V
«Tengo
sed»
«Después
Jesús, sabiendo que todo había terminado, para que se cumpliese la Escritura,
dice: —Tengo sed. Había allí un jarro lleno de vinagre. Empaparon una esponja
en vinagre, la sujetaron a un hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús tomó el
vinagre y dijo: —Está acabado» (Jn 19,28-30).
Las dos
frases se encuadran en un párrafo que explicita la teología de Juan sobre la
persona de Jesús como Hijo de Dios que tiene perfecto dominio de su vida. Él
sabe por qué ha venido al mundo: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su
Hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino tenga vida eterna» (Jn
3,16); y conoce los acontecimientos históricos y su función en ellos por la
plataforma que le da su preexistencia en la gloria del Padre: «El Hijo no hace
nada por su cuenta si no se lo ve hacer al Padre. Lo que aquél hace lo hace
igualmente el Hijo» (5,19; cf. 8,28; 17,5). Así las cosas, tanto en la cena de
despedida de sus discípulos en la que, con el ejemplo de lavarles los pies, les
manda servirse mutuamente (13,1), como antes de ser apresado por los soldados
(18,4), afirma poco antes de morir: «Jesús, sabiendo...». Este dominio de su
vida, que suprime cualquier influencia o capacidad de decisión de los hombres
sobre él, excluye las estratagemas de las autoridades judías para crucificarle
y la sentencia condenatoria de Pilato. Si él va a morir es porque entrega su
vida como un don, no porque se la quiten (10,17-18).
Más aún.
Jesús da su vida como la expresión máxima del amor: «Nadie tiene amor más
grande que el que da la vida por los amigos» (Jn 15,13, cf. 13,1). El amor como
único horizonte vital para los discípulos (Jn 13,34-35) hace posible la
comprensión y experiencia del contenido de su obra, la que ha cumplido Jesús en
estos momentos de pasar de esta vida a la gloria del Padre: «Vino a los suyos,
y los suyos no la [Palabra] acogieron. Pero a los que la recibieron los hizo
capaces de ser hijos de Dios: a los que creen en él» (Jn 1,12). La filiación
divina de las criaturas, nacida y cultivada en la relación de amor entre el
Padre y el Hijo y de la Trinidad con los hombres, es la obra que ha llevado a
cabo Jesús en su ministerio desde que puso su morada entre nosotros(Jn 1,14);
y, con ello, ha cumplido la Escritura y ha finalizado su existencia en la
historia humana. La tarea que le ha encomendado Dios ya está hecha (14,31;
17,4). Ha obedecido con precisión su voluntad: «La copa que me ha ofrecido mi
Padre ¿no la voy a beber?» (18,11). Esa voluntad es su alimento (4,34). Por eso
provoca con su petición, «tengo sed», que le den vinagre para beberlo y
observar la Escritura, petición muy distante de lo comentado de Marcos, Mateo y
Lucas donde los soldados o asistentes son los que se la ofrecen para seguir
martirizándolo.
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