DOMINGO II (B)
«Maestro, ¿dónde vives?»
Lectura del santo Evangelio según San Juan 1,35-42.
En aquel tiempo estaba
Juan con dos de sus discípulos y fijándose en Jesús que pasaba, dijo: —Este es
el cordero de Dios. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús.
Jesús se volvió y al ver que lo seguían, les preguntó: —¿Qué buscáis? Ellos le
contestaron: —Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives? El les dijo: —Venid y
lo veréis. Entonces fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día;
serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los
dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón
y le dijo: —Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a
Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: —Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú
te llamarás Cefas (que significa Pedro).
1.- Dios. La presencia de la Palabra en el seno de una familia, como puede ser la
de cualquier hombre o mujer, y su manifestación a todos los pueblos, supone un
nuevo tiempo en nuestra historia personal y colectiva. Ya podemos saber de Dios
sin salirnos de nuestra dimensión humana, familiar, social. Y es porque Él ha
tomado la iniciativa de comunicarse, de hacerse entender, de hablarnos con una palabra
cercana, franca, humilde. La pueden comprender los sencillos pastores y los
sabios magos paganos. No es necesario ser un escriba, o doctor de la Ley, ni un
fariseo que intenta cumplir los preceptos divinos al pie de la letra, ni un
sacerdote dedicado al Señor en su templo. Basta con abrir el oído, estar atento
a las palabras de amor que se nos dan en la vida, seguir sus pistas, obedecerlas
y cumplirlas. No valen ni prepotencias, ni imposiciones, ni violencias, ni
grandes discursos y milagros espectaculares. Sólo hay que dejar la vida
discurrir en su sencillez, en su silencio, en su día a día, con sus tareas, sus
gozos, sus preocupaciones…., y sabernos mirados y amados por el Señor.

2.- La Iglesia. La comunidad cristiana nace
con la experiencia de la Resurrección y la venida del Espíritu sobre María y
los Apóstoles. Pero antes comienza su andadura en la vida de Jesús. En concreto,
cuando pregunta a Felipe y Andrés ¿Qué buscáis? O cuando llama, según
el evangelio de Marcos, a Juan, Santiago, Simón y Andrés. Ellos dejan el
trabajo y la familia, forman una comunidad con Jesús; asimilan su mensaje y
estilo de vida, y se adentran en un mundo nuevo en el que la fe y la confianza
en Jesús hace que lo abandonen todo para vivir desde la perspectiva del Señor.
Se les abre un mundo nuevo, donde ya todo no será igual. Por eso ven donde vive
Jesús y se quedan con él. Y no se les olvida la hora en que le conocieron. La
Iglesia no arranca de un convencimiento intelectual, de una profesión de
principios, o de una ideología sobre el amor y el bien. No es una filosofía
sobre Dios, el hombre y el mundo. La Iglesia principia con un encuentro entre
Jesús y Andrés, Felipe, María, Salomé, contigo, conmigo y todos nosotros.
3.- El creyente. Juan indica a sus discípulos
la identidad de Jesús: Es el cordero de Dios. Seguir a Jesús nos viene de una
señal externa a nosotros, que nos hace volvernos hacia él. Nuestros padres,
nuestros amigos, los testigos de la bondad, los ejemplos de amor, las situaciones
graves y problemas insolubles que experimentamos con paciencia, con la solidez
del amor de Dios, las experiencias de paz, etc., etc. Y todas estas situaciones nos conducen a
situarnos a su lado, entrar en su casa y escucharle. El ¿dónde vives? lleva
consigo que alguien, un Juan Bautista cualquiera, diga quién es Jesús, pero
también necesitamos el deseo de búsqueda y la capacidad de encontrarnos con los
demás. Quien se aísla de la vida, vive pendiente de sí mismo y sólo escucha lo
que le interesa, será incapaz de seguir el dedo de Juan, descubrir a Jesús, adentrarse
en sus morada y permanecer con él, que, en definitiva, es permanecer con el
Señor (cf. Jn 15,14).
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