Publicamos la Carta Pastoral de Mons. Santiago Agrelo. Es un alegato a las autoridades europeas y españolas de la situación vivida recientemente en Ceuta. La carta está escrita desde sus más profundas convicciones evangélicas y franciscanas. Por ello la traemos a este blog, para que sepamos de primera mano que está ocurriendo por esas tierras, donde se suma el negocio de los traficantes de vidas humanas y gentes sin nada en esta vida, sobre todo sin esperanza.
Tánger, 7 de febrero de 2014
A los fieles laicos, a las
personas consagradas y a los presbíteros de la Iglesia de Tánger: Paz y
Bien.
No
te cierres a tu propia carne:
«No hace falta que nadie lo interprete, pues está
dicho para que lo entiendan incluso los niños: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste
al que va desnudo”.Y después del mandato al alcance de todos, por si
hiciese falta, se añade la razón que lo sostiene: “No te cierres a tu propia carne”. ¡El hambriento, el pobre sin
techo, el desnudo, son “nuestra propia
carne”!
“No te cierres
a tu propia carne”: Este único conocimiento bastaría para que fuese otra la
política de las fronteras, otra la lógica de nuestros razonamientos, otra el
motivo de nuestras manifestaciones, otra la matriz de nuestras preocupaciones,
de nuestras aspiraciones, de nuestras quejas, de nuestras opciones.
“No te cierres
a tu propia carne”: Si entras por el camino de esta sabiduría, “romperá tu luz como la aurora”, delante
de ti irá la justicia, detrás irá la gloria del Señor, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”.
“No te cierres
a tu propia carne”, y el pan que compartes con el hambriento, te hará luz para el indigente, como es luz para
ti el que, con su vida en las manos como un pan, dijo: “Esto es mi cuerpo, que se
entrega por vosotros”.
“No te cierres
a tu propia carne”: Sienta a los pobres a la mesa de tu vida, y tú serás
para ellos la luz con que Dios los ilumina.
Y a cuantos una y otra vez me recuerdan que la Iglesia no es una ONG, una
y otra vez recordaré que los pobres son “nuestra
propia carne”, y que mi pan es su propio pan, y que la Iglesia es su propia
casa.»
Ése era, queridos, el mensaje que había preparado
para acercarme con vosotros al misterio de la palabra que oiremos proclamada en
la liturgia del V domingo del tiempo ordinario; pero los acontecimientos
reclaman transformar la suavidad de la exhortación en denuncia de lo que es
inaceptable.
Lo
inaceptable:
Es inaceptable que la vida de un ser humano tenga
menos valor que una supuesta seguridad o impermeabilidad de las fronteras de un
estado.
Es inaceptable que una decisión política vaya
llenando de sepulturas un camino que los pobres recorren con la fuerza de una
esperanza.
Es inaceptable que mercancías y capitales gocen de
más derechos que los pobres para entrar en un país.
Es inaceptable que las políticas migratorias de los
llamados países desarrollados, ignoren a los empobrecidos de la tierra, vulneren
sus derechos fundamentales, y se conviertan en el caldo de cultivo necesario para
que se multiplique en los caminos de los emigrantes el poder de las mafias que
los explotan.
Es inaceptable que se reclamen fronteras
impermeables para los pacíficos de la tierra, y se toleren permeables para el dinero
de la corrupción, para el turismo sexual, para la trata de personas, para el
comercio de armas.
Es inaceptable que una política inhumana de
fronteras obligue a las fuerzas del orden a cargar la vida entera con la
memoria de muertes que nunca quisieron causar.
Es inaceptable que el mundo político no tenga una palabra
creíble que dar y una mano firme que ofrecer a los excluidos de una vida digna.
Es inaceptable que a los fallecidos en las fronteras
se les haga culpables, primero de su miseria, y luego de su muerte. Ellos no
son agresores: han sido agredidos desde que sus corazones empezaron a latir al
sur del Sahara, hasta que se paran para siempre, antes en nuestra indiferencia
que en nuestras fronteras.
Es inaceptable que el negrero de ayer perviva en los
gobiernos que hoy vuelven a encadenar la libertad de los africanos, supeditándola
a los mismos intereses y al mismo poder opresor.
Desde
la impotencia a la esperanza:
Queridos: ante el drama de sufrimientos y muerte en
que el poder ha convertido los caminos de los emigrantes, es difícil que
apartemos de nuestro corazón sentimientos de frustración, de impotencia, de
tristeza, de indignación. Pero nuestro compromiso con la vida de los pobres no
nace de esos sentimientos, sino de un amor incondicional, un amor fiel, que a
todos se nos ha manifestado, y que a todos nos ha reunido para siempre en el único
cuerpo de Cristo.
“No te cierres
a tu propia carne”: no te cierres al sufrimiento de Cristo.
En este camino el poder no puede seguirnos. A él sólo
le pedimos que sea justo. A nosotros el amor nos pide dar incluso la vida por
el bien de los demás.
Y son muchas las cosas que, hasta dar la vida,
podemos hacer: Tenemos la fuerza del amor y de la oración, una fuerza que es
capaz de mover el mundo. Podemos hacer que los emigrantes no estén solos en su camino,
y podemos dejar solos a quienes, gobiernos o mafias, les están robando la vida.
Podemos compartir con el emigrante nuestro poco de leña, nuestro poco de agua, la
última harina de nuestra vasija, el último aceite de nuestra alcuza. Podemos
darles voz para que se escuche su grito, podemos llamar a las puertas de cada
conciencia para que la sociedad reclame una nueva política de fronteras, y, con
terquedad de discípulos de Jesús, podemos recordar a cada hombre que es su
propia carne, también la de Cristo, la que, día a día, es condenada a muerte en
las fronteras del sur de Europa.
Queridos:
no me dejéis sin vuestra oración.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger
Amén, hermano.
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