DIOS PADRE. NOSTALGIA, REVELACIÓN, BÚSQUEDA
Bruno
Forte
El autor piensa que en
nuestra cultura contemporánea se da una nostalgia del Padre desde el corazón,
desde el tiempo y desde el horizonte de lo eterno. La identidad del Padre se
describe según la revelación bíblica: Padre de Israel, Padre de Jesús y Padre de
los discípulos del Resucitado, todo estructurado según la parábola del «hijo
pródigo».
En primer lugar —Los
escenarios del corazón: de la angustia al encuentro— se expone que los
hombres sentimos la necesidad de Dios al encontramos con el límite de la muerte
o los contratiempos nos encierran en la desesperanza. Surge en el corazón la
necesidad de Dios: «Me levantaré e iré junto a mi Padre» dice el hijo pródigo.
«Asoma la exigencia de un origen en el que reconocerse, de la compañía de
alguien por quien sentirse amados, de una meta hacia la que tender. La angustia
radical de estar destinados a la muerte, casi “arrojados” a ella, y la
nostalgia del Padre/Madre de nuestra identidad más profunda son dos aspectos de
un mismo proceso que se realiza en nuestro corazón» (17). La nostalgia y las
circunstancias de la vida deben abrirnos al Padre que la ha originado, la
conserva y la salva por amor, según la revelación de Jesús. Por eso, y no
obstante el bloqueo del egoísmo, el mismo Dios nos hace sentirnos amados y, por
consiguiente, tender hacia a Él. Esto no es regresar a la condición infantil de
la existencia, sino a su estado más auténtico.
En segundo lugar —Los
escenarios del tiempo: una sociedad sin padres— se trata cuando la
Ilustración lleva a cabo las grandes transformaciones que emancipan al hombre
moderno del dominio religioso. Pero, a la par, como sucedió con el mundo
eclesiástico medieval, muestra la razón absoluta el rechazo de todo lo que se
le resiste, donde la expresión más palpable es la exclusión del diferente; por
otro lado, intenta crear un rostro paterno/materno sin los cuales es imposible
la existencia humana: ahora son la idea, el partido, la cultura, etc. Todo ello
conduce a la convicción de que es necesaria la muerte de Dios para que el hombre
pueda respirar. Se le concede, entonces, un poder a la razón para que pueda
esclavizar, lo que ha llevado para sobrevivir, a la aparición del relativismo
y, lógicamente, a la fragmentación de la realidad. El que se pierda en la
historia, se encierra en sí mismo: «El padre ya no es la figura del adversario
al que combatir o de un déspota del que liberarse, sino simplemente carece de
todo interés o atractivo. En el fondo, ignorar al padre es más trágico que enfrentarse
para emanciparse de él» (27).
En tercer lugar —El
horizonte de lo eterno: la vida como peregrinación hacia el Padre— concluye,
una vez reconocida la soledad y el sinsentido de la vida, que caminar hacia el
encuentro con el Padre marcha hacia la vida acompañado; la apertura del corazón
al Otro entraña la apertura del corazón a los otros: «Hay que volver al Padre
que nos hace libres y nos llama a la libertad; por consiguiente, a aquella
figura que nos provoca a ser nosotros a nosotros mismos, a construir con
responsabilidad nuestro futuro y que lo construye con nosotros» (32). Se debe
pensar en el Padre según la parábola del hijo pródigo: misericordia respetuosa
con la libertad del que se siente perdido.
La segunda parte versa sobre la revelación paterna del Señor en
Israel, donde van unidas su revelación con la igualdad radical de la dignidad
humana de Israel y de su libertad. Jesús revela a un Dios humilde y creador de
esperanza en los creyentes: «Si la humildad consiste en dejar espacio al otro para
que exista, la esperanza es proyectare hacia el otro con el deseo de que sea,
en una respuesta libre y gratuita de amor» (55). Pero Dios es, además amor
materno, amor que respeta la libertad del hijo; que no teme perder su dignidad
al salir al encuentro del hijo, que sufre su ausencia y se alegra de su
retorno, en definitiva, que es capaz de perdonar. Y este Padre es el que inicia
con la Resurrección de su Hijo la capacidad de amar de los hombres,
constituyéndolos en una familia, en una comunidad. Y desde aquí se le ama.
La tercera parte desarrolla la universalidad de Dios. Los
momentos que aparecen en la parábola del hijo pródigo son: la percepción del
exilio exterior, el recuerdo de la casa paterna, el exilio interior —la
separación del Padre—, lo que desemboca en la negación del pasado y en la
afirmación del futuro que entraña Dios, que conduce a acudir de una forma real
al Padre. Es un buen comentario a la parábola del hijo pródigo, o del Padre, o
de los dos hermanos aplicada a parte de la situación actual de la cultura
occidental, pues las perspectivas actuales van más allá de la racionalidad y el
relativismo que lee el autor como estructuras de alejamiento del Señor.
Editoral Sal Terrae, Santander 2014, 117 pp.
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