía es sobre el sacerdocio levítico y el
sacerdocio de Jesús. El primero es dado a
la tribu de Leví para cuidar el servicio al templo de Jerusalén. El segundo
enraizado en la misteriosa figura de Melquisedec, rey, sacerdote, sacerdote en
las alturas, ángel, etc. (cf. Gén 14,18; Sal 110,3-4; 4Q401 11,3; 11Q 13;
etc.). Su identidad, pues no sólo es histórica, sino también celeste. Con esta
base, el autor muestra que sacerdocio de Jesús es superior al de los levitas,
por su sacerdocio es independiente de cualquier otra ascendencia sacerdotal; en
segundo lugar el saerdocio de Jesús es superior al de Abrahán, del que
provienen el de los levitas, y está fundado en Melquisedeq; en tercer lugar el
sacerdocio de Cristo es eterno con relación al sacerdocio temporal que sirve al
templo de Jerusalén. (53). El de Jesús, pues, está basado en la gracia y en la
libertad del Señor. Y tal es así que también es sumo sacerdote de todo el mundo
celeste, incluidas todas sus jerarquías: Jesús está sentado a la derecha de
Dios y le ha dado la potestad de juzgar. Con
todo, no hay que olvidar que a toda su glorificación y ensalzamiento le
precede la cruz.

En
este sentido, la homilía compara el sacrificio de Jesús con la celebración de
Yom Kuppur. En la fiesta del Día de la expiación, que se celebra una vez al
año, se perdonan todos los pecados cometidos contra Dios; los cometidos contra
el prójimo necesitan del perdón de los ofendidos. El sumo sacerdote, al final
del rito, pronuncia el nombre del Señor y da la bendición al pueblo. El autor
de la homilía, con este trasfondo, introduce a Jesús como sumo sacerdote
definitivo en el santuario celeste, como el sumo sacerdote entra en el «sancta
sanctorum», y presenta el sacrificio de
Jesús en la cruz con un valor expiatorio y, por consiguiente, su sacerdocio se
relaciona esencialmente con la cruz, sacrificio hecho una vez para siempre, a
diferencia de los repetidos sacrificios que hacen los levitas en el templo.
Este
tema, que parece fuera de lugar en los tiempos actuales, no lo es en las zonas
donde aún se persigue a los cristianos o se descalifica su fe; y también la
cuestión del santuario celeste con el sumo sacerdocio eterno, tampoco lo es,
porque «el santuario de los cielos sirve de modelo para todo aquello que
acontece en la tierra y para lo que los cristianos consideran como su vocación
verdadera: ser transformados, a imagen de Cristo, en hijos de Dios» (134).
Ediciones Sígueme,
Salamanca 2014, 155 pp., 12 x 19 cm.
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