LA INMACULADA
SEGÚN ESCOTO
En los escritos de los Padres aparece cada vez con más
intensidad la santidad de María y según Agustín “La piedad exige que la
confesemos exenta de pecado” (De la naturaleza y de la gracia, 1 36). No
obstante y desde Rom 5,12, San Agustín somete a María al pecado de origen para que la salvación de Jesús, la gracia de regeneración,
sea necesaria para todo el mundo: “Y no atribuimos al diablo poder alguno sobre
María en virtud de su nacimiento, pero sólo porque la gracia del renacimiento
vino a deshacer la condición de su nacimiento” (Réplica a Juliano [ob. in.]
4 122).
En tiempos de Escoto, la teología se encontraba con el problema de la
necesidad universal de la gracia y la concepción de que el pecado original se
transmitía por medio del acto generador humano. Sin embargo, Eadmero, discípulo
de san Anselmo, pone las bases para solventar en principio estas dificultades
que tenía la teología, aunque la piedad popular seguía su curso convencida de
que María fue concebida sin pecado. Eadmero defiende que Dios podía
librar a un ser en su concepción del pecado original. “Lisa y llanamente podía
y quería; si, por tanto, quiso, lo hizo”: “... potuit plane et
voluit; si igitur voluit, fecit” (Tractatus de concepcione sanctae Mariae
PL 159 305).
Escoto parte de una comprensión del pecado original diversa a la que
se daba en su tiempo. Entiende dicho pecado sólo desde la privación de la
justicia original (Ordinatio II d 32 q un. n 7) y niega la relación
entre la concupiscencia, que afecta a la carne y de ésta pasa al alma, y dicho
pecado de origen, como se concebía en su tiempo (P. Lombardo, II Sent.,
d 31 c 4). Esta carencia de la gracia primera se contrae en el mismo momento de
la concepción, lo que se sigue que no existe voluntariedad en la
persona, sino sólo su relación con la voluntad pecadora de Adán dada por la
generación natural (Ibíd., n 14). Este pecado se tiene, pues, por las
consecuencias del de Adán, que origina un estado de pecado para todos y por el
cual Dios quita la justicia debida al hombre, ya que la condición por la que
comunica dicha justicia es la obediencia del primer hombre. De hecho, se
recobra la justicia por medio de la gracia santificante, que rehace el orden
primitivo de la humanidad con la relación filial con el Padre.
Escoto formula tres hipótesis sobre las posibles formas que Dios puede
tener para infundir la gracia. La primera es cuando se bautiza después de
nacer; o en el desarrollo del feto antes de nacer; o en el mismo instante de la
concepción, creando un alma con la gracia santificante. En este último caso, no
se contrae el pecado original, porque la persona se crea ya con la gracia. Es
el caso de María. Por tanto, la concepción sin pecado es posible desde
la mismas condiciones y presupuestos del pecado original, según lo entiende el
Doctor Sutil y Mariano.
Desde la afirmación de que todos hemos sido hecho pecado para que
todos necesitáramos la gracia de Jesucristo para salvarnos (Rom 5,12), Escoto
afirma que la salvación es universal en la medida en que Cristo es un mediador
perfecto (Rep. Paris. III d 3 q 1 n 4), al ser perfecto Dios y
perfecto hombre (Ordinatio I d 17 p 1 q 1-2 n 111). Por consiguiente, la
mediación para la salvación debe cubrir todos los campos posibles para que la
redención alcance toda la realidad y supere toda posibilidad de salvación de
cualquier otro mediador. Esto se alcanza cuando, no sólo libera del pecado,
sino también cuando es capaz de preservar a una persona de él. Es lo que
sucedió con su Madre. Jesucristo preservó a María de toda mancha original y
ejerció así la mediación universal de la salvación más perfecta posible (Ibíd.,
III d 3 q 1 n 4), ya que es más fácil reconducir a un pecador a Dios que
impedir la posibilidad de que una persona pueda ofender a Dios y separarse de
Él; es más fácil evitar el pecado actual que crear la misma imposibilidad de
pecar; y se agradecerá más Jesucristo su acción sobre María, porque ha mostrado
su mediación en el más alto grado, ratificando su capacidad infinita de
salvación (Ibíd., III d 3 q 1).
A esta posibilidad de que María no contrajo el pecado original, se añade
la conveniencia de que así sea al no estar en contradicción con la
autoridad de la Escritura y de la Iglesia (Ibíd., n 10), según ya había
razonado Guillermo de Ware (Quaestiones de Immaculata Conceptione B.M.V.
Firenze 1904). Así pues, por Escoto y su Escuela se potencia la defensa de la
Inmaculada, a la que se unieron todos los Franciscanos e ilustres seguidores de
Santo Tomás como Catarino (_1553), Campanella (_1639), Spada (_1872), etc., además del voto inmaculatista que todas las Universidades
Católicas suscribieron comenzando por la Sorbona en 1496. Con Escoto se logró
unir la teología y la piedad cristiana.
En fin, todos estos razonamientos de Escoto sobre María vienen a
enseñarnos que es la nueva Eva; que en un mundo corrompido por el pecado, es posible
ser bueno y llevar una vida inocente y sencilla, como se condujo el hijo de San
Francisco, que imitándola en su corta e
intensa vida cristiana y franciscana alcanzó la felicidad y gloria de los
santos.
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