LA POBREZA
II
Otro texto clave
de la enseñanza de Jesús es la invitación que hace a un hombre para que se integre en el discipulado[1].
En la tradición de Marcos, un «desconocido» se le acerca para preguntarle sobre
el comportamiento que debe seguir para alcanzar la vida eterna[2].
En el evangelista Marcos el hombre pregunta por el camino de acceso al Reino y
en el evangelista Mateo sobre el bien que debe hacer para alcanzarlo[3].
A lo que Jesús responde con la serie de mandamientos de la segunda tabla que
versan sobre las obligaciones para con los demás: «No matarás, no cometerás
adulterio,...». La escena se cierra al comprobar el «desconocido» o el «joven»
que los mandamientos los ha cumplido desde la adolescencia. Pero Jesús pasa a
otro nivel de la relación y lo mira con cariño, que no es un reconocimiento de
su buen hacer, sino que la voluntad de Dios explicitada por medio de la actitud
amorosa de Jesús se sitúa ahora en una exigencia nueva, ausente en las llamadas
anteriores: «Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres
y tendrás un tesoro en el cielo. Después sígueme». Desde este momento, el
discipulado será el ámbito y el camino de la salvación al que se accede por el
desprendimiento absoluto de los bienes, ante lo cual el «desconocido» o el «joven»
declina la invitación o mandato de seguirle: «Frunció el ceño y se marchó
triste; pues era muy rico»[4].
Ante esto, Jesús
rechaza toda forma de riqueza como un mal para el Reino en el sentido analizado
con el discipulado: sólo Dios basta para vivir, por su cercanía inmediata o su
presencia creciente en la historia. Así, envía a sus seguidores inmediatos a la
predicación sin nada para el sustento y les exige abandonar la familia y repartir los bienes y
anunciar el Reino sin el más mínimo sostén vital[5].
Incluso añade que dicha renuncia será recompensada por Dios, por lo que hay que
excluir toda preocupación por el sustento diario[6].
[1] Mc
10,17-22par: «Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y,
arrodillándose ante él, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué he de hacer para
tener en herencia vida eterna?" Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas
bueno? Nadie es bueno sino solo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no
cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra
a tu padre y a tu madre". Él, entonces, le dijo: "Maestro, todo eso lo
he guardado desde mi juventud". Jesús, fijando en él su mirada, le amó y
le dijo: "Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los
pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme"».
[2] No
arranca el relato de una llamada al seguimiento ni de un deseo de integrarse en
su círculo por parte del personaje en cuestión, que según Mateo es un «joven
rico» (Mt 19,20) y según Lucas un hombre «importante» (Lc 18,18).
[3] Mt 19,36. «Entrar en la vida» se encuentra en Mc 9,43.45.47 y es equivalente a «entrar
en el Reino», cuya acogida e incorporación se indican en el párrafo anterior
sobre la bendición a unos niños (Mc 10,15). No obstante, «entrar a la vida
eterna» no es igual a «entrar en el Reino». Aquél se relaciona con las obras
que hacen a un hombre justo y heredero del estado de gloria y felicidad, cf. Dn
12,2; Sab 3,4; 5,15; para los mártires 2Mac 7,9.14.36. El Reino refiere más la
acción divina.
[5]
Cf. Lc 12,31; Mt 6,33; Mc 1,16-20par
[6]
Cf. Mc 10,28-30par; Lc 12,22-31; Mt 6,25-34.
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