Domingo
XXVII (A)
«La
piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular»
Lectura del santo evangelio
según San Mateo 21,33-43
Escuchad
otra parábola: «Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una
cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores
y se marchó lejos. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a
los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los
labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro
lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron
con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: “Tendrán
respeto a mi hijo”. Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: “Este es el
heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Y agarrándolo, lo
sacaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué
hará con aquellos labradores?». Le contestan: «Hará morir de mala muerte a esos
malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a
su tiempo». Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La
piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor
quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso os digo que se os
quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus
frutos».
1.-
Dios. «La piedra
que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo
ha hecho, ha sido un milagro patente». En efecto, la Encarnación, —el envío del
Verbo al mundo para hacerse «carne» como nosotros—, es la sabiduría salvadora
del Señor para los hombres. Jesús es su Palabra, y es una Palabra que todos
pueden comprender. Jesús no es una palabra arcana, que sólo la entienden los
iniciados y los que llevan una vida extremadamente pura y espiritual. Jesús es
de todos, se ha hecho todo a todos, como dice Pablo de sí mismo (cf. 1Cor
9,17-19). Tan es así que le dicen comilón y borracho, amigo de publicanos y
pecadores (cf. Mt 11,19). Po eso debemos
aceptar con gran alegría el milagro que sólo puede hacer el Señor: salir de su
gloria por amor y salir para salvarnos.
2.- La Iglesia. La Iglesia no puede hacer lo que Israel
hizo con el Señor: traicionarle en bloque, cuando no reconoció el mesianismo de
Jesús y le entregó a Pilato para que lo crucificasen. La comunidad cristiana
acuñó una frase que los judíos dijeron a Pilato, y que expresa la gran
decepción que Jesús supuso para ellos: «Caiga sus sangre sobre nosotros y sobre
nuestros hijos» (Mt 27,25); o esta otra: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron» (Jn 1,35).— La Iglesia posee el
Espíritu Santo que la mantiene unida al Señor. Una iglesia local puede traicionar
al Señor, o comunidades e instituciones cristianas, o personas bautizadas, etc.
Comprobamos a lo largo de la historia cómo han desaparecido las iglesias de los
apóstoles que fundaron fuera de las fronteras del Imperio, o se han suprimido instituciones
religiosas nacidas para una función específica, o han abandonado la iglesia cristianos
que han sido responsables en mucha tareas evangelizadoras. Pero la Iglesia en
bloque no puede rebelarse contra el Señor. Está incapacitada para ello. En la
Iglesia universal se vive en cada momento del día todos los valores evangélicos
en su conjunto, bien en Japón, o Bolivia, o Mozambique, o Rumanía, o Australia.
Oremos y cuidemos para que en nuestras comunidades, familias y países no se vaya
Jesús. Y velemos que nuestra Jerarquía, con su vida, no oculte el rostro del
Señor o se haga dueño de la viña, de la Iglesia.
3.- El creyente. «Por
eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo
que produzca sus frutos». Pensemos que los Sumos Sacerdotes, escribas y
fariseos era gente que defendía su religión, su relación con Dios con todas sus
fuerzas. De hecho fue su errada y superada imagen del Señor la que les llevó a
traicionarle y entregar a Jesús a Pilato. Por eso pasó el cristianismo de Jerusalén
a Roma, o a Iberia, o a las Galias; o de Roma a América, a África, a Asia. Todo
el universo y todos los pueblos son del Señor. Ya no tiene ni un terreno
acotado, ni un pueblo, ni un profeta o santo concreto. Todo es de él. Y también
cada uno de nosotros. Hemos recibido tantos bienes de nuestra familia, de
nuestras sociedades, de nuestro Dios ¿Y qué fruto hemos producido? o ¿nos hemos
aprovechado de nuestras cualidades y bienes recibidos de los demás para
enriquecernos a costa de los otros, sin compartir nada? También Dios puede
pasar de largo y dejarnos solos con nuestro gélido egoísmo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario