DOMINGO II DE ADVIENTO (B)
«Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo»
Lectura del santo
evangelio según san Marcos 1,1-8
Comienzo del
Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Como
está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío a mi mensajero delante de ti, el
cual preparará tu camino; voz del que grita en el desierto: “Preparad el
camino del Señor, enderezad sus senderos”»; se presentó Juan en el desierto
bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los
pecados. Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén.
Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados.
Juan iba vestido de piel de camello,
con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel
silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no
merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado
con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».
1.- Texto. Juan pertenece seguramente a una familia
sacerdotal. Sin embargo los Evangelios lo sitúan alejado del templo, predicando
contra la corrupción social y religiosa que reina en el judaísmo de entonces.
Juan vive en lugares alejados de los centros urbanos. Esto se indica con el
término «desierto», que no necesariamente se entiende un lugar inhabitado y
estéril, sino más bien un sitio distanciado de las grandes concentraciones
humanas; es el lugar solitario que
Jesús busca también para descansar, instruir a la gente y a los discípulos y
orar. La indumentaria y alimentación de Juan es muy austera, muy parecida a la
de los nómadas del desierto. Lleva un vestido de piel de camello, para
protegerse del calor durante el día y del frío por la noche, con un cinturón de
cuero a su cintura, muy corriente en este tiempo; y se alimenta de langostas y
miel silvestre.
2.- Mensaje.-
Juan proclama una intervención de Dios al final de
los tiempos para abrir definitivamente la historia a unas nuevas posibilidades
de vida que destierren el pecado, la muerte, la injusticia y la esclavitud. En
este «final de los días», o en este «detrás de los días» se dará una situación
en la que se inaugurarán «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Is 65,17) a
partir de un juicio divino. En primer lugar, el mundo nuevo entraña la
paz/plenitud, es decir, poseer salud y una buena familia, un trabajo que dé de
comer a todos, unas relaciones sociales en las que se cumpla la dimensión
pública de la persona y poder ir al templo para orar a Dios y ofrecerle
sacrificios. En segundo lugar, la novedad de la vida nueva lleva consigo que
Dios se abra al corazón humano para purificarlo, para salvarlo; y dialogue con
el pueblo para que Israel sea fiel y cumpla la Alianza. Por último, que se experimente la amistad,
las relaciones interpersonales y comunitarias para que la persona alcance su
plenitud en el amor y consideración de los valores de los demás. Son el
contenido de la promesa y de la esperanza que anida desde hace mucho tiempo en
Israel. Pero esta vez se llevará a cabo con una intervención personal del
Señor, que rehará la existencia humana y la del cosmos con la consiguiente novedad que supone la presencia de la
gloria divina en la creación, donde extirpará el mal, el pecado y todo aquello
que impide la verdadera felicidad humana.
3.- Acción. La vida y la palabra de Juan forman una unidad
inseparable. Pide desandar el camino de la comodidad y búsqueda de sí mismo, y
lo muestra con su vida; exige que la vida se oriente hacia Jesús. Él es el que vendrá
pronto para dar al hombre todo lo que necesita para alcanzar su dignidad: pan,
agua, formación, salud, familia, amistad, relación viva con el Señor, alabarlo
en su templo, apreciar y ser apreciado por el pueblo. Jesús lo ha iniciado con
la presencia de reino en los pueblecitos de Galilea y con otros modales: visita
las ciudades, come y bebe con la gente, se mezcla con ella y experimenta sus
esperanzas, su problemas, su gozos y pesares, crea lazos de humanidad. Baja al
Señor de su trono y lo sirve a sus conciudadanos con el perdón de los pecados,
la relación pacífica. Y al final de su vida, nos da el Espíritu para que
continuemos su obra. Es nuestra responsabilidad cristiana tanto individual como
colectiva. Es el único camino que ahora tiene el Señor para cambiar la historia
humana.
Velad y orad, pues no sabeis el día ni la hora.
ResponderEliminarEste Adviento comienza para mí con la pérdida inesperada de un hermano. Dolor, estupor y miedo, despiertan en mí al niño desorientado que avanza a tientas. ¿Cómo orar y esperar el momento que temo, cómo atenuar mi dolor? Únicamente veo un lugar seguro: refugiarme en mi padre-madre y recuerdo la frase del salmo : "Como un niño en el regazo de su madre, así está en Ti mi alma"