Brown,
Raymond E.,
Cristo en los evangelios del año
litúrgico
Sal
Terrae, Santander 2010, 552 pp.
Por Álvaro M. Garre Garre
Esta edición conmemorativa del décimo aniversario del exegeta católico
estadounidense Raymond E. Brown reúne en un solo volumen la serie de seis
ensayos (publicados a lo largo de veintes años: 1978-1998) sobre la predicación
de la Sagrada Escritura siguiendo el año litúrgico, completada con tres
estudios introductorios. Raymond Edward Brown (1928-1998) fue profesor de
ciencias bíblicas en el Union Theological
Seminary de la ciudad de Nueva York. Autor de más de cuarenta libros sobre
la Biblia y presidente de tres de las sociedades bíblicas más importantes del
mundo. Fue nombrado miembro de la Pontificia Comisión Bíblica tanto por Pablo
VI (en 1972) como por Juan Pablo II (en 1996).
El libro consta de treinta y seis capítulos agrupados en dos partes. La
primera parte se compone de tres capítulos. Se trata de tres estudios
introductorios: el primero sobre el método hermenéutico del Padre Brown; el
segundo sobre la predicación en el año litúrgico; y el tercero se titula
“Recursos para el ministerio de la homilía durante el año litúrgico”. La
segunda parte se divide en treinta y tres capítulos organizados en torno a los
seis estudios del padre Brown sobre la figura de Cristo en el año litúrgico.
Así, tras el cap. introductorio 4, en el que el autor explica su enfoque
general, el resto de ensayos están dispuestos según el orden del año litúrgico,
desde Adviento hasta Pentecostés, pasando por el tiempo ordinario. Cada sección
de ensayos comienza con un capítulo introductorio.
Ronald D. Witherup analiza en el cap. 1 el método hermenéutico de Brown
bajo tres aspectos: contexto; perspectiva de la fe y servicio a la Iglesia; el
método histórico-crítico y su aplicación. Brown insiste en la necesidad de
prestar atención al contexto para hacer notar el carácter único de cada
evangelio y evitar, así, la tendencia a mezclarlos. El exegeta sulpiciano
siempre promovió una dimensión de fe en sus interpretaciones, a través de una
lectura atenta del mensaje religioso de cada texto. Como reza el título de una
reciente obra de Ignacio Carbajosa: “de la fe nace la exégesis”. Entendió su
misión de exegeta como un servicio a la Iglesia. Por lo que se refiere a la
crítica histórica se mostró ante todo como crítico de la redacción,
concentrando su interés interpretativo principalmente en el texto bíblico tal
como existe en el canon o, en algunos casos, como se presenta en el
leccionario. En el cap. 2 John R. Donahue propone, en deuda con el legado de Brown,
algunas reflexiones sobre la tarea del homileta de adaptar la predicación al
contexto litúrgico junto con algunas sugerencias prácticas. Y en el cap. 3 Lino
E. Díez Valladares presenta una breve y selecta bibliografía y webgrafía, que
puede ser muy útil para preparar adecuadamente la homilía.
La segunda parte del libro (capítulos 4-36) está constituida por las
reflexiones de Brown sobre las lecturas litúrgicas del Nuevo Testamento para
los diferentes tiempos litúrgicos siguiendo su orden lógico, empezando con el
Adviento. En el cap. 4 orienta al lector sobre el sentido global de la obra,
presentando –sobre la base de la Instrucción
sobre la verdad histórica de los evangelios, publicada en 1964 por la
Pontificia Comisión Bíblica- los tres estadios de la formación de los
evangelios: el ministerio público de Jesús, la predicación de Jesús y la
composición de los evangelios por parte de los evangelistas. Con ello muestra
que la exégesis no está en contra de la doctrina tradicional de la Iglesia
sobre la historicidad de los evangelios, siempre y cuando no se entienda lo
“histórico” en sentido literal fuerte.
Los capítulos 5-10 están dedicados al tiempo litúrgico de Adviento. Se
trata de una serie de ensayos sobre los relatos evangélicos anteriores al
nacimiento de Jesús. En el cap. 5 se explica el origen y finalidad de los
relatos de la infancia. A pesar de la limitación del conocimiento respecto de
su grado de historicidad y de las fuentes, Brown se centra en el mensaje
religioso en el que ambos coinciden: “Aquel cuya venida esperamos en Adviento
es Hijo de David e Hijo de Dios” (78). En los capítulos 6-10 estudia el primer
capítulo de Mateo y de Lucas sobre el relato de la concepción de Jesús,
acompañada de la revelación de su identidad. A diferencia de Mateo, que en su
genealogía pone a Jesús en la cumbre de las esperanzas mesiánicas, que en
Israel hunden sus raíces en Abrahán (Jesús, hijo de Abrahán), Lucas ve en Jesús
al salvador de la humanidad entera remontándose en su tabla genealógica, más
allá de Abrahán, hasta Adán (“Jesús, hijo de Adán, hijo de Dios”). Los ensayos
que siguen (capítulos 11-15) giran en torno a los tres relatos bíblicos de
Navidad del segundo capítulo de Mateo y de Lucas. Estos estudios se centran en
tres cuestiones de la teología de los relatos de la infancia: ¿por qué Mateo y
Lucas los incluyeron en sus evangelios?; ¿cómo concuerda cada uno con la
teología propia de cada evangelista?; ¿cómo transmiten, en la medida que son
verdadera y literalmente “evangelio”, la buena nueva de la salvación? (141). La
respuesta reside en la significación cristológica que ellos vieron en la
concepción y el nacimiento de Jesús: el momento en que Dios reveló quién era
Jesús. Y, así, el relato de la concepción de Jesús es evangelio. De ahí el
título dado a esta sección: “Un Cristo adulto en Navidad”.
A continuación encontramos una serie de ensayos (capítulos 16-21)
dedicados a los relatos evangélicos de la pasión. Tras ofrecer en el capítulo
16 unas observaciones generales sobre estos relatos (entre otras, el
significado que Jesús dio a su propia muerte), en los capítulos siguientes de
esta sección (17-21), el autor se concentra deliberadamente en la perspectiva
específica sobre la pasión –definida desde
Getsemaní hasta el sepulcro- ofrecida por cada evangelista, y no en la
fuente de la que tomó sus ideas, siguiendo una secuencia cronológica en la que
Marcos ocupa el primer lugar. La sección siguiente (capítulos 22-26) se ocupa
del tiempo de Pascua. Aquí no le interesa la cuestión de la resurrección desde
el punto de vista de la crítica histórica, sino ver cómo el tratamiento de la
resurrección en un evangelio concreto se enmarca dentro de la teología y la
estructura de ese evangelio. En esta parte del libro, por tanto, se estudian
todos los pasajes que tratan de la resurrección, es decir, los relatos tanto de
las visitas al sepulcro vacío como de las apariciones de Jesús. En cada
capítulo explica las peculiaridades sobre lo que ha incluido; así por ej., el
añadido a Marcos (16, 9-20), o el complemento a Lucas de Hch 1, 1-12. Dedica
los dos últimos capítulos (25-26) a cada uno de los capítulos joánicos sobre el
relato de la resurrección. La siguiente sección (capítulos 27-32) está dedicada
al tiempo de Pascua que conduce hasta Pentecostés. En estas páginas reflexiona
sobre el relato de los Hechos y, en menor medida, señala la complementariedad
de las lecturas joánicas. En cualquier caso, puede afirmarse que, si bien ambos
autores creen que la vida cristiana es manifestación del Espíritu, el autor de
Hechos muestra la obra del Espíritu en el curso externo de la historia,
mientras que el autor de Juan la refiere a la existencia interior del
discípulo.
La sección final (capítulos 33-36) aborda el estudio de Cristo en los
evangelios dominicales del tiempo ordinario, dedicando un capítulo a cada uno
de los cuatro evangelios y su perspectiva única sobre Jesús. De cada evangelio
ofrece unas observaciones introductorias (datación, autoría, destinatarios,
historia de la composición, rasgos estilísticos y estructura) y una “guía para
el uso semi-continuo” de cada evangelio en el leccionario. En Mateo Jesús es el Mesías e Hijo
de David. El Sermón de la montaña es el verdadero capolavoro de Mateo, que nos da una imagen de Jesús como legislador
y maestro de la nueva alianza, mayor que Moisés, porque estaba destinado a
llevar a todos, judíos y gentiles por igual, hasta Dios. Hijo de Dios (bautismo
y transfiguración) y Mesías (confesión de Pedro) son dos títulos que en Marcos
revelan la identidad de Jesús, pero el Jesús marcano es, ante todo, el Hijo del
Hombre sufriente (478-479). Por otro lado, la finalidad del Evangelio de Juan
es mostrar a sus destinatarios, los judíos, la divinidad de Jesús –negada por
ellos-. El Jesús joánico es el revelador del Padre.
Como podemos ver, la exégesis de Brown es a la vez científica y creyente.
Por consiguiente, su hermenéutica bíblica es muy recomendable, especialmente,
para homiletas; pero, también, para los estudiosos de la relación entre
exégesis y teología desde la perspectiva teológica-fundamental y, en general,
para todos aquellos que deseen familiarizarse con los evangelios y con el libro
de los Hechos, tal como son leídos en el contexto de un nuevo año litúrgico.
Incluye un apéndice con una tabla revisada sobre el conjunto del año litúrgico
y dos útiles índices, uno de citas bíblicas y otro analítico. El volumen está
muy bien editado. Felicitamos cordialmente al editor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario