Una
Cristología intercultural
Jacinto Choza
Facultad de Filosofía
Universidad de Sevilla
II
Jesús
le habla de su padre a María y a José después de ser hallado en el templo
2.1.- La unidad de las
religiones. La relación de los padres y los hijos.
En este estudio se estudia la
conciencia que Jesús tiene de ser hijo del padre, y eso es tanto como estudiar
su conciencia religiosa y, en un sentido general, la conciencia religiosa de
los seres humanos, porque la religión es la relación de los padres con los
hijos, sea práctica y poco consciente o sea muy consciente y poco operativa.
Ahora no hace falta entrar en el papel de la conciencia en la práctica
religiosa de los hombres. Se va a estudiar solo la conciencia que Jesús tiene
de ser hijo, sin centrarnos tampoco en el papel que esa conciencia juega en su
práctica religiosa.
Pues bien, la relación entre padres
e hijos es constitutiva de las religiones en muchos sentidos y desde muchos
puntos de vista. Lo era en la religión judía, que es en la que Jesús se educó.
Cómo
se irá viendo, una de las preocupaciones e intereses más determinantes de la
actividad de Jesús es mostrar cómo el corazón del padre está volcado hacía los
hombres, sus hijos, y volver el corazón de los hombres, de los hijos, al padre.
Eso es lo que pretenden tanto Juan el Bautista como el propio Jesús o el propio
Pablo.
También
Pablo vive la religión así:”Por eso doblo mis rodillas delante del Padre, de
quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra” (Ef 3, 14-15).
Todos
los progenitores en todos los órdenes son a su vez hijos, y Pablo declara que
Dios es el único padre que no ha sido ni es hijo, sino solamente padre. Por eso
su solicitud y su amor está volcado solamente hacia los hijos.
En
este punto el judaísmo y el cristianismo son indiscernibles. El culto es el
culto al padre. Abraham nunca le llama padre a Yahweh, porque siempre se le
aparece como el poderoso que ordena y pacta. Le sobrecoge tanto que le puede
amar solo a través de un intenso y sagrado temor, pero Abraham sabe que no hay
nada más fundamental para el ser de los humanos que la relación entre los
padres y los hijos. Además Yahweh le instruye en el sentido fundamental de esa
relación. Moisés, hacia el 1300 AC,
tampoco le llama “padre”, pero tiene con
él mucha más confianza y hasta le pide verle la cara. Perfila y despliega mucho
más la riqueza y amplitud de la relación entre padres e hijos, y también Yahweh
le instruye en eso.
David,
en los comienzos del primer milenio AC, tiene ya con él la relación amorosa que
se tiene con un padre, y con un padre como los de finales de la modernidad
occidental: una relación de confianza completa, de intimidad, de ternura, de
arrepentimiento. Los salmos expresan una gama afectiva y una profundidad de
espíritu que no puede ser superada por personas que se llamen entre si padre e
hijo. David le dice a Yahweh que le ama, cosa que nunca hicieron Abraham ni
Moisés. “Yo te amo, Señor, mi fuerza” (Ps
18, 2), y dice que Dios ama a los hombres con la ternura de un padre: “rescata
tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura; él colma tu vida de
bienes”, “Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es
Yahweh para quienes le temen” (Ps 103).
Los profetas tienen con Ýahweh una relación filial,
como la de David, y predican también el valor de la relación entre padres e
hijos como el eje de la existencia. Hacia el siglo VI AC Isaias, contemporáneo
de Pitágoras y de Buda, describe el amor de Dios con su pueblo no ya según la
relación paterno-filial, sino según la relación materno-filial, que es la forma
suprema de relación amorosa conocida por los hombres: “¿Se olvida una madre de su criatura, no se
compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te
olvidaré!”(Is 49, 15). .
Jesús repite en diversas ocasiones cómo es de
paternal o de maternal el amor del padre Dios por los hombres. “ Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus
hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las
pidan”
(Mat 11,7).. Pero sobre todo le expresa su amor de un modo tan íntimo y
personal como David, y lo llama padre de
una manera que en general no resulta extraña pero que a veces sí resulta
chocante.
A
algunos judíos lo que les extraña no es que le llame “padre”, sino el modo en
que lo hace: “31 Los judíos tomaron piedras para apedrearlo. 32 Entonces Jesús
dijo: «Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿Por cuál de
ellas me quieren apedrear?». 33 Los judíos le respondieron: «No queremos
apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo
hombre, te haces Dios». 34 Jesús les respondió: «¿No está escrito en la Ley: "Yo dije:
Ustedes son dioses"?35 Si la Ley llama dioses a
los que Dios dirigió su Palabra –y la Escritura no puede ser anulada– 36 ¿Cómo
dicen: "Tú blasfemas", a quien el Padre santificó y envió al mundo,
porque dijo: "Yo soy Hijo de
Dios"? (Juan 10, 31-36).
L
os
judíos, Jesús y los cristianos discrepan entre sí sobre el modo en que hay que
entender la relación paterno-filial, pero no sobre su existencia ni sobre su
carácter de eje de la existencia. Dios es el padre que no ha sido hijo y los
hombres son los que han sido y son hijos. También entre los cristianos hay
discrepancias sobre el modo de entender esa relación. Arrio la entendió de una
manera que se discutió mucho, Nestorio tambien, y muchos otros.
La
comprensión de Dios como padre no se da solamente en la tradición semita,
judía, cristiana e islámica. Los
indoeuropeos del milenio 4 AC, quizá contemporáneos de Abraham, invocan a Zeus
o Deus como “padre cielo” o “padre del cielo”. Los griegos que luchan en Troya
cuando Moisés está fundando la nación hebrea sobre una ley pactada con Yahweh,
invocan a Zeus como “padre de los dioses y de los hombres” ( Hesíodo, Teogonía 36–52), y también le
reconocen e invocan como padre quienes no tienen con él una relación de
filiación ( Homero, Ilíada i.503–533 ), pues crear implica una
cierta paternidad sobre lo creado.
La
forma máximamente amorosa de la relación paterno-filial aparece sobre todo en
la relación materno-filial, que se expresa por primera vez en las
representaciones de la “madre tierra” también hacia el milenio 4 AC como la diosa Cibeles en la península de
Turquía. Las máximas expresiones prehistóricas de amor y ternura materno-filial
se encuentran en las figuras de la diosa egipcia Isis, a la que se invoca como "Gran diosa madre", "Reina de los dioses", "Fuerza
fecundadora de la naturaleza", "Diosa de la maternidad y del
nacimiento", desde el siglo XV AC,
es decir, desde la época de Moisés.
Así
pues, cuando en el siglo I Jesús empieza a hablar y a rezar, las formas de la
familia semita, griega y romana se caracterizan por unas relaciones de amor,
ternura, confianza absoluta y entrega plena, que hacen posible que en esas
culturas se le lla
me a Dios “padre” y que se le llame “madre”.
Durante
la infancia de la especie humana, en los milenios del paleolítico, Dios es
padre y madre, como son padre y madre el sol y la tierra, pero esos padres son
sobre todo poderes que actúan mediante gestos y los hombres también se refieren
a ellos mediante gestos.
A
partir del milenio 15 AC los hombres empiezan a agruparse en asentamientos
estables, a organizarse y a hablar, y entonces son capaces de concebir a Dios
como padre y como madre también capaces de hablar, de comunicar su voluntad, de
manifestar preocupación por la organización de la convivencia humana. Lo
representan así y Dios actúa así. Así es como aparece Yahweh ante Abraham y
ante Moisés, ante los faraones y ante los troyanos. Pero desde comienzos del
primer milenio Dios no aparece solamente como una voluntad organizadora
arrolladora e implacable, que es como aparece ante los babilonios, los
egipcios, los chinos, los romanos y Moisés, sino también como padre amoroso,
que es como se manifiesta a David..
Cuando
en la Biblia hebrea se dice que Dios tiene “entrañas de misericordia”, la
palabra hebrea que se utiliza para designar “entrañas” es la misma que se
utiliza para designar el seno materno, el útero, rahamim el plural del
sustantivo raham, que
significa exactamente seno
materno .y también entrañas
maternales. Pone de relieve esta palabra el carácter 'entrañable',
'maternal' y hasta 'femenino' del amor misericordioso de Dios
como examina muy detenidamente Juan Pablo II en su encíclica “Dives in misericordia” (nota 52).[1].
El carácter maternal de
Dios ha sido encauzado en el cristianismo en las representaciones de María, la
madre de Jesus, que es una mujer humana, y no divina como Cibeles o como Isis.
Pero las imágenes de María se inspiran inicialmente en las de la diosa egipcia.
Por eso quizá a algunos cristianos les parecía que se le daba a María el culto
propio de la divinidad, y no el culto propio de una persona humana de santidad
máxima.
Dos
siglos después de Isaias, Lao Tse en China reserva para el Dios-principio
innombrable, para el Tao, los nombres de “Dios abismo” y de “hembra
misteriosa”.(Tao te Ching, cap. 6).
Se trata de expresiones análogas a las de Isaías, y que dan lugar a las
representaciones de Dios como mujer en las religiones orientales.
Cuando
Jesús empieza a hablar y a rezar, los padres son amorosos y tiernos, y Dios ha
empezado a ser representado también como amoroso y tierno. En el siglo I la
paternidad es divina y lo divino es paternal, paternal y maternal, y puede ser
percibido en las formas de la paternidad y la maternidad, y representado en
ellas.
[1][1]
Cfr. http://www.ciudadredonda.org/articulo/la-misericordia-las-3-palabras-biblicas,
Severino María
Alonso, cmf - Jueves, 12 de febrero de 2009, Blog
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