BAUTISMO DEL SEÑOR
Lectura del santo
Evangelio según San Marcos 1,6b-11.
En aquel tiempo
proclamaba Juan:
—Detrás de mí viene el
que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las
sandalias.
Yo os he bautizado con
agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo
bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al
Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: —Tú eres mi
Hijo amado, mi preferido.
1.- Galilea es la
pequeña patria de Jesús. Es el lugar que más tarde será la sede del Evangelio,
en el que las gentes le seguirán, escogerá a los discípulos y donde muy pronto
se extenderá su fama. Del pueblo donde vive, Nazaret, o quizás desde la ciudad
donde trabaja, Tiberíades, camina Jesús hacia una región distinta situada al
otro lado del Jordán. Es el camino que frecuentan la mayoría de los judíos que
viajan a Jerusalén desde Galilea, porque así evitan pasar por la región de Samaría,
donde habita un pueblo no afecto al judaísmo. Es la misma ruta que tomará Jesús
para ir a Jerusalén a celebrar la última Pascua. En este momento, un desconocido
Jesús va a escuchar a Juan, famoso profeta, al que acude mucha gente
para recibir el bautismo de conversión. Él también quiere recibir el bautismo.—
Entonces «... fue bautizado por Juan en el Jordán» (Mc 1,9). El hecho significa
que Jesús acepta el sentido que Juan le está dando al bautismo, es decir, de
integrarse en el grupo de israelitas que esperan la salvación y que supone un
arrepentimiento de los pecados como alternativa a los ritos propuestos por la
religión oficial. Estos ritos oficiales se orientan a admitir la situación
social tal y como es defendida por los poderes fácticos, donde la práctica
religiosa es una pieza clave para dicha estabilidad.
2.-
Salido de las aguas, Jesús ve al instante
que los cielos se rasgan. En esta experiencia personal comprende que
Dios se le comunica bajando de su propia gloria, como él mismo acaba de salir
del río Jordán, o subir del agua, provocándose el encuentro mutuo en la
historia. Dios ha encontrado a alguien disponible a quien entregarse
plena y personalmente y preparado para que le obedezca. Y lo experimenta Jesús de una forma plástica:
viene del cielo como desciende una paloma hacia su nido o hacia su
cebadero. A continuación pasa Jesús del ver al oír: «Se oyó una voz del
cielo: Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto» (Mc 1,11). Dios se dirige a
Jesús como su Padre; se relaciona con la cercanía y amor que colma la vida de
Jesús, lo cual le señala como Hijo único, el amado, el predilecto.
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San Juan Bautista. Tierra Santa |
3.- Jesús
es el siervo (cf. Is 42,1), el preferido de Dios y que, al darle su
Espíritu, le ha capacitado para devolver la fidelidad y estabilidad de la
alianza entre Dios y los hombres. Esta alegría divina de haber encontrado a
alguien que le responda a su amor y realice la tarea que tantas veces ha encomendado
a Israel, se fundamenta en que va a instaurar la justicia y el derecho en todo
el mundo, y con el testimonio de una mansedumbre que es capaz de ofrecer su
vida por todos (cf. Is 42,1-9). La declaración divina puede entenderse como una
llamada que hace Dios a Jesús. Y es
una llamada para que cumpla su voluntad con un estilo muy diverso de aquel que
pregona la gloria y el poder para su enviado, según señalan las tradiciones. Es
lo que más tarde concreta Marcos para los seguidores de Jesús: «Quien quiera
seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Quien se empeñe en
salvar su vida, la perderá: quien la pierda por mí y por la buena noticia, la
salvará» (Mc 8,34-35par). Todo justo debe una obediencia humana al orden establecido por Dios. La obediencia de
Jesús a Dios es la del justo. Es una obediencia que manifiesta su entrega hasta
el límite de sus fuerzas exigida por el Padre a su condición filial histórica.
Es nuestro camino.
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