lunes, 3 de marzo de 2014

                  «Debo dejar a Dios por Dios» (Carta 2,11).
              Biografía teológica de la Madre Paula Gil Cano

De Francisco Martínez Fresneda




Por Pedro Riquelme Oliva



La obra trata sobre el pensamiento teológico de la M. Paula Gil Cano, fundadora de las Hermanas Franciscanas de la Purísima. Se divide en cuatro partes: Dios, Jesucristo, el Espíritu Santo y la Virgen María. La espiritualidad de M. Paula se centra en el seguimiento de Jesús pobre y crucificado al estilo de la Virgen María y San Francisco. El objetivo de la obra es relacionar las afirmaciones de la Fundadora con la historia de Jesús y de San Francisco que hace en sus Cartas, Sucinta Reseña y la biografía titulada Vida ejemplar, escrita por sor Concepción Vázquez y basada en un manuscrito de la M. Cecilia Bermejo ―esta biografía utiliza el esquema de santidad de la Iglesia de mitad del siglo XX, por eso se cita con las debidas precauciones con respecto a la forma que define la santidad de entonces―.  El autor articula las tres biografías para centrar el pensamiento de M. Paula, y observa, a la vez, las diferencias que tiene con Jesús y Francisco.

La parte primera expone la concepción que tiene Jesús de Dios: Creado, Providente y Salvador. Dios es una persona viva que toma la iniciativa para salvar a la creación y a los hombres: «La caridad y la fe son dos virtudes que, a mi entender, van hermanadas; la caridad sin fe sirve de muy poco […] Mientras mayor sea la fe, más posible será la unión profunda que se opera por medio de la caridad». Es la fe que actúa por medio del amor que afirma Pablo en la Carta a los Gálatas (6,5) (48). La fe en Dios como bondad misericordiosa se explicita en las relaciones con las hermanas y en la de los niños y ancianos, a los que procura servir en extremo, si bien no escribe nunca que Dios es Padre. La experiencia del Señor se centra, como hemos dicho, en su bondad, en su misericordia, en su justicia, en su abundancia de amor. «La experiencia de Dios salta de la iglesia a la vida cotidiana, pasa de la capilla y la oración personal a lo que entraña nuestra vida de cada día» (62). Y dicha experiencia la vive como una presencia envolvente, como la atmósfera que respira y le hace vivir. Además Dios se ofrece en cada elemento de la realidad, como lo vive San Francisco y enseña San Buenaventura: las criaturas son vestigio, imagen y semejanza de Dios. Las criaturas y la humanidad no remiten al Señor, sino que lo contienen. De ahí que la relación con Él también pasa por las relaciones con las criaturas y los hombres: «Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer,….».  Otro aspecto de la experiencia divina es la receptividad; sentirse habitado por el Señor de forma que todo se ve desde Él. Entonces todo es gracia (cf. Ef 2,4-10). El Señor da seguridad. Dice M. Paula: «Dios está siempre con vosotros, viendo como lucháis y para ayudaros si por acaso vais a tropezar» ―le dice a sus hijas. A Dios se le debe obediencia y se expande su experiencia a todas las gentes, porque el bien se comunica por sí mismo, además de recibir y cumplir el mandato de Jesús: «Id y predicad a todas las naciones…».
Pero Dios se ha hecho visible en la vida de Jesús. El Logos se encarna para dar vida a los hombres y éstos reciban su gracia y salvación divinas. No es el hombre el que debe huir de la historia, pues en ella se nos ha dado el Señor. Es aquí donde debemos encontrarle. M. Paula entiende esto en el servicio a los niños y a los ancianos. La tentación de apartarse del mundo, que ya la tuvo San Francisco, y que le disuade Santa Clara y Fr. Silvestre,  no la tiene M. Paula. Ella vive al Señor por medio de Jesús quien lo sitúa en el servicio a los hermanos y en la coherencia y estructura de la vida de las hermanas. La misión entre los pobres nace del seguimiento a Jesús pobre y crucificado, como San Francisco. Y la estructura de la fraternidad de las hermanas une las características que entraña la itinerancia de Jesús y los Doce con la de la comunidad cristiana primitiva de Jerusalén. De ahí que conciba la misión en fraternidad, nunca en soledad. Y a la estructura de la comunidad cristiana: vida de oración, comunicación de bienes, escucha de la Palabra y celebración de la Última Cena, une las exigencias de Jesús a sus discípulos: la fidelidad, la cruz, dar la vida, la limosna; los comportamientos de evitar la ofensa, el juicio y la conciencia que la vida de entrega y defensa de los pobres causa conflictos de todo tipo. La muerte de M. Paula, sola en su lecho de dolor y donde encuentra definitivamente al Señor, es muy distinta a la de Jesús ―en la cruz―, o la de San Francisco ―rodeado de sus discípulos―. Sin embargo las crisis colectivas y personales que tiene Jesús y San Francisco, también las sufre M. Paula en la dilatación de la aprobación de su fundación por parte de la Santa Sede, y en sus «frías oraciones» que experimenta por un tiempo, es decir, en su alejamiento interior del Señor, que no del Señor de ella.
El Espíritu se palpa en su vida y en su Congregación. Como ocurre con San Francisco en la fundación de la Orden, M. Paula siente también las enormes dificultades que padece para que la vida y misión de las hijas de la Purísima sigan adelante. Pero la presencia del Espíritu, la relación de amor de Dios con sus hijos, se hace presente, no sólo con la aprobación de la Congregación desde Roma, lo que la capacita para extenderse por todo el mundo,  sino en la capacidad de amor que muestras las hermanas en misiones tan difíciles como la riada de Murcia, la epidemia del cólera en la misma ciudad del Segura, o las inundaciones de Consuegra. El Espíritu mantiene la unión de la Congregación, no obstante las tentativas de desviar los objetivos de la fundación y crear una fraternidad (Orihuela-Alicante) a la espalda de M. Paula. Y el Espíritu se muestra también en la comprobación del cambio vital de M. Paula y de las hermanas. Es la vida nueva que describe S. Pablo, basada en la caridad mutua y en la entrega a los más desfavorecidos: «Sólo os pido caridad, caridad, caridad», le dice a las hermanas e insta a una entrega amorosa que se hace en una historia esencialmente relativa: «Mientras vivamos estamos en un tiempo de prueba; debemos además como esposas que somos del Cordero, participar con él de su Pasión […] Pensad que Jesús nos espera en el Calvario con los brazos abiertos, para que no nos olvidemos de él y nos vayamos en pos de las criaturas».

María es su madre, es la forma concreta que M. Paula toma para configurar su vida y la de las Hermanas.  Es curioso que no sigue la devoción a María según la costumbre de su tiempo: Ensalzarla sobre todas las criaturas, dándole los valores y virtudes propios de una emperadora,  una princesa, etc., y haciéndola inalcanzable a las Hermanas. Tampoco se centra en los dogmas marianos. M. Paula sigue la vida histórica, reflejada en los Evangelios, de la Madre de Jesús. Ella es hija de Israel; ella es esposa y madre, responsable de la marcha de su hogar y educadora en todos los sentidos de Jesús; ella pasa de madre a ser creyente en Jesús, le sigue, le imita, está al pide la cruz y con los discípulos en la apertura de la comunidad cristiana a todas las gentes. Madre de Jesús, Madre de la Iglesia, Madre de las hijas de la Purísima. Es la consagrada al Señor, no separándose de la vida humana, sino perteneciendo al Señor experimentando la existencia como mujer en todas sus dimensiones. No es una vestal, es una mujer judía que se entrega a su hijo y a su causa del Reino con todas sus fuerzas. M. Paula ve en ella el amor de una mujer. Por eso la retiene como la verdadera Superiora General de la Congregación. Ella, no sólo le da forma femenina de consagración a las hermanas, sino también su identidad. Por eso los votos de la vida religiosa, ubicados en las relaciones fraternas, se deben vivir como lo hizo María y San Francisco: Son una relación de amor con el Señor, que hace a las hermanas vaciarse de sí y mostrar al mundo lo que dicho amor es como gratuidad y libertad. Para ello la obediencia al amor del Señor es fundamental para comprender los votos y vivirlos según el Evangelio.
 Cada capítulo termina con una visión de futuro de los temas tratados y una guía de lectura para que la sigan las comunidades e individualmente cada hermana. Al final se publican las Cartas y la Sucinta Reseña del nacimiento de la Congregación de M. Paula con una nueva división, que es la que se cita en el texto.



Editorial Espigas, Murcia 2013,  498 pp., 14,5 x 21,5 cm. (ITM. Serie Textos 6).

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