domingo, 6 de abril de 2014

San Juan de la Cruz 
y la forja de un poeta universal


Francisco Javier Díez de Revenga
Facultad de Letras
Universidad de Murcia

En el complejo panorama de la literatura española el siglo XVI, la literatura renacentista, y más ampliamente en el panorama total de la literatura española, la figura de San Juan de la Cruz es una de las más excelsas y unánimemente alabada por las generaciones posteriores, tan sólo por tres poemas, dos de ellos no muy extensos, Noche oscura del alma, Cántico espiritual y Llama de amor viva, poemas que hay que integrar, por la puerta grande, en el campo de la literatura mística del Renacimiento, obras maestras de espiritualidad, que además han sido consideradas por las generaciones posteriores, composiciones poéticas magistrales y únicas en la literatura de todos los siglos.
            Pero Juan de la Cruz es mucho más. Participante, desde su juventud, en la reforma del carmelo que iniciara Santa Teresa de Jesús en 1562, se convirtió en uno de los seguidores inmediatos de la santa, del que podríamos considerarlo discípulo directo, si ella no lo hubiese tenido como maestro y confesor, a pesar de ser mucho más joven. Cuando se conocen, Juan tiene veinticinco años; Teresa cincuenta y dos. Juan acaba de ser ordenado sacerdote; Teresa está en la plenitud de sus empresas reformadoras. Juan, austero desde su más tierna infancia, pobre y mísero en el sentido más literal desde sus difíciles años infantiles y juveniles, hará de la sobriedad y de la austeridad la más decidida norma de vida, y, por ello, tropezará con los ambiciosos y acaparadores de poder, y no será comprendido ni siquiera en sus años de estudiante, en la Universidad de Salamanca, donde ya se distinguía por la severidad en el cumplimiento de sus obligaciones. Por eso, cuando dudaba si hacerse cartujo, para estar más cerca de su ideal de Dios, encontró en la reforma del carmelo y en Teresa de Jesús el espacio adecuado para llevar a cabo sus anhelos y ansiedades espirituales.
           
Fue un activo reformador y fundador de conventos, participó de manera directa en la erección de nuevos edificios y le correspondió dirigir y gestionar, como prior, importantes sedes de los descalzos masculinos. Muy relacionado con las fundaciones de la santa, de las que fue asesor espiritual y confesor en diferentes ocasiones, alcanzó entre las monjas del carmelo verdadera fama de santo. Y por todo ello fue perseguido y encarcelado en ignara prisión conventual durante nueve meses hasta que pudo escapar de forma si no milagrosa, como aseguran los devotos de su figura, sí al menos incomprensible y arriesgada, sorprendentemente astuta e, incluso, novelesca.
Testigos de aquellos nueve meses aseguran que fue sometido a toda clase de vejaciones por sus enemigos los carmelitas calzados, lo que Juan recibió como mortificación añadida a las que eran habituales en su vida conventual. Persecución que volvería a padecer, esta vez por sus mismos hermanos descalzos en los últimos meses de su vida, simplemente porque tenía un concepto distinto de cómo se debía proveer los cargos de la orden. Partidario de la votación secreta y de la participación de todos en las decisiones de los superiores, lo que hoy día no puede sino parecernos de lo más normal, fue por ello perseguido y vejado hasta en su mismo lecho de muerte en el convento descalzo de Úbeda, donde murió un 14 de diciembre de 1591, cuando sólo contaba con cuarenta y nueve años, nueve años después de que Santa Teresa entregase su alma a Dios en el convento de las descalzas de Alba de Tormes.
           
Y, además, fue escritor fecundo y constante, sobre todo a partir de su salida del cautiverio conventual en 1578, en el que se asegura que había empezado a escribir parte de sus poemas mayores, para los que escribió cuatro explicaciones, dos para el poema de la Noche oscura (una con el mismo título y otra con el de Subida del Monte Carmelo) y uno para cada uno de los otros dos poemas, Cántico y Llama. Naturalmente, junto a las composiciones poéticas, los tratados constituyen excepcionales textos escritos, como hiciera también Santa Teresa  para que fuesen leídos por las monjas y los frailes carmelitas, que le requerían aclaraciones sobre el sentido de sus versos misteriosos. Explicaciones de tipo religioso que han servido también para alcanzar el sentido literario de sus representaciones poéticas, como no podía ser de otro modo.
           
Porque una de las notas que caracteriza la figura de San Juan como poeta es su misterio, la condición de inefable que adquieren sus representaciones poéticas, que ponen de relieve, como caso único en la literatura de su tiempo y de otras épocas, la secreta representación de la unión amorosa, que el poeta configura con una retórica dificilísima y que los estudiosos se han esforzado, a veces estérilmente, en descifrar. El misterio de la figura de San Juan de la Cruz es el misterio que encierra y encerrará siempre su propia poesía, misterio que desprendía su propia persona, retraída y reservada, como advirtieron sus compañeros de convento en Salamanca, como percibían todos cuantos lo trataban, hasta el punto de que su propia maestra y protectora, Santa Teresa de Jesús, lo consideraba demasiado refinado y que espiritualizaba demasiado, su “senequita” lo llamaba la madre con buen humor.
Una de las formas de comprender bien la obra literaria de San Juan de la Cruz, es conocer su figura y la trascendencia de su magisterio, desde el punto de vista literario, pero también desde el punto de vista humano, religioso, espiritual, ya que es muy difícil, por no decir imposible, prescindir de la significación de una de las más significativas  e influyentes personalidades de la vida religiosa española y universal, aspecto en el que compartía con Santa Teresa de Jesús tanto fama como devoción. El hecho de que Karol Wojtyla, que llegaría al papado con el nombre de Juan Pablo II, realizase su tesis doctoral en Roma, en 1948,  sobre El tema de la fe en San Juan de la Cruz puede responder con claridad al valor universal de su figura y de sus escritos desde el punto de vista religioso.
           

Pero en la forja del autor de tan excelsos poemas y de tan sustanciosos comentarios, estaba el propio contexto histórico que le tocó vivir, los lugares en los que habitó, su participación activa en la reforma de los carmelitas, y en especial el beneficioso trato con Santa Teresa de Jesús. La humildad, la moderación y austeridad, la pobreza, y hasta casi la miseria, que caracterizó su paso por este mundo, también tienen su justificación contextual.


1 comentario:

  1. San Juan de la Cruz fundó el monasterio carmelita de Caravaca. Un buen sitio para rememorar sus andanzas y seguir sus huellas.
    Esteban Calderón

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