¿Cómo viven los cristianos?
Aurelio Fernández Fernández
Por Miguel
Ángel Escribano Arráez
Instituto Teológico OFM
Pontificia Universidad Antonianum
Ediciones Palabra,
dentro de su colección de ensayos, nos presenta esta obra. Es un recordatorio
del programa de moral católica que los cristianos debemos tener en cuenta para
nuestra vida diaria. Precisamente esa es la raíz del libro: mostrar que es un
programa de vida y no sólo una suma de valores que no se pueden hacer realidad.
Poco a poco se
descubre la necesidad de la coherencia que los cristianos deberíamos tener en
nuestra vida y que en muchas ocasiones no es así. Por ello, el autor pretende
mostrar que, desde los comienzos del cristianismo, los valores de la moral
cristiana han ido cimentando la forma de vida de las comunidades, y de los
miembros que pertenecen a ellas. El autor afirma que la fe no puede proclamarse
cómo una fe creída si no es vivida; si no somos capaces de llevar a la práctica
lo que proclamamos.
El desarrollo de la
obra es un camino antropológico cristiano de los valores éticos que se ven
inmersos en la persona. No se comparan las diversas posturas que se observan en
la ética cristiana y que se han dado y se dan en la Iglesia. El autor tiene
claro cuál es su posicionamiento y la conclusión a la que quiere llegar. Para
ello se sirve tanto de la Sagrada Escritura como de la tradición para
reivindicar aquella que considera como la más acertada y que todo fiel debe
seguir.
Lo primero que
hace, para evitar discusiones vanas, es asegurar que el hombre es un ser ético
por naturaleza, la ley natural con base en santo Tomás es la única viable,
puede ser discutido este posicionamiento del autor, pero no cabe duda que es la
que utiliza para el desarrollo e hilo conductor de su libro. No puede pensar en
otra forma de ley natural sino en aquella que está inserta en la naturaleza de
la persona.
El autor nos
presenta el abandono, la crisis moral en la que está inmersa la sociedad, lo
cual lleva a la necesidad de un rearme moral como se está proponiendo desde los
areópagos de la cultura, desde la necesidad de la defensa de la dignidad de la
persona, los derechos del hombre, la democracia e igualdad de la mujer. Ahora bien
lo que se debe cuidar es qué valores morales debemos asumir.
Una de las
cuestiones que se deben vencer del cristianismo es verlo como una teoría
meramente moralista; es la mentalidad que se ha extendido, tanto a nivel extra eclesial
como en algunos círculos eclesiales. Por ello trata de adherirse a los
postulados de la razón, único camino válido para la dignificación del hombre.
A continuación el
autor expone los conceptos del bien y del mal, la conciencia como norma próxima
del actuar moral, pero remarcando que ella no es la creadora de categorías
morales. Recogiendo las palabras de Benedicto XVI, la formación de la
conciencia es necesaria para poder alcanzar una profunda vida de fe y poder
desarrollar una oportuna madurez social.
Tras el tema de la
conciencia pasa al de la libertad que faculta al hombre el decidir sobre cada
uno de sus actos, siempre desde el uso de la libertad en la verdad, verdad que
vendrá cimentada en el uso de la razón que lleve a cabo la persona.
Tanto la libertad como la conciencia
necesitan de la ley como custodia, garante de su buen funcionamiento. La ley
es, según el autor, la ordenación de la razón encaminada al bien común y
promulgada por aquel que tiene el encargo de la comunidad.
Los últimos capítulos
se centran en la experiencia cristiana de la vida. Debemos considerarnos
regenerados por Dios, es decir nacemos a Dios y desde Dios, por tanto nuestra
forma de vivir no puede ser independiente a esa presencia de Dios, debemos
vivir desde la humildad, cumpliendo la voluntad de Dios, el amor al prójimo y
la esperanza cristiana.
Ser engendrados de
nuevo nos lleva a la necesidad de encontrar el itinerario hacia Dios. El autor
nos habla desde los valores morales; recordar que ya San Buenaventura hablaba
de este itinerario pero desde la mente, desde la razón.
Una de las notas más destacadas
del autor es la insistencia de que la fe se debe vivir desde nuestro ser
Iglesia, superando el individualismo que daña a la sociedad. Por ello dedica un
capítulo importante a la familia y, dentro de ella, al matrimonio y a la
sexualidad que nace de la relación de amor y está abierta a la vida.
Brevemente, y para
terminar, la obra expone los principios bioéticos cristianos. Se recuerda a los
científicos su contribución al desarrollo de la ciencia, apostando por la
cultura de la vida. En el último capítulo trata sobre la actuación del cristiano
en la vida pública. Es un tema muy actual y de difícil solución. No se trata
con claridad la ética de los que se dedican profesionalmente a la vida pública.
En definitiva, es un
ensayo de la ética cristiana, que aporta elementos para la vida real y la práctica
del cristiano desde los principios de la moral clásica cristiana. Siempre el
autor se abre a la posibilidad de admitir pruebas en contra.
Ed. Palabra, Madrid 2013, 24x17; pp. 221.
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