III
DOMINGO (A)
La «cosa» empezó en Galilea
Del evangelio de Mateo
Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea.
Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en territorio de
Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: «País
de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea
de los gentiles. El pueblo que habitaba en las tinieblas vio una gran luz. A
los que habitaban en tierra de sombras y muerte, una luz les brilló». Entonces
empezó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el Reino de
los Cielos».
Paseando junto al lago de Galilea vio a dos hermanos, Simón, al que llaman
Pedro y Andrés, que estaban echando el copo al lago, pues eran pescadores. Les dijo:
«Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron sus
redes y le siguieron. Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago,
hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con
Zebedeo su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a
su padre y le siguieron. Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y
proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del
pueblo.
1.- Jesús inicia la misión de revelar la
misericordia divina invitando a la gente que se vuelva al Señor, ―la conversión―,
para hacer posible que la relación divina
de amor diseñe nuestra vida. Pero no es una cuestión de que el Señor prenda en
nuestro corazón porque le dejemos o porque nos empeñemos que se apodere de
nosotros. No es eso. Debemos saber que es el mismo Señor el que crea la
posibilidad de creer en Él y de amarle. Pablo lo dice muy claro: querer hacer
el bien y hacerlo depende del poder de Dios. Lo importante, por consiguiente,
es que nos dejemos «formar» por el Señor.
2.- Es necesario convertirnos para poder esperar y
recibir el reino que viene. La relación que hace posible que Dios nos salve es
una cuestión progresiva en nuestra vida. El Señor no salva de golpe, ni
nosotros nos condenamos en un momento. Las actitudes que fundamentan nuestro
sentido de vida de amor es una experiencia progresiva en la relación con el
Señor. Y eso es el reino. Poco a poco nos adentramos en su Vida y su Vida nos
prende para moldearnos a la imagen de su Hijo para poder vivir como hijo y
hermanos de los demás. Porque el termómetro que indica nuestro nivel de
relación con el Señor nos lo da el servicio a los hermanos. «Venid benditos de
mi Padre, porque tu ve hambre…….».
3.- Jesús elige los primeros discípulos.
Él llama y responden Juan, Santiago, Pedro y Andrés, dejando todo lo que
estaban haciendo. Es urgente proclamar que el Señor está viniendo, no en los
desiertos, ni en los castillos, sino en la vida sencilla y humilde de los
pueblos. Es decir, en la cotidianeidad de toda existencia humana. Por eso
debemos aceptar la propuesta de Jesús en nuestro contexto vital. «Seguir a
Jesús» es consagrar la vida al Reino en medio de nuestras responsabilidades
familiares, laborales y sociales. Y vender lo que tenemos y caminar con él es
lo mismo que vivir con nuestros valores y vicios desde una la relación de amor.
No porque demos todo lo que poseemos, o nos quedemos con todos nuestros bienes
agradamos al Señor y hacemos presente el Reino. La cuestión es ofrecer nuestra
vida y tiempo a los demás con una relación de amor. El Señor desea ver que
nuestro corazón ame; sólo así es posible
poner nuestra vida y nuestras cosas a disposición de los más desfavorecidos.
Jesús cambia la visión de la vida. Lo que tenemos no es para poseer, o para asegurarnos
la vida, o para ser más que los otros, sino para amar con más poder, para
enriquecer a los otros con más amplitud.
Eso no es pescar hombres, sino servirlos. Para pensar y hacer esto
debemos volver a Galilea, es decir, seguir la vida vida sencilla y humilde de
Jesús, así evitamos complicarnos la vida por cosas y relaciones innecesarias.
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