Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San
Lucas
1.- Ni los hechos ni los dichos de Jesús, por más que
reforman y ofrecen aspectos nuevos de la religión judía de su tiempo, entrañan
por sí mismos un riesgo para su vida, y mucho menos para que tenga un final tan
trágico; porque la vida de Jesús termina mal. Los responsables religiosos de
Israel comprenden en un determinado momento, sobre todo con la presencia de
Jesús en Jerusalén, que este puede romper la paz establecida entre Roma y la
aristocracia del pueblo. Para silenciar el mensaje creen indispensable acabar
con el mensajero. Entonces, elaboran una fina estrategia, habida cuenta del
estilo de gobierno fundado en un Estado de derecho que Roma lleva en Judea. Y
los sumos sacerdotes vencen a Jesús y a sus discípulos.
2.- Los relatos evangélicos de la pasión y muerte reflejan
dos niveles de comprensión distintos y están divididos en cuatro bloques bien
delimitados: arresto, proceso judío, proceso romano y muerte. El primer nivel
ofrece un interés muy especial por las últimas horas de la vida de Jesús, lo
que obliga a que todo lo que le sucede se ordene de una manera que no ha
aflorado en el ministerio por Palestina. Dos días antes de la Pascua se busca
el motivo de su condena (cf. Mc 14,1); en la víspera de la Pascua Jesús envía a
dos discípulos para preparar la Cena (cf. Mc 14,12); la celebra con los Doce al
anochecer (cf. Mc 14,17); Pedro niega a Jesús al canto del gallo (cf. Mc
14,72); muy de mañana comienza el proceso romano (cf. Mc 15,1); Jesús muere
hacia el mediodía (cf. Mc 15,25.33) y es enterrado al caer la tarde (cf. Mc
15,42).
La precisión cronológica se acompaña con la mención de
los lugares. Los hechos acontecen en la ciudad santa de Jerusalén: sufre la
agonía y es arrestado en Getsemaní (cf. Mc 14,32); se le instruye el sumario en
la residencia del sumo sacerdote, y se le procesa y condena en el antiguo
palacio de Herodes el Grande en la capital (cf. Mc 14,53par; 15,1); se le
crucifica en el Gólgota (cf. Mc 15,22) y se le entierra en un lugar cercano
(cf. Mc 15,47).
A
esto se unen los personajes que aparecen en este tiempo final de su vida. Los
Doce, con el protagonismo de Pedro (cf. Mc 14,66-72) y Judas (cf. Mc
14,20-21.43-45); los sumos sacerdotes, entre los que destacan Anás y Caifás
(cf. Jn 18,13); las autoridades civiles: Pilato (cf. Mc 15,1-15) y Herodes (cf.
Lc 23,8-12); personas singulares como Barrabás (cf. Mc 15,7), Simón de Cirene
(cf. Mc 15,21), José de Arimatea (cf. Mc 15,43), o anónimos como el centurión
(cf. Mc 15,39), el buen ladrón (cf. Lc 23,40); o colectivos como los criados y
guardias de los sumos sacerdotes (cf. Mc 14,43.65), los testigos (cf. Mc
14,56), los soldados (cf. Mc 15,16-20), los verdugos (cf. Mc 15,36), los
crucificados (cf. Mc 15,27.32), un grupo de mujeres que lamentan su estado (cf.
Lc 23,27), las seguidoras cuyos nombres varían de un Evangelio a otro, situadas
a distancia (cf. Mc 15,40-41), o al pie de la cruz, donde Juan nombra a su
madre, a la hermana de su madre, María de Cleofás, María Magdalena y al
discípulo amado (cf. Mc 19,25-27). Todos ellos pertenecientes a un pueblo que
exige su muerte (cf. Mc 15,8-15) o, por el contrario, se pasma y arrepiente de
lo ocurrido con Jesús después de verlo morir en cruz (cf. Lc 23,48).
3.- Las horas y los días,
los lugares y las personas históricas, o acontecimientos redactados por los
evangelistas en favor o en contra de Jesús elevan las tradiciones sobre la
pasión a otro nivel mucho más valioso para los creyentes. Jesús es el siervo y justo
sufriente que, según las Escrituras, obedece la voluntad de Dios acatando hasta
el máximo de sus fuerzas el proyecto de salvación (cf. Mc 14,36).
Las
interpretaciones de la pasión y muerte, fundadas en la Escritura (arresto de
Jesús), reflexionadas al calor del culto (Última Cena), recordadas con el fin
de aleccionar a los discípulos de Jesús de todos los tiempos (negaciones de
Pedro), escritas con tintes apologéticos (la culpabilidad de los judíos) y
confesadas por la experiencia de la Resurrección, se abren paso en las
comunidades cristianas ante la evidencia histórica de su crucifixión. Entonces
podemos identificarnos con Jesús y recibir de él la adecuada respuesta y
experiencia sobre si sentimos a Dios lejano, cuando no nos comprenden la
familia y los amigos, cuando percibimos que nuestra vida no ha resultado válida
ni para los demás ni para uno mismo; cuando creemos que todo y todos se nos
vuelven en contra. No olvidemos que fueron las instituciones religiosas y
políticas las que segaron la vida y doctrina de Jesús; el Señor no estaba
ausente: estaba sufriendo con él. Porque al resucitarlo de entre los muertos,
sabemos que estaba con él como está con cada uno de nosotros cuando vivimos las
mismas situaciones de Jesús.
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