Rutina habitada
Vida
oculta de Jesús y cotidianidad creyente
Margarita Saldaña Mostajo
El objetivo de la obra es escudriñar el tiempo de la vida
oculta de Jesús para trazar unos criterios de vida para los cristianos, que
viven ocupados en las tareas cotidianas que cada cultura entraña. Y «se
entiende por vida cotidiana la realidad que comprende la vida humana en su
conjunto» (17). Al final se dan unas propuestas de espiritualidad de lo
cotidiano para que alimenten la vida cristiana.
El texto se divide en seis capítulos. En el primero se
define lo cotidiano desde la filosofía y sociología, expone sus símbolos más
importantes y su lugar en el proyecto del Señor. Es importante destacar que lo
privado lo entendemos como el espacio individual donde no se contempla lo
público; sin embargo, en tiempos de Jesús, no existe esta contraposición:
privado es el espacio de las mujeres; público el de los hombres. Con todo, lo
cotidiano comprende la vida natural (tiempo y espacio) y la existencia histórica que se identifica
en el tiempo y el espacio en que vivimos. Aplicado esto a la vida de Jesús, la
autora distingue entre la vida
ordinaria
―desde su nacimiento hasta el bautismo de Juan—, y la vida
ministerial ―del bautismo hasta su muerte en cruz. No se debe
pensar que la vida ordinaria no tiene valor, porque se está preparando para la
proclamación del Reino. El único cambio que se aprecia en Jesús entre la vida
ordinaria y la ministerial es en la
forma
de llevar a cabo la misión que el Padre le ha encomendado. La Encarnación tiene
una misión desde el mismo instante que el Señor decide enviarlo por amor y en
el momento que se hace hombre (cf. Jn 1,14; 3,16). A continuación el texto se
adentra en la cotidianidad de la vida de Jesús. Se recogen los datos más
seguros de las últimas investigaciones sobre el entorno de Jesús anterior al
bautismo y la proclamación del Reino: Jesús vive unos 33 años en Nazaret;
pertenece a una familia religiosa, propia del campesinado de Galilea; es un
especialista de la piedra, madera y hierro, que aprende de su padre y del que
hereda los utensilios para trabajar; ora y celebra las fiestas de Israel; etc.
Dos textos nos dan la clave de la vida cotidiana de
Jesús. El primero es Lc 2,41-52: Jesús perdido y hallado en el templo. Jesús se
coloca en el centro de la perícopa al estar en medio de los doctores
interpretando la Ley y los Profetas; pero al bajar con sus padres a Nazaret
indica el Evangelista que «les estaba sometido», o les era dócil, lo que
entraña estar veinte años experimentando las etapas propias de la vida de un
persona: la adolescencia, la juventud, la madurez, con sus crisis de
crecimiento habituales, las relaciones con sus amigos, con su familia, etc.
Sucede lo mismo que los anuncios a Zacarías y a María; del espacio sagrado del
templo se pasa a la casa de cualquier familia; aquí de estar con los doctores
en el recinto sagrado de Israel a una humilde aldea del norte de Palestina;
toda la realidad es objeto de la mirada y encarnación divina. Y es en Nazaret
donde se desarrolla como hombre y como judío piadoso. El segundo texto es Flp
2,6-8. El Hijo deja su gloria divina para ser uno de tantos; se vacía de su
gloria para que, en forma de siervo, es decir, obediente a Dios, lleve a cabo
la salvación proyectada por el Señor desde que se introdujo en la historia el
pecado. «Esto equivale afirmar que el abajamiento de Cristo es el lugar de la
revelación de la divinidad, de modo que el texto en su conjunto ofrece una
determinada comprensión de Dios (cuya fuerza resplandece en la debilidad y cuyo señorío asume la servidumbre), una
visión del ser humano (llamado a realizarse en la obediencia radical) y un
desafío sociológico sin precedentes (la construcción de unas estructuras
sociales basadas en el descenso)» (87).
Un extenso capítulo relata la presencia de estos años en
los escritos de los Padres y de los Teólogos, como en el Magisterio de la
Iglesia. León Magno acentúa la humildad
de Jesús en esta época, Buenaventura de Bagnoreggio, su humildad y abyección,
hasta la reciente historia de la exégesis bíblica en sus tres etapas
fundamentales. La conclusión es que no se ha dado en la historia de la Iglesia
una teología de la vida ordinaria de Jesús y su carácter revelador y salvador
(142). En el último capítulo se expone el realismo de la Encarnación, donde
Dios se hace presente en todas las etapas de la vida humana, santificándolas,
es decir, dando sentido desde su misma presencia en la historia lo que es la
santidad en los cauces normales de toda persona, que en Jesús es toda su vida,
además de su muerte y resurrección, no sólo los tres años de ministerio
público. El reino que predica, que es su propia vida, es lo que ha vivido y lo
que ha dicho por medio del silencio de los años en su pequeña aldea de Nazaret
y en su patria chica de Galilea, a lo que se suma las parábolas y los milagros
de su ministerio público. No obstante esto, la potencia de esta vida ordinaria
le llega de la resurrección, porque la concreción de su existencia adquiere valor
universal para toda persona, y toda persona de todas las épocas, precisamente
por su filiación divina. Al final, el texto relaciona la vida oculta con la
Trinidad, la Eucaristía (agradecer, entregarse, exponerse), como la kénosis
sacramentalizada en el pesebre, el sepulcro y la eucaristía, cuyo abajamiento y
humildad del Hijo de Dios tanto aprecia Francisco de Asís. El texto, unido a
Filipenses, invita a los cristianos a correr y seguir el camino de los
humildes, de la ignominia (
cursus pudorum)
en vez de los honores y dignidades fatuos (
cursus
honorum), en terminología del Imperio.
Sal Terrae, Santander
2013, 221 pp., 14,5 x 21 cm.
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