La Resurrección
El Greco 1578 |
II
¿Qué piensa Jesús?
Jesús cree en la existencia de la resurrección de los muertos
y la inserta en la enseñanza del Reino de Dios, aunque éste acentúe la acción
divina en el presente de Israel para cambiar las condiciones inhumanas del
pueblo. Jesús se interesa para que la salvación influya en la historia, en su
presente o su futuro inmediato. No obstante esto, relaciona la resurrección
futura con el Reino. La inauguración del Reino al final de los tiempos se
simboliza con un banquete en el que se reunirán todos los pueblos, tanto de
Oriente como de Occidente, junto con los Patriarcas de Israel (cf. Mt 8,11). A
este banquete se remite Jesús en la última Cena que celebra con sus discípulos
cuando ya ha previsto el final violento de su vida: «Os aseguro que no volveré
a beber del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el reino de
Dios» (Mc 14,25par). La universalidad de Dios se manifestará en la
universalidad de la elección y de la resurrección final en la que ya no habrá
ni pobreza ni hambre (cf. Lc 6,20-21).
Pero para entrar en el Reino se ha comprobado también la
creencia de Jesús en la resurrección cuando plantea las condiciones de entrada
y la posibilidad real de ser excluido de él: «Si tu mano te hace caer,
córtatela. Más te vale entrar manco en la vida que con las dos manos ir a parar
al horno, al fuego inextinguible...» (Mc 9,43-48par). Jesús corrige
drásticamente la tendencia de la tradición de excluir a los pecadores y a los
paganos del banquete del Reino, sobre todo porque les ofrece a un Dios de la
misericordia y del perdón, que contempla a todos los hombres por igual. La
nueva visión de Dios que revela Jesús destruye la discriminación para los
supuestamente malos y las prerrogativas para los que se creen buenos que puedan
darse en la historia; bondad y maldad indicada por unas tradiciones, costumbres
y leyes que no responden a la voluntad de salvación universal (cf. Lc 6,42; Mt
7,21). Aunque no hay que olvidar la reflexión de la comunidad de Mateo sobre el
invitado que no lleva el vestido adecuado en el banquete del Reino (cf. Mt
22,13), pues la salvación futura no está toda en manos de Dios al crear al
hombre con el don de la libertad que hace posible la relación de amor entre los
dos o, por el contrario, el desconocimiento y rechazo.
Sobre el hecho y la forma de la resurrección existe una
polémica entre Jesús y los saduceos, o entre Jesús y una cierta concepción de
la resurrección final de los fariseos (cf. Mc 12,18-27par). Se parte de la
creencia de que Dios es un Dios de vivos (cf. Éx 3,6), pero un Dios de
vivos en un sentido amplio, es decir, posee un poder vivificador capaz de
sobrepasar el poder de la muerte para mantener o devolver la vida a las
criaturas que son destruidas por ella. Dios no sólo está donde está la vida,
dándole vigor y mayor firmeza, sino que está también donde impera la muerte
para vencerla. La capacidad divina de rehabilitar la vida de la muerte
comprende a toda la realidad; no se reduce a la muerte humana situada en los
parámetros espacio temporales, o a eliminar el peligro y la angustia de la
desaparición total de la persona cuando cierra su círculo vital. Lo hemos
afirmado varias veces: Dios Creador defiende a todas sus criaturas por la
providencia y más todavía a quien establece unas relaciones de comunión con Él.
Si Dios vive desde siempre y para siempre, para siempre vivirá quien crea y se
una a Él. Por consiguiente, es la fe en el Dios de la vida y en el Dios
que tiene el poder de recrearla la que confirma la creencia de la
resurrección.
La pregunta de los saduceos supone la opinión sobre la
resurrección de una corriente farisaica en la que imaginan la vida futura como
la actual histórica: trabajo, matrimonio, familia, sociedad, religión se
mantienen en lo que aportan de auténtica felicidad a los hombres, como antes se
ha observado en cierta corriente apocalíptica judía. La respuesta que da Jesús
a los que así se imaginan el más allá es la siguiente: «Cuando resuciten de la
muerte, no se casarán los hombres y las mujeres, sino que serán en el cielo
como ángeles» (Mc 12,25). No existe una continuidad total entre la historia y
la eternidad, sino que habrá una transformación al estilo como Pablo afirma del
cuerpo animal que resucitará como cuerpo espiritual (cf. 1Cor 15,44). Y esa es
la creencia de entonces sobre los ángeles, que ni comen, ni beben, y a cuya
existencia espiritual se asemejarán los justos resucitados.
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