BAUTISMO DEL SEÑOR
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1,6b-11.
En aquel tiempo
proclamaba Juan:
—Detrás de mí viene el
que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las
sandalias.
Yo os he bautizado con
agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo
bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al
Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: —Tú eres mi
Hijo amado, mi preferido.
Jesús se acerca a Juan
2.- «En cuanto salió del agua, vio que los cielos se
rasgaban y el Espíritu bajando sobre él como una paloma» (Mc 1,10). Dios ha
encontrado a alguien disponible a quien entregarse plena y personalmente
y preparado para que le obedezca. Dios
se dirige a Jesús como su Padre; se relaciona con la cercanía y amor que colma
la vida de Jesús, lo cual le señala como Hijo único, el amado, el predilecto.
La alegría divina de
haber encontrado a alguien que le responda a su amor y realice la tarea que
tantas veces ha encomendado a Israel, se fundamenta en que va a instaurar la
justicia y el derecho en todo el mundo, y con el testimonio de una mansedumbre
que es capaz de ofrecer su vida por todos. La declaración divina puede
entenderse como una llamada que hace Dios a Jesús. Y es una llamada para
que cumpla su voluntad con un estilo muy diverso de aquel que pregona la gloria
y el poder para su enviado, según señalan las tradiciones. La vocación de Jesús
es nuestra vocación cristiana; es la llamada que nos hace continuamente el
Señor para hacer presente su vida de amor a todos nuestros hermanos desde
nuestra vida sencilla y humilde.
3.- No se sabe con certeza cuándo surge en Jesús la experiencia de su
peculiar filiación divina y la posesión del Espíritu con el que desarrolla la
proclamación del Reino. La tradición cristiana coloca esta conciencia de Jesús
en el bautismo por Juan, donde Dios le revela su identidad y misión. Esto
significa el preámbulo de su actividad pública y, por consiguiente, un cambio
trascendental de su vida, que su familia no ha presentido a lo largo de su
convivencia doméstica. Y se observa cuando Jesús vuelve a su pueblo después de
un primer contacto con la muchedumbre, a la que anuncia el Reino con unos
hechos sorprendentes, y «fue predicando y expulsando demonios en sus sinagogas
por toda la Galilea» (Mc 1,39). Y su familia, incluida su Madre, se extrañan de
esta cambio trascendental de su vida (cf. Mc 6,2-3). — Es probable que Jesús
esté un tiempo con Juan. El relato de la vocación de los primeros discípulos
del evangelio de Juan así lo supone. Jesús está cerca de «Betania, junto al
Jordán, donde Juan bautizaba» (Jn 1,28). Está, pues, fuera de su contexto
familiar y de su trabajo. Sucede que dos discípulos de Juan, Andrés y Felipe,
dejan al maestro y siguen a Jesús, lo que sugiere que éste los conoce, porque
también forman parte del entorno de Juan cuando él emprende un nuevo camino.
Este conocimiento previo que tiene Jesús de sus discípulos, donde es posible
que todos estén a la espera de la intervención divina anunciada por el
Bautista, explica la llamada drástica al seguimiento sin mediar diálogo alguno
como se narra en los Evangelios (Mc 1,16-20). Por otra parte, Jesús aparece
bautizando con sus discípulos: «... Jesús con sus discípulos se dirigió a
Judea; allí se quedó con ellos y se puso a bautizar» (Jn 3,22; cf. 4,1). Se
deduce, junto con el ser bautizado por Juan, su estancia por un tiempo con el
Bautista, y se explica que él siga con la práctica bautismal de su maestro. Nuestra
vocación cristiana crece al calor de la cercanía de la vida d Jesús, de la
relación con él, de adecuar nuestra vida a sus exigencias.
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