DOMINGO XXIII
(B)
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 7,31-37
En
aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del
lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que,
además, apenas podía hablar; y le pidieron que le impusiera las manos. Él,
apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la
saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: ―Effetá (esto
es, «ábrete). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la
lengua y hablaba sin dificultad.
Él
les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más
insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: -Todo lo ha
hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
1.- La curación del sordomudo evoca las acciones que el
Señor hizo al inicio del tiempo cuando expresó, al término de la creación, «que
todo estaba bien hecho», y también dirá al final de los días que «todo lo hará
nuevo» para desterrar el mal acumulado por nuestra acciones (Gén 1,31; Ap
21,1). Nosotros cooperamos con el Señor y participamos de la vida nueva que donará
al final de la historia si somos capaces de verlo y escucharlo en la
Eucaristía, en la lectura de la Escritura, que nos abren los ojos y oídos para
ver y escuchar el caminar y el clamor de los emigrantes y exiliados que estamos
observando en estos días desde Siria, Irak, etc., o en nuestra calle y barrio.
2.-
El milagro del
sordomudo se inscribe en el ámbito de la declaración y defensa de Jesús de que
todos los alimentos son puros: «Nada que entre
de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón sino en el
vientre y se echa en la letrina. (Con esto declaraba puros todos los alimentos)» (Mc 7,18-19). Y después camina por algunos lugares habitados por
gentiles, superando las barreras que los separan de los judíos. Y, en otra
perspectiva más amplia, este milagro se relaciona con el ciego de Betsaida,
antes relatado (Mc 8,22-26); con las dos acciones, Jesús va curando la ceguera
y sordera de los discípulos (Mc 8,21.33; 9,32; etc). Es responsabilidad
de las comunidades creyentes, como seguidoras de Jesús, oir, ver al Señor en el
corazón de los próximos y alejados para que se escuche su Palabra en todo el
mundo (cf. Mc 16,15).
3.- El milagro del
sordomudo es necesario que nos lo haga Jesús a cada uno de nosotros. Por lo
general, seleccionamos los objetos y personas que queremos ver y oír. Y nos
movemos en un mundo muy cómodo, porque la tendencia es excluir de nuestras
relaciones aquellas situaciones y personas que nos molestan,…. hasta que nos
afecta la desgracia o la enfermedad. Entonces, caemos en la cuenta de que los
demás son necesarios para que podamos vivir con dignidad. Escuchar al Señor, viendo
las desgracias, debe suscitar en nuestros corazones la necesidad de compadecernos
del que está siendo apaleado por la vida, y no tiene capacidad para oír y
hablar.
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