DOMINGO XXIII (B)
Lectura del santo Evangelio según San
Marcos 7,31-37
En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro,
pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le
presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le pidieron que le
impusiera las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos
en los oídos, y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y
le dijo: ―Effetá (esto es, «ábrete). Y, al momento, se le abrieron los oídos,
se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más
se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del
asombro decían: -Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los
mudos.
1.- Texto. La estructura del
milagro es muy parecida a la del ciego de Betsaida (Mc
8,22-26). La gente le lleva a Jesús un sordo que, a la vez, tiene dificultades
para hablar, cosa muy corriente en las personas que no pueden oír. Ante el
ruego de los que han conducido al enfermo para que le transmita su energía
salvadora por la imposición de las manos, Jesús «le metió los dedos en los
oídos; después le tocó la lengua con saliva». Es habitual en los taumaturgos la
práctica de tocar los miembros afectados por la enfermedad. Además, es opinión
común que la sangre, el agua, el vino, el aceite y la saliva, que es aliento
condensado, tiene efectos curativos pues transmite energía (como en el ciego de
Betsaida, 8,23). También el dedo (de Dios) vehicula fuerza y potencia, como la
imposición de las manos, aunque estamos muy lejos de los brebajes y otras
jerigonzas que hacen los magos de la época. Jesús se dirige a Dios con la
mirada, y el suspiro expresa la acción sobrehumana que va a realizar, junto a
la compasión, gestos propios de los taumaturgos. Estos gestos, como los
anteriores del dedo y la saliva, los acompaña con una palabra, posiblemente
derivada de la lengua aramea, «effetá», y orientada al enfermo, más que a sus
miembros atrofiados. Sucede igual con la curación de la hija de Jairo: «Talitha
qum...: Chiquilla, te lo digo a ti, ¡levántate!» (Mc 5,41).

2.-
Mensaje. Dios está obrando de nuevo como en el principio de
la creación: «Vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno» (Gén 1,31),
como ahora en Jesús: «Estaban estupefactos y comentaban: Todo lo ha hecho bien:
hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Mc 7,37), un eco que aparece en
los finales de los milagros. Es el cumplimiento del oráculo de Isaías sobre la
salvación en los tiempos mesiánicos: «Se despegarán los ojos del ciego, los
oídos del sordo se abrirán, saltará como ciervo el cojo, y la lengua del mudo
cantará» (Is 35,5-6).Pero para que se dé la salvación es necesaria la fe, es
decir, la confianza de que el Señor está actuando en la historia de maldad que
iniciamos los hombres. El Señor sólo puede curar nuestra ceguera y nuestra
sordera si abrimos nuestro corazón a su permanente invitación para vivir con
salud, con salud física, afectiva, espiritual. Es dejarnos guiar por Jesús.
3.-
Acción. Una de las preguntas que hará Jesús al final
de nuestra vida es si visitamos al enfermo (cf. Mt 25,36). Cualquier enfermedad
nos separa de la vida social, máxime si es la ceguera o la sordera. Nos
aislamos, y la soledad forzada es inhumana, puesto que nuestra identidad es
pura relación con los demás, tanto en la familia, como en la sociedad y en la
Iglesia. Para que nuestra fe sea creíble
es necesaria la cercanía y la compasión con los enfermos, puesto que en muchas
enfermedades no pueden acercarse a los demás; somos nosotros, visitándolos, los
que debemos darles vida.
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