lunes, 30 de marzo de 2015

"Todo está acabado"

                                                   PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ



                                                                             VI-VII

«Después Jesús, sabiendo que todo había terminado, para que se cumpliese la Escritura, dice: —Tengo sed. Había allí un jarro lleno de vinagre. Empaparon una esponja en vinagre, la sujetaron a un hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús tomó el vinagre y dijo: —Está acabado» (Jn 19,28-30).

Las dos frases se encuadran en un párrafo que explicita la teología de Juan sobre la persona de Jesús como Hijo de Dios que tiene perfecto dominio de su vida. Él sabe por qué ha venido al mundo: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino tenga vida eterna» (Jn 3,16); y conoce los acontecimientos históricos y su función en ellos por la plataforma que le da su preexistencia en la gloria del Padre: «El Hijo no hace nada por su cuenta si no se lo ve hacer al Padre. Lo que aquél hace lo hace igualmente el Hijo» (5,19; cf. 8,28; 17,5). Así las cosas, tanto en la cena de despedida de sus discípulos en la que, con el ejemplo de lavarles los pies, les manda servirse mutuamente (13,1), como antes de ser apresado por los soldados (18,4), afirma poco antes de morir: «Jesús, sabiendo...». Este dominio de su vida, que suprime cualquier influencia o capacidad de decisión de los hombres sobre él, excluye las estratagemas de las autoridades judías para crucificarle y la sentencia condenatoria de Pilato. Si él va a morir es porque entrega su vida como un don, no porque se la quiten (10,17-18).
Más aún. Jesús da su vida como la expresión máxima del amor: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos» (Jn 15,13, cf. 13,1). El amor como único horizonte vital para los discípulos (Jn 13,34-35) hace posible la comprensión y experiencia del contenido de su obra, la que ha cumplido Jesús en estos momentos de pasar de esta vida a la gloria del Padre: «Vino a los suyos, y los suyos no la [Palabra] acogieron. Pero a los que la recibieron los hizo capaces de ser hijos de Dios: a los que creen en él» (Jn 1,12). La filiación divina de las criaturas, nacida y cultivada en la relación de amor entre el Padre y el Hijo y de la Trinidad con los hombres, es la obra que ha llevado a cabo Jesús en su ministerio desde que puso su morada entre nosotros (Jn 1,14); y, con ello, ha cumplido la Escritura y ha finalizado su existencia en la historia humana. La tarea que le ha encomendado Dios ya está hecha (14,31; 17,4). Ha obedecido con precisión su voluntad: «La copa que me ha ofrecido mi Padre ¿no la voy a beber?» (18,11). Esa voluntad es su alimento (4,34). Por eso provoca con su petición, «tengo sed», que le den vinagre para beberlo y observar la Escritura, petición muy distante de lo comentado de Marcos, Mateo y Lucas donde los soldados o asistentes son los que se la ofrecen para seguir martirizándolo.


María hace el Viacrucis

         VIACRUCIS CON MARÍA, LA MADRE DE JESÚS




                                                           Pedro Ruiz Verdú





                       
+ En el nombre del Padre...

                        Recorramos este camino de la Pasión del Señor con María, su Madre. Unámonos a ella, a su fe, a su meditación: ella conservaba las palabras y las obras de Jesús en su corazón.
  
                        María nos ayudará a comprender el porqué de la Pasión de su Hijo. Recorramos con ella la peregrinación de la fe. Nadie mejor que María vivió el misterio de la vida de Jesús.

                        Padre, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo; concédenos que asociados como María a la pasión de Cristo, merezcamos sentir como ella los efectos de su amor.

                        1ª estación: Jesús condenado a muerte

           
Jesús, coronado de espinas y con su manto de púrpura, fue presentado al pueblo por Pilato. Y todos gritaron: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”. Y Pilato les dijo: “¿A vuestro rey voy a crucificar?”. Contestaron los sumos sacerdotes: “No tenemos más rey que al césar”. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran (Jn 19, 1-16).
A María le había dicho el ángel: a tu Hijo se le dará el trono de David, su padre. Pero los sumos sacerdotes han rechazado a su Hijo como rey de su pueblo, y en su lugar han elegido al emperador de Roma. ¡qué contraste! ¿De qué reino te hablaba el ángel, María? ¡Guardar en el silencio de la fe la palabra del Señor!
La Madre llorosa estaba


junto a la cruz y lloraba
mientras su Hijo pendía;
cuya alma triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.


            2ª estación: Jesús carga sobre sus hombros la cruz

            Jesús camina lentamente hacia el Calvario, rodeado de soldados, jefes y gente del pueblo. Dos condenados a ser crucificados, le acompañan. Esa cruz, este camino de Jesús, dará como fruto nuestra salvación.
El ángel dijo a María: el que va a nacer de ti, se llamará Hijo del Altísimo e Hijo de Dios.
¿Dónde está ahora su poder? Dios manifiesta su fuerza en la debilidad.

¡Oh cuán triste y afligida
se vio la Madre bendita,
de tantos dolores llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.


            3ª estación: Jesús cae bajo el peso de la cruz



           
Agotado, después de una jornada de maltratos y cárcel, de azotes y de espinas, Jesús, sin fuerzas, cae al suelo. ¿Cuántas veces cayó Jesús? Probablemente le ayudarían a levantarse. Jesús es “Signo de contradicción” para los que no creen. Y los que prefieren vivir postrados en el pecado, son espada que traspasa el corazón de María.
Y ¿qué hombre no llorara
si a la Madre contemplara
de Cristo, en tanto dolor?
¿Y quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?

            4ª estación: Encuentro de Jesús con su Madre

           
Hacia el Calvario iba María y al Calvario llegaría Jesús. Era el lugar de los condenados a muerte en cruz. “Dichosa eres, María, porque escuchas la palabra de Dios y la cumples”. La espada del sufrimiento que Simeón te predij
o en el templo de Jerusalén, cuando llevaste a Jesús para presentarlo a Dios, va llegando a su fin. Pero antes, Madre, tienes que participar de la cruz de tu Hijo. Quisiste estar presente en la muerte de tu Hijo.

Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado,
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.

            5ª estación: El cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz



            Lo débil del mundo lo ha escogido Dios para llevar su plan de salvación a su perfecto cumplimiento. Dios admiró tu pequeñez, María, y se alegró porque en ti encontró a la mujer que necesitaba para acompañar y participar con Jesús en la redención del mundo. Al principio, allá en el Paraíso, una mujer, Eva, introdujo el mal; ahora, en la cruz, otra mujer, María, la salvación. ¿Cómo podrá ser esto? – No temas, María.

¡Oh dulce fuente de amor!
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.


           
6ª estación: Una mujer limpia el rostro de Jesús

            María fue aprisa a la montaña a visitar a su pariente Isabel, que necesitaba de su presencia y de sus servicios.
En este momento de su caminar hacia el Calvario, ¿quién limpiará el rostro de Jesús, todo él ensangrentado y sucio? Una mujer, cuyo nombre no conocemos.
A ti, María, te hubiese gustado hacerlo. ¡Tantas veces se lo limpiaste! Pero también nosotros debemos aprender a limpiarle el rostro a Jesús. Y esto sabemos que te agrada.

Y, porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime


las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.

            7ª estación: Por segunda vez, Jesús cae en tierra

            Dios Padre dice: “Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido en quien me complazco... No gritará, no clamará, no voceará por las calles”.
María, después de la anunciación, cuando el ángel se marchó, quedó en silencio meditando en su corazón las misericordias del Señor.

Hazme contigo llorar
y de veras lastimaren
de sus penas mientras vivo;
porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu corazón compasivo.

            8ª estación: Unas mujeres se lamentan de que Jesús haya sido condenado a muerte



            María dijo a su Hijo: “¿por qué nos has hecho esto? ¿No sabías que tu padre y yo te buscábamos con gran dolor?”  María se lamenta ante su Hijo de que no les haya dicho lo que pensaba hacer. Y Jesús le respondió: “¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”  María no ha comprendido  aún el silencio de Jesús: las cosas de su Padre.
¿Qué mal ha hecho Jesús para que las autoridades judías le hayan pedido a Pilato su muerte? Las mujeres de Jerusalén no comprenden el porqué de la muerte de Jesús. Tenéis que aprender antes a llorar por vosotras, les dice Jesús.

¡Virgen de vírgenes santa!
Llore yo con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea;.
porque su pación y muerte
tenga en mi alma, de suerte
que siempre sus penas vea

            9ª estación: Tercera caída de Jesús

            ¿Había dejado ya Simón de Cirene de ayudar a Jesús a llevar la cruz? Tal vez; la cercanía del Calvario hacía innecesaria la ayuda. Pero Jesús cae por tercera vez. “Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca” (Is 53,7).
Y María respondió al ángel: “hágase en mí según tu palabra”.

Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio,


porque me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del juicio.

           
10ª estación: Jesús despojado de sus vestiduras

            El despojo exterior fue signo “tenue” del despojo interior: “se despojó de su rango -dice san Pablo-, y tomó la condición de esclavo”. ¿Qué respuesta pudo dar María al ángel sino una semejante a la de su Hijo: He aquí la esclava del Señor?

Socialmente María no tenía altura, rango, nobleza. En relación a Dios era su sierva, su esclava: este era su título de nobleza. Pero Dios enaltece a los humildes.

Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén.
porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.

            11ª estación: Jesús es clavado en la cruz



            Cerca, muy cerca, estaba su Madre. Jesús está siendo sacrificado por nosotros. ¿Dónde está el fuego para el sacrificio? Lo lleva Jesús en su corazón. El cuchillo: los clavos; los golpes: los ponemos los hombres; el fuego: el amor, la misericordia, el perdón, son de Dios.
María está allí, contemplando en silencio; sintiendo cómo su corazón se estremecía a cada golpe del martillo.

¡Dios mío! A pesar de mis gritos
mi oración no te alcanza.
De día te grito y no responde;
de noche, y no me haces caso:
en ti confiaban nuestros padres,
confiaban, y los ponías a salvo.

           
12ª estación: Jesús muere en la cruz

            Junto a la cruz, la Madre de Jesús. Allí, uniendo su amor por nosotros, al amor del Hijo. Allí, ¿dónde si no podría estar María?
Está junto a la cruz para recibir el encargo de su Hijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”; y nosotros, a su lado, para escuchar de Jesús moribundo; “Hijo, ahí tienes a tu madre”. A partir de ese momento, el corazón de María se unió al nuestro, y el nuestro al de ella. ¡Madre, tu mano y mi mano unidas sin que sea posible separarlas!

¡Dios mío!, yo soy un gusano, no un hombre,
vergüenza de la gente, desprecio del pueblo;
al verme se burlan de mi, y dicen:
“Acudió al Señor, que lo ponga a salvo,
que lo libre si tanto lo quiere”.



            13ª estación: Jesús es bajado de la cruz

            La cruz, signo de odio y de injusticia, ha sido purificada por Jesús. Dios Padre ha hecho de ella el signo de su amor, de su misericordia y de su perdón. La ha aceptado como ofrenda de su Hijo por nosotros.
¿Quién es mi hermano, mi hermana y mi madre? El que cumple la voluntad de mi Padre, había dicho Jesús. María se une íntimamente a su Hijo. La espada de dolor, profetizada por Simeón, ha llegado a su plenitud.

¡Dios mío!, desde el vientre materno, tú eres mi Dios,
desde el seno pasé a tus manos.
No te quedes lejos que el peligro está cerca
y nadie me socorre.
Fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.

           
14ª estación: Jesús es sepultado

            Madre, la estancia de Jesús en el sepulcro es por poco tiempo, pues es necesario que la luz baje a las tinieblas. Los patriarcas, los profetas y gente de tu pueblo esperan la visita de tu Hijo. También por ellos ha sido necesario que muriera Jesús. El gozo y la alegría pascual llenará el corazón de los profetas que anunciaron su venida y su muerte.
Madre, permítenos estar contigo durante esta breve espera.

¡Dios mío! Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.


Fieles del Señor, alabadlo;
glorificadlo, discípulos del Señor.
Porque el Señor ha escuchado mi oración.
Os contaré todo lo que hizo el Señor.

           
15ª estación: La resurrección de Jesús

Reina del cielo, alégrate;
porque el Señor a quien has merecido llevar,
ha resucitado según su palabra.
Ruega al Señor por nosotros. Amén.



            Oración por las intenciones del Papa


Triduo Pascual

                                                            JUEVES SANTO (B)


                                                               «Los amó hasta el extremo»

Del evangelio de Juan 13, 1-15
           
            Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su  hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?».  Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde». Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo».  Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza». Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos».  Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos». 
            Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros».

1.- Antecedentes. El desempeño de la misión tiene su primer acto en la elección, el que Jesús llame junto a sí a los Doce. Por consiguiente, la elección encierra el «que convivieran con él» (Mc 3,14). Las relaciones que mantienen entre sí reproducen la conducta que Jesús tiene con ellos y fomenta entre ellos, y todo el grupo transido por la filiación simboliza la decisión divina de salvación que transmite el Reino. Los comportamientos y las actitudes que los funda son decisivos para hacer creíble la misión, ya que su convivencia encarna la relación nueva que Dios ha establecido con los hombres y que son destinatarios de su ministerio.
La tradición elabora un relato al respecto. Juan y Santiago, dos componentes de los Doce, se acercan a Jesús para pedirle ocupar los lugares de más honor en su gloria (Mc 10,35-45 par). Marcos introduce el párrafo con la predicción de la pasión y muerte de Jesús que tendrá lugar en Jerusalén, donde va al encuentro de la cruz, todo lo contrario de la supuesta pretensión de los discípulos. ―El relato del lavatorio de los pies de Juan es un duplicado―. La respuesta de Jesús frustra su aspiración y anhelo, y va en otra dirección: deben beber su copa y recibir su bautismo, es decir, asumir su destino de pasión. No es una recompensa con gloria, sino tener capacidad para transitar por el camino del sufrimiento. La gloria corresponde a la voluntad divina, a su soberanía y no al deseo de cada uno de conquistarla. Aquí está, en parte, el nivel de preferencias entre los seguidores. Ellos, con demasiada confianza en sí, responden: «podemos» (Mc 10,39).

2.- De la ambición al servicio. La ambición de los hijos de Zebedeo provoca la rabia de los restantes discípulos: «Cuando los otros lo oyeron, se enfadaron con Santiago y Juan» (Mc 10,41). Entonces Jesús, en plan de maestro, pone un ejemplo que es comprendido por todos al ser la práctica habitual de los responsables y adinerados de los pueblos. Y lo dice para sacar una conclusión: «Sabéis que entre los paganos los que son tenidos como jefes tienen sometidos a los súbditos y los poderosos imponen su autoridad. No será así entre vosotros; antes bien, quien quiera entre vosotros ser grande que se haga vuestro servidor; y quien quiera ser el primero que se haga esclavo de todos» (Mc 10,42-44). Se cambia la ambición por el servicio, que es la expresión externa de la relación de amor, fundamento de la formación del grupo.
Marcos crea la misma escena durante un viaje que termina en Cafarnaún y después del segundo anuncio de la pasión (Mc 9,30-32). Discuten los Doce sobre quién es el más grande: «Si uno aspira a ser el primero, sea el último y servidor de todos. Después llamó a un niño, lo colocó en medio de ellos, lo acarició y les dijo: Quien acoja a uno de éstos en atención a mí, no me acoge a mí, sino al que me envió» (Mc 9,33-37par). El significado del gesto de amor de Jesús reafirma la enseñanza previa al dicho del servicio: la debilidad y la insignificancia social que manifiesta la niñez, contra el poder político-militar y relevancia económica de los jefes y poderosos, es la que encarna la dignidad de Jesús. En su vida y ministerio está la presencia del Reino, como enviado o embajador o representante del Padre. 

3.- Jesús es el modelo. El relato de Santiago y Juan termina también poniéndose Jesús como modelo en las relaciones que deben mantener los Doce: «Pues este Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45). El servicio puede llevar, además de la destrucción de la soberbia, que separa y enfrenta a los humanos, a dar la vida, al menos a ponerla en riesgo. Si esta entrega se funda en el amor, entonces se trueca en salvación de aquellos a los que sirve. Rescatar es liberar por dinero de la pena de muerte, hacer recuperar una tierra perdida, devolverle la libertad a un pobre vendido como esclavo. No es un tema cultual que haga referencia al sacrificio expiatorio por el que uno sufre en sustitución de otro, sino que se trata de las repercusiones humanizantes de unas relaciones de amor concretadas como servicio y entrega mutuas. Servir al estilo de un esclavo que está pendiente de las necesidades de sus amos, es ofrecer la vida con generosidad. Jesús, pues, se pone como ejemplo ante los Doce, que deben seguir su conducta para abrir sus brazos como el Padre, acoger y rodear a los pequeños, y servirles para que alcancen su dignidad filial. Una ejemplo emblemático de esta actitud lo relata el cuarto Evangelio, que acabamos de leer: «[Jesús] se levanta de la mesa, se quita el manto, y tomando una toalla, se la ciñe. [...] Pues si yo [...] os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros mutuamente los pies».
La actitud que provoca una relación de servicio mutuo es el clima que debe reinar en la comunidad que forma el discipulado. Y esto no deben perderlo, por más sufrimiento que entrañe su misión y convivencia: «Todos serán sazonados al fuego [...] Buena es la sal; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la sazonarán? Vosotros tened sal y estad en paz entre vosotros» (Mc 9,49-50par). Que la fraternidad viva en un ambiente de concordia es posible en la medida en que contemple la vida como servicio mutuo. Así dará un sabor nuevo a la existencia.

                                                              VIERNES SANTO (B)



            Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Juan 18,1-19,42.

            1.- Texto.  El relato de la pasión y la muerte de Jesús cumple la “hora” de Jesús que el Evangelio prepara a lo lago de sus páginas. La “hora” es el regreso a lo gloria del Padre desde nuestra historia humana, una historia que ha participado por amor del Padre: «Tanto amó Dios al mundo que envío a su Hijo….».― Sobresale la actitud de Jesús de entregar su vida por amor; una entrega que es libre; nadie le fuerza a servir hasta el extremo: ni Judas ni Pedro son capaces de cambiar sus planes de morir por sus amigos. El camino de la cruz es una exaltación y glorificación de su persona. Desaparecen el rostro de sufrimiento y se describe a Jesús con la cruz como un rey que asciende a su trono, después de haber juzgado al Imperio en la persona de Pilato. Jesús se sienta en una sede que se alcanza exclusivamente por amor. Jesús crucificado atrae a todos hacia él; ahí está el templo donde se adora a Dios Padre.― La vuelta al Padre tiene cinco pasos: En el huerto de los Olivos; en casa de Anás; el juicio de Pilato; la crucifixión y la sepultura.

            a.- En el huerto de los olivos. El mundo del mal se junta para apresar a Jesús en el huerto: una cohorte romanas, los guardias del Templo, etc., todos al mando de Judas. Jesús se deja detener una vez que ha defendido a sus discípulos, y no son detenidos con él. Pedro, el discípulo que Juan identifica, intenta defender a Jesús. Pero Jesús se lo impide. Él que le lava los pies, ora por ellos, en definitiva, les ama y se los presenta al Padre: «En verdad, en verdad os digo: El que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado» (Jn 13,20).

            b.- En casa de Anás. Jesús se separa definitivamente de Israel. Les predicó en las sinagogas, en el templo, en las plazas, etc., y el resultado es su rechazo; un rechazo que contrasta con la expansión por  el mundo de su palabra reveladora de la acción salvadora del Señor. Y el rechazo judío se escenifica por la bofetada que recibe de un guardia. Pedro niega conocerle amparándose en la oscuridad del Huerto de los olivos cuando lo prenden, no obstante Jesús permanece fiel a Pedro y a Judas: «No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy» Jn 13,18-19)

            c.- El juicio de Pilato. Pilato sospecha que los Sumos Sacerdotes le han entregado a Jesús por una causa diferente a las contempladas en el Derecho Romano. Y mantiene un diálogo con Jesús en el que le revela que todo gobierno debe fundarse en la verdad. El Reino que él revela, al ser de Dios, se asienta en la identidad divina y en su imagen y semejanza, que son los hombres. Pero Pilato, no obstante tenga delante a quien ha dicho que es el «camino, la verdad y la vida», mantiene el diálogo con los judíos, que en la escena del juicio representan a la «mentira». Tan es así, que se identifican como amigos del César, justamente el que los desprecia y persigue.

d.- La crucifixión y muerte. Los verdugos y soldados se reparten la ropa de Jesús, habla con su Madre y Juan, a los que une para siempre. Y Jesús termina su vida con las palabras: «Está acabado» (Jn 19,30). Juan abre una perspectiva sobre la experiencia del crucificado muy distinta a los demás Evangelistas. Con Marcos y Mateo se hace hincapié en el alejamiento de Dios que entraña la cruz. El Todopoderoso no sale en defensa de su Hijo y éste reclama su presencia salvadora. Lucas mantiene la actitud de Jesús de orar y hacer el bien hasta el último instante de su vida, que trasluce la bondad del Padre para con sus criaturas, además de poner en sus manos su vida, su aliento, en el momento de su muerte. Juan acentúa que Jesús ha cumplido hasta el último detalle la voluntad divina de recrear las criaturas sacándolas del pecado y dándoles el estatuto de hijos de Dios. Y retorna al seno del Padre una vez que le ha dado la gloria que los humanos le han robado o no le han reconocido (Jn 14,13; 17,1; 8,29).

            e.- La sepultura. Reaparece Nicodemo, que ha nacido de nuevo al seguir a Jesús hasta su muerte, y como discípulo se presenta a otro discípulos que permanece oculto: José de Arimatea. Y sepultan a Jesus en un sepulcro nuevo, envuelto en un lienzo y ungido con los aromas de un rey, como rey había sido proclamado por Pilato y en el letrero de la cruz. Jesús termina su vida con el interrogante por su futuro, porque a pesar de ser rey, Dios permanece callado. Ante el silencio divino, los judíos creen que han acallado la voz de su Hijo, una vez que desaparece de la historia de Israel al ser enterrado. Y no obstante Juan haya presentado la pasión como la revelación y glorificación definitivas del Hijo de Dios.


                   VIGILIA PASCUAL (B)

                                   
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 16,1-8

            Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?». Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo: «No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro: “Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo”». Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían.


1.- Los hechosLos discípulos que acompañan a Jesús a Jerusalén regresan a la Galilea natal y retoman sus trabajos como solución al descalabro de la misión (cf. Mc 15,40; 16,7); otros permanecen en Jerusalén, quizás los que se le unen en la fase final de su ministerio (cf. Lc 24,13). Al poco tiempo (cf. Mc 9,2) y en Galilea (cf. Mt 28,16-20) sucede un acontecimiento en el que los discípulos más allegados creen vivo al que, días antes, ha sido ajusticiado y sepultado (cf. Mc 15,43-46). Todos los datos disponibles conducen a que Pedro es el primer convencido de este hecho inaudito (cf. 1Cor 15,5; Mc 16,7), o al menos es el más interesado en difundir la noticia a los seguidores de Jesús y proclamarla a los cuatro vientos (cf. Hech 2,14). Por otro lado, con otros testigos y en distinto lugar, Jerusalén, se ofrece el relato de la tumba de Jesús. María Magdalena o unas mujeres (cf. Jn 20,11-18; Mc 16,1) se acercan al sepulcro para llorar su muerte (cf. Mc 16,1-8). El resultado de la visita es que encuentran la piedra corrida y la tumba vacía. Tal hecho, muy diferente al que experimentan los discípulos varones, no les lleva al encuentro con Jesús, como atestiguan los dos adeptos a Jesús que caminan hacia Emaús (cf. Lc 24,22-23).
           
2.- La identidad del resucitado. Todos piensan que han robado el cadáver y ello responde a que la resurrección no entra dentro de las categorías de los milagros de resurrección que realiza Jesús en el hijo de la viuda de Naín (cf. Lc 7,11-17), en la hija de Jairo (cf. Mc 5,23.35-42) y en Lázaro (cf. Jn 11,1-45). Tampoco Jesús sobrevive, por otra parte, al estilo de la existencia eterna de su alma por ser de naturaleza espiritual, como defiende la antropología griega. Ni la relación con los «devueltos a la vida ―Lázaro, las hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín―  ni la racionalidad que prueba la eternidad de los espíritus en contra de la caducidad de lo temporal, contingente e histórico, pueden fundar la explicación de la resurrección de Jesús. Ésta pertenece a la vida nueva en Dios prometida desde tiempo a Israel. Por consiguiente, es un acontecimiento totalmente nuevo en la historia humana, es decir, la situación que Dios dará al final de los tiempos a sus hijos y que los humanos no tenemos elementos para describirlo y entenderlo. Está en la línea que Pablo afirma: «Sabemos que Cristo, resucitado de la muerte, ya no vuelve a morir, la muerte no tiene poder sobre él. Muriendo murió al pecado definitivamente; viviendo vive para Dios» (Rom 6,9-10).
           
            3.- La vida nueva del Señor.  La Resurrección es, exclusivamente, una acción del poder amoroso divino. El Señor recrea la vida de Jesús, dándole su identidad y gloria divina. Por eso nuestra razón no puede captar el acontecimiento de la resurrección de Jesús. Es la dimensión de Dios la que entra a formar parte de la vida de Jesús. Es, pues, necesaria la fe: el don que nos concede el Señor para relacionarnos con él. Y el don de la fe hace que se apodere de nosotros la novedad de la vida de Jesús, que cambia las bases y los objetivos de nuestra vida: del poder al servicio, de la violencia a la paz, de la muerte a la vida eterna, de la soberbia y egoísmo al amor, etc., etc., como le sucede a los discípulos después de los encuentros o apariciones en Galilea. La fe nos une a Jesús resucitado y nos introduce en la vida nueva que el Señor le ha concedido como primicia, y a nosotros de una forma inicial en nuestra existencia. Ya tiene valor Dios como amor, amar, servir, defender la vida ante los poderes que la destruyen, etc., etc. Tiene valor todo lo que Jesús ha enseñado y ha hecho, porque Dios le ha dado la razón al resucitarlo de entre los muertos. La esperanza para la gente honrada y servicial renace, porque el Señor se ha puesto de parte de los que defienden la vida y la llevan a plenitud desde su amor.

                                               DOMINGO DE RESURRECCIÓN (B)


Lectura del santo Evangelio según San Juan 20,1-9.

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo:
―Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

1.- Los discípulos. El Evangelio de la Vigilia Pascual se centra en la obra del Señor que resucita a Jesús; el de la mañana de Pascua se centra en los discípulos. Los tres protagonistas: María, Pedro y Juan simbolizan tres actitudes ante Jesús y, naturalmente, tres actitudes de fe ante la obra poderosa del Padre sobre su Hijo. María piensa que se han llevado el cuerpo de Jesús, como es la opinión de todo el mundo al ver que no estaba en el sepulcro. María quiere a Jesús y le desea vivo, por eso no puede captar que comparte la dimensión divina que solo es posible captarla por la fe que Dios regala a sus hijos. Ella está muy lejos de la vida de resurrección. Al comunicárselo a Pedro y Juan, dos columnas de la Iglesia, corren para certificar el robo o traslado del cadáver. Un correr que lleva consigo el camino de la fe. Pedro entra al sepulcro y nada se dice de su acceso a la experiencia de la resurrección. Busca pruebas: las vendas y el sudario. Pero no le conduce a la fe. La razón no es el elemento esencial para adentrarse en el nuevo mundo en el que Jesús ha entrado y está compartiendo con Dios. Juan llega el primero, pero queda fuera; después entra, ve las mismas señales que Pedro y cree. ¿Por qué? Porque el discípulo a quien Jesús «quería» ha participado antes de la relación que Jesús ha establecido con cada uno de sus discípulo. Es el mismo Jesús el que da la fe, se deja ver, se encuentra con ellos. Y sólo el que es amado por él, el que se siente amado por él, puede adentrarse en su presencia, en su vida.
2.- Demos dos pasos atrás. El primero fue cuando Jesús los llama para que «convivan con él», para formar una comunidad que predique el Reino y sean testigos de la nueva vida que entraña la presencia del Señor en la historia humana. Los discípulos aprenden a rezar, a predicar, a curar, todo enseñado, dirigido y ejemplificado por el mismo Jesús. Aprenden a quererle, a admirarle, a seguirle, dejando su trabajo y familia. El siguiente paso es el descalabro de la cruz, donde todas sus ilusiones se vienen abajo, no sólo aquéllas que indican un mesianismo glorioso, sino una presencia real de un Dios que crea fraternidad, favorece a los pobres, y garantiza la veracidad de la vida y enseñanza de Jesús. Por eso no es extraño que la pasión disperse a los discípulos. Pero todo cambia cuando Dios decide hablar y actuar en estos momentos de hundimiento personal y desencanto. ¿Qué resultado dan sus encuentros con el resucitado? El que de nuevo aparecen juntos y sean capaces de establecer relaciones con un Jesús «distinto» (cf. Mt 28,16). Después de encontrarse con él en Galilea regresan a Jerusalén, de donde han huido (cf. Lc 24,33). En la ciudad santa, por ejemplo, Pedro, que le había negado durante la instrucción del proceso de las autoridades religiosas, explica sin miedo alguno que la historia de Jesús iniciada en Galilea permanece todavía, que no se ha acabado con su muerte (cf. Hech 2,42). Y así un discípulo tras otro: entregan su vida por Jesús, cuando tantas veces no habían comprendido su mesianismo servicial y lo habían abandonado en los momentos más difíciles de su vida. La resurrección los cambia a todos.

            3.-  La fe es la clave.  La fe transforma a los discípulos, le da la fuerza necesaria para llevar a cabo ellos solos, ya sin Jesús, todo lo que les había enseñado y habían observado en su convivencia por los pueblecitos de Galilea. Con el poder de la fe en Jesús, el Señor los hace testigos de su resurrección y, con ella, de su presencia salvadora. Y los discípulos nos transmiten la novedad de la vida divina que supone su fe en Jesús resucitado con un sentido de vida y unas opciones fundamentales que recrean la vida humana: lo fundamental es la vida, y ésta vivida desde las relaciones de amor con Dios y con los demás, que se constituyen en hermanos. Por tanto, la vida no se genera por el poder, sino por las relaciones de amor entre seres que son hermanos e hijos de un mismo Padre. El desarrollo de una vida en amor lo hace posible el Espíritu del Padre y del Hijo, lo que le da una forma especial con sus frutos: «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí (Gál 5,22-23)  y con sus dones: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor a separarnos de quien amamos y es el origen de la vida, de toda vida.  Y La vida de Resucitado es una vida eterna, supera la muerte definitivamente.