DOMINGO II DE ADVIENTO (B)
«Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo»
Lectura del santo
evangelio según san Marcos 1,1-8
Comienzo del
Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Como
está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío a mi mensajero delante de ti, el
cual preparará tu camino; voz del que grita en el desierto: “Preparad el
camino del Señor, enderezad sus senderos”»; se presentó Juan en el desierto
bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los
pecados. Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén.
Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados.
Juan iba vestido de piel de camello,
con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel
silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no
merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado
con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».
1.- Dios. Juan
actúa con la certeza del «día del
Señor», que en su voz se transforma en la ira inminente de Dios; es la santidad
de Dios que reacciona ante nuestras infidelidades. Juan está convencido de que,
definitivamente, «llega implacable el día del Señor, su cólera y el estallido
de su ira, para dejar la tierra desolada exterminando de ella a los pecadores»
(Is 13,9). La pretensión de Juan es que tomemos conciencia de nuestros pecados,
podamos descubrir a Dios y encontrarnos con Él también de una forma amigable y
misericordiosa. Las diatribas lanzadas por el Profeta intentan provocarnos una conversión que, por una parte, nos alcance
a todos; y, por otra, nos suponga un cambio de corazón, de toda nuestra interioridad
y que la expresemos en nuestra conducta. Juan nos dice que volvamos, retornemos al camino de Dios, que jamás debimos abandonar.
2.-
La Iglesia. Jesús coincide con el
Bautista en proclamar la situación de infidelidad en la que se encuentra
Israel, dirigido por unas autoridades religiosas que, en connivencia con los
poderes económicos y políticos, impiden una relación entre los creyentes y el
Señor, sobre todo según las tradiciones proféticas. Por fin, Dios anuncia una
intervención definitiva sobre el Pueblo, que ve acercarse su fin. Ante tal
estado de cosas, es necesaria una conversión urgente, un cambio de rumbo en la
vida, pues el Señor no está dispuesto a rehacer una y otra vez su Alianza y
conceder el perdón de una forma permanente e ilimitada. La predicación de Juan
y la práctica del bautismo como signo de conversión, es aceptado por Jesús en
su conjunto. Y lo traslada a la comunidad cristiana después de la Resurrección
y Pentecostés. No sólo nosotros, sino la Iglesia en sus estructuras,
ministerios y experiencia comunitaria del Señor necesita la conversión
permanente. También nuestras familias, como iglesias domésticas que son.
3.- El creyente. Juan predica la conversión desde el
desierto. El desierto es un lugar peligroso, pues es donde se cobijan los
rebeldes políticos y sus secuaces, además de los que huyen de la justicia;
viven toda clase de animales en un terreno inhóspito y quebradizo. Por otro
lado, el desierto se contempla de una forma simbólica como un tiempo de
revelación y relación con Dios. Por eso, el desierto desconcierta: Juan escucha
la voz de Dios y Jesús percibe la seducción del diablo. Pero también el
desierto es para Jesús uno de los lugares solitarios donde se retira para orar
y relacionarse con Dios. En este período
de la espera de la celebración de la Navidad debemos intensificar nuestra
oración; limpiar de cosas y personas que puedan interferir nuestras relaciones
de amor, nuestra apertura al Señor.
Jesús nos bautizará con el Espíritu Santo. El
Espíritu de Dios origina nuestra renovación interior, dando lugar a una nueva
situación ante Dios y ante los demás hombres. He aquí la descripción de Isaías:
«Hasta que se derrame sobre vosotros un aliento de lo alto; entonces el
desierto será un vergel, el vergel contará como un bosque, en el desierto
morará la justicia, y el derecho habitará en el vergel, el efecto de la
justicia será la paz, la función de la justicia, calma y tranquilidad
perpetuas» (32,15-18). Por eso el bautismo de agua de Juan es sólo un
preámbulo, o una sombra de lo definitivo, que dará más adelante Jesús que nos
renovará nuestra interioridad desde su entrega personal.
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