Francisco
de Asís y su mensaje
VIII
Jesucristo
imagen de Dios
Si
esto es así, también lo es el bien que jamás ha dejado de practicarse, de
generar la imagen puesta in nuce por
Dios en la humanidad. Es precisamente lo que hace a la historia ambigua. Y en
esta tensión originada por la libertad humana, Dios resuelve intervenir para
reconducir a la humanidad hacia su destino final, destino que incluye a la
naturaleza, porque la creación se piensa unida a la historia humana, y se va
formando conforme el hombre se realiza a sí mismo. Dios, pues, influye no
imponiéndose a la fuerza sobre la libertad del hombre y corrigiendo la historia
humana con su creída omnipotencia, sino, colocándose en el terreno del hombre,
dialoga y ama para hacerle ver su proyecto original.

Con
esta actitud comienza Dios una nueva presencia en la historia con Abrahán (cf.
Gén 12,1-3), que ya está preanunciada al principio: «Pongo hostilidad entre ti
y la mujer, entre tu linaje y el suyo: él herirá tu cabeza cuando tú hieras su
talón» (Gén 3,15); sigue con Moisés y la Alianza en el Sinaí (cf. Éx 19.24; Dt
29-30), con la promesa de darle un corazón nuevo y un espíritu nuevo (cf. Jer
31,31-34; Ez 36,28-26) para que las espadas se conviertan en arados, las lanzas
en podaderas y nadie se adiestre para matar a sus semejantes (cf. Is 2,4-6), y
la naturaleza viva en paz —el lobo con el cordero, la pantera con el cabrito,
el novillo y el león, la vaca y el oso—, y en paz se relacione con el hombre
—el niño pueda jugar con la hura del áspid, o con la serpiente (cf. Is 11,6-8).
Con la misión de Jesús aparece esta esperanza.
El testimonio de Jesús

Ciertamente
Jesús confirma la dimensión malvada de la historia humana, y se concreta cuando
Dios actúa la salvación. Se relata en las parábolas del banquete al que los
invitados no quieren asistir (cf. Lc 14,18-20; Mt 22,1-10), de las vírgenes que
se les termina el aceite de las lámparas (cf. Mt 15,1-13), etc., y, sobre todo,
del juicio final en el que se salva el bien y se condena el mal según el hombre
se haya o no relacionado en amor con los demás (cf. Mt 25,31-46). Jesús
verifica que la historia está corrompida individual y colectivamente. Los casos
de María de Magdala, Zaqueo, etc., se alternan con los grupos representativos
de las instituciones sociales y religiosas que se integran en la historia
perversa de la humanidad. Condena a los jefes de las naciones, a los potentados
porque esclavizan en vez de favorecer la libertad y la vida (cf. Mc 10,42par),
a la riqueza que da el poder, ya que se genera a costa de la pobreza de la
gente (cf. Mc 10,23-25par), y denuncia la actitud de poder y dominio que
practican y enseñan los fariseos, escribas y sumos sacerdotes en nombre de
Dios, porque imponen prácticas insoportables, no participan la revelación de
Dios a los sencillos y la secuestran del pueblo (cf. Mt 23,1-36; Lc 11,37-54).

El
inicio del Reino con la presencia salvadora de Dios provoca que la bondad
original de la creación se potencie y comience a rehacerse. Jesús defiende la
condición de criatura para todo cuanto existe. De hecho la actitud de Dios para
con él y sus discípulos refleja el cuidado y mantenimiento de todo (cf. Q/Lc
11,22-27; Mt 6,25-33; EvT 36,1-4). Pero Jesús da un paso más. La relación de
Creador y criatura la profundiza y enriquece como la de un Padre con su Hijo.
De esta manera estructura la realidad con la relación amorosa que entraña la
paternidad y filiación natural. La creación no se deja exclusivamente al aire
de las instituciones creadas por los hombres. Dios interviene para potenciar su
bondad originaria en la historia y reconducirla hacia unas relaciones nuevas,
superando la del señor y esclavo, o explotación indiscriminada de la
naturaleza. El capítulo 15 de Lucas narra que Dios va en busca de la oveja
perdida, se alegra cuando encuentra la dracma que da el sustento a una familia
y abre los brazos cuando regresa el hijo perdido. Ésa es la actitud de Dios.
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