Pequeña
catequesis sobre naturaleza y gracia
Henri
De Lubac
Bernardo
Pérez Andreo
Instituto
Teológico de Murcia OFM
Pontificia
Universidad Antonianum
“La
idea de una sobrenaturaleza añadida a la naturaleza es occidental: es fruto de
esa enfermedad de análisis y separación que es la enfermedad de Occidente”, con
estas palabras que el Cardenal De Lubac toma del Padre Congar, podemos
comprender lo mal entendidas que han sido las dos instancias que centran este
pequeño libro, pequeña catequesis le
llama el autor, por un lado la naturaleza y por el otro lo sobrenatural, la
gracia. En ningún lugar de la Escritura o de los Santos Padres encontraremos
una referencia a la sobrenaturaleza como algo que se añade extrínsecamente a la
naturaleza y que sería de una realidad totalmente distinta. Esta visión
dualista es más propia del pensamiento occidental marcado, de un lado por el
neoplatonismo gnostizante y del otro por el positivismo materialista que no es
capaz de alcanzar más allá de donde dan los datos. La visión cristiana de la
naturaleza y de la gracia tiene una dimensión de profundidad que De Lubac
quiere recuperar para el pensamiento teológico, a propuesta del secretario de
la Comisión Teológica Internacional, que es el motivo de haber escrito este
opúsculo sobre tan interesante tema.
La
gracia, siguiendo a Santo Tomás, es creada en el alma, no es una naturaleza
exterior o superior, superpuesta a la naturaleza humana, como un revestimiento,
sino que es una cualidad infundida en el alma que la adapta, en cuanto alma, a
vivir la vida de Dios. Blondel dirá que lo sobrenatural es una adopción, una
asimilación, una transformación que asegura los dos elementos en el hombre, lo
humano y lo divino, sin mezclarlos, pero sin separarlos. Por eso, Teilhard de
Chardin lo expresa como un fermento que llega a transformar la naturaleza. Se
ve con toda claridad que el Cardenal De Lubac no entiende ni la naturaleza ni
la gracia al modo que se ha extendido entre el vulgo cristiano y entre los
científicos y filósofos modernos. Naturaleza y gracia aseguran la perfecta
realidad del hombre. En la naturaleza resplandece la libertad y la cultura, en
la gracia el espíritu y la plenitud de lo humano. Ambas realidades se necesitan
para completar la verdad última del hombre, pero se necesitan como
‘naturalmente’. Esto elimina los resabios gnósticos que aún quedan infectando
el cristianismo y que se mantienen operativos en las sociedades modernas.
Esta
distinción entre naturaleza y sobrenatural conlleva una serie de consecuencias
en el hombre. La primera es la humildad, que no es una virtud moral en el
cristiano, sino una disposición radical al saberse criatura y, por tanto,
necesitada del don del otro, del don divino, del don radical del ser. Tras la
humildad viene el respeto al misterio ante el intento de encapsularlo en
fórmulas o en esquemas humanos. La tercera consecuencia es la transformación
del hombre. Lo sobrenatural no solo eleva, transforma al hombre, lo
metamorfosea, lo transfigura, sin perder su ser natural, lo lleva a una plenitud
que no tendría sin lo sobrenatural, que no es una sobrenaturaleza con sustancia
y consistencia propias que vendría a superponerse a la naturaleza, o bien a
desalojarla. Ni la desdeña ni la destruye; le da forma, la rehace, según la
necesidad. La transfigura y la transforma en todas sus actividades, esta es la
transcendencia verdadera, que va al núcleo de lo humano para elevarlo, no lo
destruye. La gracia presupone siempre la naturaleza. Es el corolario de la
Encarnación. Si Dios se ha hecho hombre, la naturaleza humana es asumida por la
divina y elevada.
La
gracia, insiste De Lubac, no se opone a la naturaleza, como tanto se ha hecho
creer, se opone al pecado. Es el pecado, una realidad no querida por Dios,
fruto del uso de la libertad, lo que se opone a lo que verdaderamente el hombre
puede ser, de ahí que la gracia, lo sobrenatural, sea necesario para curar la
herida del pecado en la naturaleza. La unión de la naturaleza y de la gracia
queda consumada por el misterio de la Redención. Desde la Encarnación hasta la
Redención, el hombre es llevado a la vida divina. El hombre entero, no una
parte de él, el alma, o una parte de los hombres. El pecado es una realidad
personal que infecta al cuerpo social y al individuo concreto, por eso es
personal el pecado, porque como la salvación, también es relacional. De ahí la
necesidad de salvar las condiciones sociales mediante una transformación
radical del hombre y de los hombres.
El
volumen se cierra con una serie de apéndices que aumentan el valor de la obra.
Se trata de pequeños trabajos sobre el Concilio Vaticano II, la Iglesia en el
mundo y un pequeño texto precioso de desagravio a Pablo VI, papa que sufrió
mucho en sus últimos años y que intentó aplicar las intenciones del Concilio
sin provocar un cisma en la Iglesia. El Cardenal De Lubac se siente muy cerca
de él cuando reproduce aquellas palabras suyas: “El humanismo laico y profano
se ha mostrado al fin es sus aterradoras dimensiones y, en cierto sentido, ha
desafiado al Concilio. La religión del Dios que se ha hecho hombre ha chocado
con la religión –porque de una religión se trata- del hombre que se hace Dios”.
Son palabras que De Lubac subraya como propias de un análisis profético de los
efectos de confundir los términos y no comprender qué significa naturaleza y
qué significa gracia. El hombre, para ser tal, necesita de ambos para
entenderse a sí mismo. Naturaleza y gracia: Dios que viene al hombre y el
hombre que va a Dios. Esta es la esencia del cristianismo.
Fundación Maior, Madrid 2014, 214
pp, 14 x 21 cm.
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