DOMINGO XXI (A)
«Y vosotros ¿quién decís que soy
yo?»
Lectura del
santo evangelio según san Mateo 16,13-20
Llegado Jesús
a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: —«¿Quién
dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el
Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas » Díceles
él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres
Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino
mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán
contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en
la tierra quedará atado en
los cielos, y lo que desates en la
tierra quedará desatado en los cielos.» Entonces mandó a sus discípulos que no
dijesen a nadie que él era el Cristo.
1.- El Señor.- Hace dos domingos escuchábamos la
confesión de fe en Jesús de todos los discípulos en la barca, una vez que lo
vieron caminar sobre las aguas: «Realmente eres Hijo de Dios» (Mt 14,22-33).
Hoy escuchamos la de Pedro, porque la función que le va a conferir el Señor
sólo se puede llevar a cabo desde la fe en el Hijo de Dios. Si Pedro piensa en
sí mismo, zozobra y se hunde en el lago. Debemos estar convencidos de que el
Cristianismo es obra de Dios revelada en la vida y doctrina de Jesús. Y si participamos
en la vida cristiana, es por la fe que hace presente al Señor. La salvación,
que comienza en nuestra vida personal y colectiva, parte de la relación
creyente que nos une y adentra en la vida divina. Si la existencia la fundamos
en la fe en Cristo, nuestra verdadera roca (cf. Ef 2,20), podemos estar seguros
que nada ni nadie nos separará del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Es
el convencimiento de Pablo (cf. Rom 8,31-39).
2.- La Iglesia.- Mateo
descalifica al Israel de los escribas, de los fariseos, de los sumos
sacerdotes. A partir de este texto comienza a fundar el nuevo pueblo de
Dios con unas bases que nada tienen que
ver con el pueblo elegido de la Alianza del Sinaí. Este pueblo
está basado en la fe en Cristo y en la capacidad de servir (cf. Mc 10,45; Jn
13,1-19). Para que esta nueva dimensión divina se haga real en nuestra vida,
Jesús ha capacitado a Pedro y a los demás discípulos (cf. Ef 2,20; Mt 18,18). Y
Pedro, el primero del Colegio Apostólico, es el que debe velar para que la
comunidad cristiana ni se separe de Cristo ni traicione su mandato de amar y
servir. Por eso los cristianos debemos velar, como lo han hecho muchos otros
con anterioridad, para que el mesianismo de Cristo que presenta la Iglesia, no
sea el mesianismo del poder, de las dignidades humanas, de la acumulación de
riquezas. Que el Reinado de Cristo que proclama la Iglesia sea un reinado como
reza el prefacio de su fiesta: «Reino de la
verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia; el reino de la justicia,
el amor y la paz »; y no el reino que se ampara y vive de los que se apropian el dinero y el
poder en esta tierra.
3.- El creyente.- «Y tú ¿quién dices que soy yo?», podría ahora preguntarnos
Jesús. O si pensamos en nosotros mismos: «Y yo ¿qué es lo que pienso de
Jesús?». El problema
que sucede en la actualidad no es que no contestemos a la pregunta, o digamos
que es Nadal o Messi o Tieger Wood, etc, u otro de los iconos actuales de la ciencia,
el arte o el deporte. El problema es que no escuchamos la pregunta. La vida la
tenemos tan llena, tan ocupada, tan distraída, que no es posible en medio de
tanto ruido interior y exterior escuchar a Jesús, y menos situarnos ante él. Y
si nos llega alguna vez el eco de su voz, entonces decimos cualquier figura de
nuestra sociedad, es decir, un actor, un cantante, un futbolista, un
balocentista, un tenista, un motorista, un ciclista, un atleta, un nadador, un
golfista, etc. Y sin embargo, para responder a Jesús, en el caso de que le oigamos,
necesitamos toda una vida de servicio, de apertura a los demás para hacerles el
bien, tener la honda sensación interior que somos amados por Dios. No se
formula la pregunta según hemos iniciado este párrafo: ¿qué pensamos de Jesús?,
pues estamos capacitados para responder incluso mejor que sus discípulos,
después de dos mil años estudiándolo con la presencia del Espíritu en la
Iglesia. La pregunta, es ¿qué experimentamos de él? ¿Qué aporta al sentido
global de mi vida? ¿Cómo avanza mi relación con él en las diferentes etapas que
ya he vivido y vivo de mi existencia?
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