lunes, 14 de marzo de 2016

Meditación sobre la Pasión según San Lucas

                          Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas       


1.- Jesús es el siervo y justo sufriente que, según las Escrituras, obedece la voluntad de Dios acatando hasta el máximo de sus fuerzas el proyecto de salvación (cf. Mc 14,36); se siente traicionado por sus discípulos y abandonado por todos, incluso por Dios (cf. Mc 15,34); bebe el cáliz del dolor hasta extremos inconcebibles a la dignidad humana (cf. Mc 15,36). Pero, a la vez, Jesús muestra un señorío y una majestad que está más allá de los límites de la naturaleza humana, porque es capaz de prever su pasión (cf. Mc 8,31) y encuadrarla en el marco de la voluntad divina ordenada con precisión para él en la historia (cf. Mc 14,7-8; 13-15). Se confiesa como Mesías, Hijo de Dios y Señor (cf. Mc 14,61-62). En fin, él domina todos los acontecimientos que le afectan y afronta la muerte con libertad (cf. Jn 8,42). Es el Rey (cf. Jn 18,37). Todo lo que le sucede está diseñado por Dios. Nada ocurre al azar, o por libre voluntad humana. Con la muerte cumple la misión que le encomienda el Padre y para la que ha venido a este mundo (cf. Jn 1,14), y vuelve a la gloria que le pertenece (cf. Jn 12,12-6). Nuestra vida es así también: venimos del Señor cuando nacemos, volvemos al Señor cuando morimos. Y es Jesús quien nos ayuda a mantenernos fieles durante nuestra historia personal al sentido de vida que nace del amor de Dios.

2.- «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Jesús ora por los que le han crucificado, es decir, los soldados y verdugos que tiene en su rededor y ahora le vigilan para que se cumpla la sentencia. Ora también al Padre por los que han sido responsables de su muerte: Pilato (Lc 23,24), los sumos sacerdotes y escribas (Lc 23,13.21.23), todos simbolizados en la ciudad santa de Jerusalén. Antes, Jesús la acusa de que «mata a los profetas y apedrea a los enviados» (Lc 13,34); y, por la violencia que anida en sus habitantes, sentencia: «... si reconocieras hoy lo que conduce a la paz. Pero ahora está oculto a tus ojos» (Lc 19,42). Todos ellos ignoran a quién han llevado a la cruz, según afirman Pedro y Pablo en sus primeras predicaciones (Hech 3,17; 13,27), ellos que también han tenido su pequeña historia de traición y persecución al Hijo de Dios (Lc 22,54-62; Hech 26,9).

3.- Jesús es coherente en esta súplica al Padre con lo que ha enseñado en su ministerio. Ha revelado al Dios del perdón y de la reconciliación (Lc 15), el Dios que toma una postura decidida de misericordia por el pecador antes de contemplar su conversión, como en el caso del hijo pródigo (Lc 15,20). Jesús ha transmitido la actitud de Dios practicando la misericordia a lo largo de su vida pública, cuando perdona los pecados al paralítico (Lc 5,20), o a la pecadora que le visita en casa del fariseo (Lc 7,47). Se ha expuesto más arriba no solo a la abolición de la ley de la venganza, o a la correspondencia al amor recibido u ofrecido entre amigos y familiares (Lc 6,32), sino también al exceso de amor que pide a los que le siguen: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os calumnien» (Lc 6,27-28). Actitud que permanece en la comunidad cristiana en los mártires que, ante el suplicio, oran por sus enemigos, como Esteban y Santiago, el hermano del Señor: «Señor, no les imputes este pecado» (Hech 7,60). Santiago se dirige al Padre, como Jesús: «Yo te lo pido, Señor, Dios Padre: perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Eusebio de Cesarea, HE, II 23 16, 110). Quizás sea lo que más nos cueste: ser hermanos de todos y hacer el bien al que nos necesite, sea cual fuere su raza, su lengua, su relación con nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario